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Las palabras no matan jamás

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Washington Abdala. Foto: Archivo El País
Nota a Washington Abdala, abogado, politico, profesor y escritor uruguayo perteneciente al Partido Colorado, en su domicilio de Montevideo, ND 20171110, foto Marcelo Bonjour - Archivo El Pais
Marcelo Bonjour/Archivo El Pais

COLUMNA CABEZA DE TURCO

"Lo que no debería existir son imposiciones". Por Washington Abdala.

Las palabras cobran sentido en cada época de una manera distinta a la que creíamos que poseían, nada es literal y lo que ayer tenía un sentido hoy puede tener otro. Esto, además, sucede en poco tiempo y no hay que sublevarse ante semejante situación. Desde hace un rato largo que la Real Academia Española dejó de amargarse por ello, y va aceptando las palabras que ganan terreno geográfico. No me parece mal ese talante. Lo interesante de las palabras es que su mutación es casi imperceptible, pero a poco de oírlas, comprendemos que algo está pasando, que hay palabras nuevas o palabras viejas remasterizadas (esta misma palabra “remasterizada” era inimaginable hace unos años).

¡Divino regalo! Y es un cajoncito de cartón el que te obsequiaron. Y la palabra “divino” no tenía ese sentido primigenio, sino que proviene del poder divino. Sin embargo de alguna forma, con el pasaje del tiempo fue perdiendo su áurea celestial y poderosa, pasando a la vida urbana como una expresión de algo estimulante que está sucediendo. Siento que hay algo de abuso para con ella, pero es solo mi percepción, que sé yo.

Otra: ¡Sos un genio! Ahora es muy común usar la palabra “genio”, y cualquiera es un genio por ser buen tipo. La verdad es que genio era una palabra que significaba condiciones especiales al resto de los mortales por atributos únicos en el dominio de algún área, un individuo como Einstein era un genio. Desde que a esa palabra la exportamos al fútbol, “el Diego es un genio con la pelota”, ahora se metió en todos lados y le gritan genio a cualquiera. Es más, la palabra “genio” empieza a ser parecida a “compañero” y eso se oye mucho, supongo que es una manera de usar una u otra. Los pibes -no sé de dónde la sacaron- dicen “alta fiesta”. Es notable porque la expresión “alta” es claramente hija de algo grande, funciona a la perfección y le da sentido justo a lo que se quiere significar. Es obvio que está sustituyendo a “gran”. Todo obedece a alguna intención racional o quizás intuitiva del cuerpo social que se ve representado en sus palabras tal como las expresa. Habla muchas veces el inconsciente social.

Acá hay un punto que hay que entender sí o sí: si la palabra se instala, se cuela, se masifica, se mete en la gente, listo, ya no hay debate, no vale la pena darlo porque la palabra ganó. Me acuerdo cuando Roberto Fontanarrosa un día saltó con una apología de las “malas palabras” en un congreso de la lengua (lleno de doctos e ilustrados) e hizo su apología diciendo lo lógico: no son malas palabras, solo son lo que cabe decir en algunas oportunidades en la vida. Y ponía algunos ejemplos notorios de enojos en los que no hay otra forma de descargar sin acudir a las mismas, otra cosa sería un absurdo. Al tonto se lo llama de una forma en la vida común. Y tenía razón, en medio de circunstancias dramáticas todos sabemos cuáles son las expresiones que rotulan a un ser despreciable o a un momento horrible. Y son palabras que se van colando en el diario vivir, que ganan la calle y la vida misma. El lector podrá rezongar, pero no vale demasiado, prende la televisión y las oye. Es cierto, los docentes deberían debatir su abuso, tampoco negarlas, tampoco militar sobre ellas. Este sí es un contencioso intelectual precioso.

A mí me gustan los autores que inventan palabras y que las ponen a circular y andar por la vida. Amo la palabra “cronopio”. Solo un tipo como Julio Cortazar pudo inventarla. Y luego la palabra cobra autonomía propia, se desprende de su relato original y pulula por allí. Hoy siento, es una percepción, que mucho del lenguaje nuevo del que se habla, solo lo laudará la gente en su aceptación o rechazo. Suelo ser poco dogmático si la sociedad así lo entiende, así será. O será lo contrario. Lo que no debería existir son imposiciones. Ese me parece un exceso. No hacerse mala sangre por esto; el lenguaje solo nos representa, somos lo que hablamos. Cero drama. Las palabras jamás matan a nadie. Solo nos arropan y nos describen.

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