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Pasar (un poco) de frío puede ser beneficioso para la salud

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frío

TEAM INVIERNO VS. TEAM VERANO

Algunos estudios parecen indicar que acostumbrarse a temperaturas en torno a los diez grados genera mayor resistencia al frío y puede dilucidar algunos enigmas del metabolismo.

Todos los años lo mismo: que el Team Verano, que el Team Invierno, que es más “lindo” el frío o el calor. Para gustos los colores, como dicen en España. Lo cierto es que hay algunos investigadores que empezaron a plantear la hipótesis que, por razones de salud, puede ser beneficioso pasar un poco de frío. Un poco. Porque vamos a entendernos: los extremos de temperatura son perjudiciales para los seres humanos. Y por ahora, el frío extremo es el que se cobra más vidas. De acuerdo a un artículo publicado el año pasado por El País de España da cuenta de uno de los más importantes estudios médicos sobre temperaturas y sus riesgos para la salud en el continente europeo.

En total, se llevaron a cabo estudios en 147 regiones de 16 países diferentes de ese continente, en un período de tiempo que va desde 1998 hasta 2012. Las conclusiones fueron publicadas en la revista The Lancet Planetary Health. En total, en esos 15 años estudiados murieron cuatro millones de personas por causas relacionadas a las temperaturas. Y las temperaturas más bajas son, por lejos, las más mortíferas: diez veces más personas fallecieron por causas vinculadas al frío, que a la inversa.

Sin embargo, cuando se habla de fallecimientos por razones vinculadas al termómetro, en el estudio se distingue entre distintos tipos de fenómenos de temperatura. Uno de los investigadores citados por el artículo del medio español, Julio Díaz, explica que no es lo mismo una muerte que se atribuye a altas o bajas temperaturas (cada región estudiada tiene una “temperatura de mínima mortalidad” diferente), que aquellas pérdidas de vida que se producen en una ola de frío o una de calor. Porque en ese aspecto, el calor se lleva la mayor cantidad de vidas. Para el caso de España, por ejemplo, el artículo informa que mientras que mueren aproximadamente unas mil personas al año por olas de frío, por las oleadas de calor fallecen casi 1.400. Además, los autores del mencionado estudio advirtieron que, de seguir como hasta ahora, el calentamiento global solo aumentará la cantidad de muertes por temperaturas altas.

En Canadá llega a hacer mucho frío durante el invierno (según la zona geográfica, la temperatura puede llegar hasta, atenti, 40 grados bajo cero). En la ciudad de Ottawa, el investigador François Haman (especializado en fisiología termal) lleva adelante estudios en los que investiga los efectos del frío en el cuerpo. De acuerdo a lo que relató para el medio especializado Wired, tiene serias dificultades para reclutar sujetos voluntarios para los estudios. “No es algo muy atractivo participar en este tipo de estudios”. Es que, como también dice, el cuerpo humano está muy poco preparado para lidiar con temperaturas bajas. “He realizado estudios en los que expongo a los voluntarios a siete grados bajo cero. No es una temperatura tan baja. Pero muy pocos pueden aguantarse 24 horas en esa temperatura”. Y eso que, como aclara Haman, todos los sujetos estaban bien abrigados.

Canadá, como se sabe, pertenece al Primer Mundo y cuenta con una infraestructura que le permite a gran parte de su población contar con buena calefacción durante los meses más fríos. No se trata únicamente de estufas, lozas radiantes, aires acondicionados u otros dispositivos tecnológicos para calefaccionar los ambientes.

La arquitectura misma toma en cuenta las temperaturas, usando recursos como ventanas de dos láminas de vidrios, algo que también es frecuente en los países escandinavos.

Pero no siempre fue así. Uno de los países escandinavos, Suecia, fue durante buena parte del siglo XIX una nación lejos del bienestar que experimentó a partir del siglo pasado, cuando atravesó un proceso de crecimiento y desarrollo acelerado. Antes de eso, los inviernos eran durísimos y parte de esa historia puede apreciarse en la serie de cuatro libros del escritor Vilhelm Moberg (Los emigrantes, publicados entre 1949 y 1959 y que fueron bestsellers, además de ser llevados al cine en dos películas con Max Von Sydow y Liv Ullman en los papeles protagónicos (Los emigrantes y La tierra nueva). Por entonces, había que bancarse el frío como se pudiera, sin aire acondicionado o calefacción central. Con suerte, había estufas a leña para mantenerse calentito.

Haman, en Canadá, dice algo similar en el reportaje ya mencionado: “Antes de la industrialización, los extremos formaban parte de la vida cotidiana. Mucho frío en invierno y calor en el verano. Era un ida y vuelta, y ese ida y vuelta probablemente haya contribuido a un metabolismo más saludable”.

Las investigaciones que llevan adelante Haman y otros tratan de dilucidar si el desafío del frío puede hacer avanzar a la ciencia en sus intentos de prevenir algunas enfermedades como diabetes, mediante la aplicación del frío en las partes adiposas y musculares del frío.

Él mismo cuenta que empieza todos los días con una ducha fría. Ese baldazo de agua fría por la mañana libera en el cuerpo hormonas llamadas catecolaminas que, según cuenta Haman, le dan una inyección de energía. “Es mi café”, explica.

Pero no es que romantice el frío. Como también dice, lo gélido es una de las amenazas existenciales más antiguas del ser humano. “Es posiblemente el desafío más grande que tengamos como especie. Aunque el calor también lo sea, mientras tengamos algo de agua y sombra, podremos sobrevivir. El frío es lo completamente opuesto”.

Aunque el cuerpo humano esté poco preparado para soportar temperaturas bajas, algunos descubrimientos recientes abren una luz de esperanza para seguir indagando sobre las capacidades de nuestro físico al enfrentarse al frío.

Se ha sabido durante años que animales como las ratas, los ratones y las ardillas tienen brown fat (“grasa marrón”), tejidos adiposos que, al entrar en contacto con el frío, queman calorías para producir calor. Durante un tiempo, de acuerdo al científico canadiense, se creyó que eran solo esos roedores que poseían dicha capacidad. Pero en el año 2009, dos estudios distintos establecieron que los humanos en edad adulta también tenían esa “habilidad”.

Desde entonces, Haman ha llevado a cabo estudios que le indican que si uno se acostumbra a pasar un frío moderado (10 grados), el cuerpo va aumentando paulatinamente la cantidad de brown fat. Y no solo eso: también descubrió que una vez que el cuerpo se acostumbra a esa temperatura, ya no empieza a tiritar tan a menudo como antes al experimentar temperaturas relativamente bajas.

O sea, bancarse un poco de frío durante un tiempo prolongado nos hace más resistentes. ¿Gana Team Invierno? Saque su conclusión.

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