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El país de la caricatura

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cabeza de turco

La caricatura es un arte de agudeza extrema que requiere, además de destrezas artísticas, saber combinar el dibujo y el color con un mensaje. El País tiene un genio como Arotxa y por eso todos sabemos bien de qué hablamos cuando hago referencias a la “caricatura”.

Todos gozamos con las ocurrencias de Arotxa, con su politología muda y con su capacidad de desnudar lo que para él es obvio hasta que nos lo muestra.

Pero no voy por allí en esta líneas, me refiero al sentido “filosófico” de la caricatura, o sea de aquello que con intención crítica o humorística deforma sus rasgos característicos para satirizar alguna persona o situación. Por cierto, lo caricaturizable no es solo la imagen, también puede ser la forma de ser y hasta la identidad de un país. Por allí voy este domingo. El Uruguay es una caricatura de bipolaridades, de infantilismos crónicos y de simplicidades que a veces causan pavor por lo grotesco de su presentación.

Si estás a favor de la ley tal sos “progre”; si estás en contra sos “conservador”; si apoyás a tal candidato sos liberal; si apoyás a tal otro sos lo que sea; si te vestís así sos new age; si fumás un porro sos falopero, si, si, si, si… y así seguimos con la etiqueta del prejuicio hasta el infinito. Somos básicos, divisionistas y no tan angelicales como nos creemos a nosotros mismos.

Un país mesocrático, aldeano y meterete. Eso también somos. Vivimos mirando la vida del otro y todo en blanco y negro. ¿Alguno cree que el vecino uruguayo, el chusma del barrio o el “portero” criollo que sabe la existencia entera de su edificio “existe” en otras partes del mundo?

Me agota este asunto del país en donde si pienso de una forma tengo que seguir un manual y si pienso de tal otra tengo que recorrer otro libreto. No es así, no habla bien de nosotros cuando nos gana el dogmatismo y perdemos la inteligencia sutil de los matices.

Claro, el mundo, las fake news, los Bolsonaro, los Trump, los Putin, parecen no conjugar el degradé (a propósito). Es como si se hubieran cansado de moverse en territorios “políticamente correctos” y hacen de la incorrección declamatoria un recurso liberador. El péndulo.

En Estados Unidos por estas horas se debate nuevamente el asunto del “free speech”, todo un tema que “la tacita del plata” no abordó aún. ¿Hasta dónde se puede ir con las palabras? ¿Cuál es el límite de las mismas? ¿Y qué hay que hacer si con ellas se ofende, se difama o se incita al odio? El Uruguay es un país caprichoso en derecho penal, algunas acciones son relevantes y ameritan su abordaje, otras (que quizás tuvieran mérito para ello) pasan desapercibidas según quién las dice y otras ni siquiera son tenidas en cuenta. Esa es la verdad.

El honor, la dignidad, el buen nombre de un individuo son todos valores a preservar en una sociedad que se considere civilizada. Hasta no hace muchas décadas se iba al campo del honor (duelos) con una pistola creyendo que semejante desmesura reparaba el daño proferido por alguna ofensa. Eso es parte del pasado, pero en la reparación del buen nombre de la gente -cuando otros espetan injurias o calumnias- la verdad, el país no posee el mejor sistema para enmendar esas situaciones. En eso también somos caricaturizables. Algunos cobran y los embocan, otros tienen coronita. Con franqueza, eso no es una democracia de buena calidad, es democracia sí, pero es más democracia para algunos que para otros… humm... empiezo a sospechar que en relación al “poder” alguna gente la tiene más cómoda y otros no. Eso ya no es caricaturizable sino penoso y discriminatorio.

La caricatura de nosotros mismos -los uruguayos- no es la mejor, pero tengamos paciencia, ya vienen los centennials a pulverizar todo esto. Los pibes cortan grueso (por suerte). Entramos en otro mundo.

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