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Yo soy el padre de...

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Jorge y Danna Liberman: él contador de números, ella contadora de... historias.

Sus hijos son jóvenes promesas del deporte, las artes y la ciencia. Anécdotas de una relación que mezcla orgullo y desafíos.

DANIELA BLUTH

Orgullo, perseverancia, esfuerzo, inteligencia, respeto, cariño. Las mismas palabras se repiten por más distintas que sean las historias. Están en el centro de la relación entre el contador Jorge y su hija Danna, actriz y clown. En la del entrenador de fútbol Elio y sus hijos Déborah y Ángel, ambos también deportistas profesionales. En la del arquitecto Martín y Pedro, quien es una de las promesa de la robótica uruguaya. Y en la de Ernesto, un comerciante que para cumplir los sueños de su hija María Pía creó y fundó un club de tenis de mesa profesional.

Aunque muchas veces la vocación de sus hijos les haya resultado desconocida o incluso incomprensible, la actitud siempre es acompañar. Así, son los que llenan la primera fila, los que se hacen cargo de la burocracia antes de cada torneo o los que se cuelan en alguna reunión importante para aconsejar. Y también los que celebran cada logro con un aplauso o una sonrisa, igual que hacen hoy, en el Día del Padre, cuando el centro de atención son ellos.

Una contadora… de historias.

Danna Liberman (34) pensaba seguir la carrera de contadora, igual que su papá Jorge (62, foto principal). Pero al final estudió magisterio, psicopedagogía y teatro. Y se convirtió en contadora, pero de historias. En su casa hubo alguna pregunta y muchos silencios, pero primó la tranquilidad de que estaba siguiendo su vocación. "Siempre fui una nerd, muy responsable en todo lo que hacía", dice Danna en la cafetería del Auditorio Nacional del Sodre intentando explicar aquel voto de confianza mientras espera que se haga la hora para una nueva función de Payasos, la obra en la que actuó durante todas las tardes de las vacaciones de invierno. "Todavía no sé cómo pensaba hacer Ciencias Económicas, nada que ver conmigo… Me fui un año de viaje y ahí me di cuenta que quería cambiar el mundo, eso era lo que realmente quería".

Aunque había hecho algún curso de actuación y siempre era la primera en decir presente en las obras escolares, Danna no era ni por asomo la actriz o payasa de la familia. Al contrario, siempre fue bastante tímida. "No soy el centro de atención, estoy más de costadito… pero me transformo en el escenario". El centro, en cambio, es Jorge, contador de chistes y anécdotas por excelencia. Danna recuerda a la perfección cuando, siendo niña, todas las noches inventaba historias para ella y sus hermanos antes de dormir. "¡Y los personajes se mantenían en el tiempo! Para nosotros era lo mejor, en vez de darnos sueño se nos subía la excitación, porque los cuentos siempre terminaban en alguna locura". Juntos también salían a pescar e iban al Estadio. "Él miraba el partido y yo con los binoculares miraba a la gente y su comportamiento". Hoy, los gustos en común se mantienen, pero padre e hija siguen construyendo su relación sobre las diferencias. "Cuando empecé a definir mis ideas cada vez que nos sentamos en la mesa hay discusión. Pero eso para mí está buenísimo, porque para definirte tenés que tener a otro con quien confrontar. Al final es una discusión sana y una diferencia que enriquece. Me parece una decisión valiente como padre reconocer al otro en lo que elija. Y decir: Es su opción, no va a ser contadora de números pero va a contar otras cosas". Al verla actuar, Jorge siente que allí está parte de su herencia, "esa chispa" que aparece al responder siempre con humor.

Danna estudió en el Instituto de Actuación de Montevideo y se sumó a cuanto curso se cruzó por su camino, sobre todo de improvisación y clown. Desde hace diez años dirige Impronta, una escuela que dicta cursos para niños, adolescentes y adultos. Y cada vez que actúa, sus padres están allí, en la platea. "Para mí es re-importante que vengan, me gusta actuar para ellos. Siempre dedico la función y en su caso, además, es como una devolución de todo lo que me dieron en la vida". Cada Día del Padre, cuenta Jorge, también es habitual que sus hijos le regalen algún show.

—¿Qué es lo más importante que aprendiste de tu padre?

—El valor de la familia. Siempre tenernos a todos ahí alrededor de la mesa, sea para contarnos un chiste o comer un asado. Él te compra el provolone que más te gusta, la torta con dulce de leche que nos gusta a los dos. Tenemos esa complicidad desde el placer. El disfrute de la vida es una cosa que comparto con él y eso está bueno.

Persevera y triunfarás.

Orgullo. La palabra se repite una y otra vez durante la charla con Elio Rodríguez (54), padre de los mellizos Déborah y Ángel (23), dueños de varios logros deportivos, y de Martín (27), el mayor, quien ya lo convirtió en abuelo. Elio lo dice con conocimiento de causa. En la relación con sus hijos se suma una pasión común: el deporte. Cuenta que Déborah —dedicada al atletismo y que actualmente entrena en Europa para representar a Uruguay en los Juegos Olímpicos de Rio— eligió el mismo camino de su madre, Silvia, quien también corría los 400 metros. Ángel, recién fichado para Peñarol, es quien más siguió sus pasos. Como mediocampista, Elio jugó en varios equipos de Uruguay, Argentina y Chile; hoy dirige a Canadian, un cuadro de Segunda División. "Hay una línea que nosotros siempre marcamos y es que cuando encararan ciertas actividades siempre lo hicieran seriamente, que dejaran lo mejor de sí y que después el tiempo diría… Y hoy el tiempo está hablando. Es una señal de que ellos asimilaron bien nuestras palabra. Ver que se realicen a uno lo llenan de orgullo".

Tras la reciente presentación oficial de Ángel en Peñarol, Elio ya fantasea con vestir él también la camiseta aurinegra para ir a la cancha a alentar. Aunque no suele meterse en las decisiones de sus hijos, para él lo importante es acompañar siempre. "A veces las cosas salen bien, regular o mal, nosotros como padres siempre los apoyamos desde atrás".

El pase a Peñarol es, para padre e hijo, un sueño cumplido. Ángel, quien empezó en el baby fútbol de Estudiantes de la Unión e hizo carrera en Defensor y River Plate, se define como un jugador al mismo tiempo muy aguerrido y pensativo dentro de la cancha. En su casa del barrio Unión el deporte siempre estuvo presente, pero ni Elio ni Silvia imaginaron una carrera profesional para sus hijos. "Cuando volvimos a Uruguay después de siete años en el exterior optamos por apostar a que estudiaran y practicaran deporte, creyendo que el cuerpo sano los iba a llevar por el buen camino. Tuvimos la suerte que todo salió bien y hoy esa es la gran satisfacción nuestra". Con los años, Ángel cambió el pavimento de la pista de atletismo por el césped de las canchas. En el modo de encarar la profesión, heredó mucho de Elio. "Más que un trabajo para ellos es su vida", resume Silvia. "Ponen mucha atención a lo que dice el técnico, siguen perfeccionándose más allá de la práctica, tienen el bolso prolijo y cuidan los zapatos".

—¿Cuál creés que es el mayor legado que le dejás a tus hijos?

— Siempre les dijimos que más allá del éxito económico o deportivo lo más importante son las personas. Eso se lo estampamos desde chicos. Nosotros seguimos viviendo en La Unión, donde fueron a la escuela y al liceo, y hoy cuando nos juntamos a celebrar algo con un asado los muchachos que vienen, que son sus amigos de toda la vida, los siguen viendo de la misma manera y tratando del mismo modo que antes, con humildad. Por más que sea mediática, Déborah se sigue manejando de la misma manera y eso a la gente y a los vecinos los hace sentir bien. Con Ángel ahora pasan y gritan Vamo arriba y le dicen que lo van a ir a ver. Son las cosas lindas y que te gratifican como padre.

Locura en equipo.

A falta de un espacio propio donde entrenar el tenis de mesa, Ernesto Lorenzotti, comerciante, 58 años y padre de Gonzalo y María Pía, formó su propio club. Y allí instaló, en un lugar de privilegio y no en una zona de paso o multiuso, una mesa olímpica con luz y medidas profesionales y reglamentarias para que sus dos hijos pudieran practicar. Eso fue hace unos seis años y desde entonces los jóvenes no han parado. De hecho, María Pía (19) está cuarta en el ranking sudamericano Sub 21 y este año peleó un lugar para Uruguay en los Juegos Olímpicos de Rio 2016, para los que finalmente no clasificó. Es que con Ernesto comparten el gusto por los deportes, donde además del ping pong el fútbol juega un lugar fundamental. "En casa somos todos de Nacional y cuando estamos en Uruguay miramos todos los partidos y vamos al Estadio", cuenta María Pía.

María Pía empezó con el ping pong a los 10 siguiendo los pasos de su hermano Gonzalo, siete años mayor, quien también compite. Al poco tiempo ya estaba participando en su primer Campeonato Sudamericano Sub 11 en Paraguay. Esa vez los resultados no fueron los mejores, pero lejos de desanimarse le dieron más ganas de seguir. "Otra cosa que heredé de mi padre es perseguir lo que queremos y no parar hasta conseguirlo", dice. En ese sentido, este 2016 fue bastante agitado. Arrancó el año con el Campeonato Latinoamericano de Tenis de Mesa en Puerto Rico, lo siguió compitiendo en la Bundesliga alemana, la segunda mejor liga del mundo después de la de China, y finalmente viajó a Santiago de Chile para competir en el Clasificatorio Olímpico.

En los últimos años la familia vive la carrera de María Pía con "mayor intensidad" y "un sabor más dulce", cuenta Ernesto. "Después de tanto sacrificio para una personita tan joven, donde nadie te asegura los resultados, que llegue a la meta quiere decir que el camino elegido fue el correcto", dice el orgulloso papá. Con la libertad de dar su opinión sin "imponer demasiado", Ernesto está siempre presente. No solo ha acompañado a su hija en viajes y competencias, hasta se convirtió en una suerte de dirigente. "No había otra, de lo contrario hubiera sido imposible establecer relación con la Federación Internacional y la Unión Latinoamericana. En Uruguay para este deporte no hay mucho apoyo, carece de infraestructura, carece de todo…".

"Excelente". Padre e hija usan exactamente la misma palabra para definir la relación que los une. "Nos apoya a mis hermanos y a mí en todo momento dándonos lo mejor de él", dice ella. "No solo con Pía, con Gonzalo, con Lucía, con mi señora, el equipo es todo uno. Cada uno en su rol y todos con un objetivo común, que es tratar de hacer las cosas bien".

—¿Te imaginaste que María Pía iba a llegar a dónde llegó?

—Tal vez en el fondo del corazoncito siempre estaba la expectativa, pero en este deporte es muy difícil. Fue una locura haber emprendido este camino, pero la locura salió bien. Cuando uno ve que los hijos van obteniendo resultados muy buenos redobla la apuesta. Lo más grande es haber llegado a los Juegos Olímpicos Juveniles de Nanjing, clasificar para los Panamericanos, jugar en la liga profesional más importante de Europa. Lo que empezó como una locura se convirtió en una gran realidad.

Desarmar, pensar, crear.

De niño, Pedro Sales (16) jugaba a lo mismo que los otros chicos de su edad, con la diferencia de que sus juguetes no duraban mucho tiempo armados. Una y otra vez, tenía la costumbre de desarmarlos completamente para ver qué tenían dentro. Y, a partir de allí, evaluaba qué se podía volver a construir. A los ocho años, en plena obra de la casa familiar, su padre Martín, arquitecto de profesión, lo involucró en todo el proceso constructivo, pero las preguntas de Pedro solían apuntar al electricista. "El hombre me miraba sorprendido de que supiera tanto del tema", recuerda Martín (46).

También cuenta que Pedro siempre sintió mucha curiosidad por "saber cómo se movían las cosas con automatismos, máquinas y circuitos; investigaba qué tenían adentro". Cuando tenía 9 años se enteraron de la existencia de SUMO UY, una competencia de robótica que organiza la Facultad de Ingeniería. Esa vez fueron tan solo a mirar. Pedro "quedó fascinado" con los robots y cómo se podían programar y mover a través de sensores. "Me pidió que quería aprender electrónica básica y conseguí un profesor particular que le daba clases en casa, porque no había cursos para niños de diez años". A la siguiente edición, Pedro llevó su propio robot a la competencia. Y en las últimas tres ediciones obtuvo el primer puesto.

Este Día del Padre, Pedro y Martín lo van a vivir a distancia. "Quizás hacemos una videollamada para ponernos al día", escribe Pedro desde Alemania, donde participa en el Mundial RoboCup 2016 junto a su compañero Guillermo Trinidad y el mentor Federico Andrade. Hasta el año pasado su padre siempre lo acompañaba a los torneos internacional. "¿Exigente? No diría eso, sino que me apoya y ayuda en todo lo que puede mientras está allá. Obviamente le gustaría que ganemos, pero sabe que lo más importante es la experiencia y aprender".

Antes de cada torneo, el tema de conversación en la familia Sales —que se completa con mamá Alicia y el hermano menor Nicolás— es casi exclusivamente la robótica. Y aunque todos intercambian opiniones, la última palabra suele ser de Pedro. "Tiene mucha iniciativa propia, cuando se juega por algo lo sostiene y argumenta. Esa es su forma de ser, excede al tema robótica", cuenta Martín. Ligado a su vocación, padre e hijo comparten el gusto por las matemáticas y el pensamiento lógico. Y desde hace unos años también la docencia: Martín como profesor de la Facultad de Arquitectura y Pedro en MVD Robotics, la primera empresa en Uruguay dedicada totalmente a la robótica, donde primero fue alumno. "Enseñar y aprender en el proceso es algo que me gusta mucho", dice el chico.

—¿Cómo vivís la vocación de tu hijo por la robótica?

—Al principio veía que era algo que lo atrapaba mucho, tal vez como si fuese un hobby. A medida que fue avanzado en conocimientos, destrezas y competencias no deja de sorprenderme, sobre todo porque le pone mucha pasión a lo que le gusta. Una vez que se propone desarrollar algo busca todas las maneras posibles de resolverlo, intentando varios caminos y fallando hasta llegar a algo que lo deje conforme. Obviamente la inteligencia le juega a favor. Pero también lo que hay que mantener es el incondicional apoyo desde la familia.

LOS PADRES MÁS FAMOSOS DEL CINE

Aunque no goza de la misma popularidad que la figura materna, los padres también han sido protagonistas de series y películas de todos los tiempos y géneros. Entre los más recodados está Vito Corleone (El Padrino), Sam Dawson (Mi nombre es Sam), Chris Gardner (En busca de la felicidad) y Henry Jones (Indiana Jones y la última cruzada). En la pantalla chica marcaron época Charles Ingalls (La familia Ingalls), Arturo (Grande Pa) y Homero Simpson. Las películas de animación no son la excepción. Y allí se destacan Marlin de Buscando a Nemo y Mufasa en El rey león.

Más licencia para padres

Este 2016, los padres que trabajen como dependientes tienen derecho a 13 días consecutivos de licencia por paternidad para estar con el recién nacido; los no dependientes tendrán 10 días. Esa es la última ampliación de beneficios parentales y maternales previstos en la Ley N° 19.161. Mientras el tema se discute en varios países de América Latina, el lunes 4 Twitter anunció una licencia por paternidad de 20 semanas para sus empleados del continente.

Ideas, dudas, opiniones, esfuerzos, desencuentros y desafíos

"Lo mejor que hemos hecho es apoyar las decisiones que toman. Si uno ve que puede colaborar en algo para corregir un poco el camino, bien, pero más que nada fue siempre apoyarlos al cien por ciento". Ernesto Lorenzotti, padre de María Pía.

"Mi padre siempre tiene mil cosas que hacer pero siempre quiere más. El Club lo hizo en un terreno que tenía... le puso el techo, hizo los baños, el piso, lo pintamos... Fue todo a corazón y esfuerzo. ¡Y después para mis 15 me regaló la mesa!". María Pía Lorenzotti.

"Cuando opinamos distinto ninguno de los dos se impone. Cada uno trata de decir su razón... y a veces nos convencemos unos a otros. Respeto mucho eso, me gusta que Danna tenga sus ideas, aunque no sean las mismas que las mías. En la discusión está el enriquecimiento". Jorge Liberman, padre de Danna.

"Mi padre no es artista pero tiene una veta histriónica y humorística muy fuerte.

Además compartimos una mirada sobre el mundo muy tranquila". Danna Liberman.

"Siempre que podemos los acompañamos. En el caso de Ángel, no solo en los viajes, también en algunas reuniones que ha tenido. Como uno está adentro del fútbol lo acompaño para ayudarlo. También somos de ir a los partidos. Siempre lo hice cuando no coincidían con mis actividades como entrenador y técnico. Ahora que está en Peñarol, si tengo que ir con la camiseta no tengo problema". Elio Rodríguez, padre de Ángel, futbolista.

"Los logros de Pedro son fruto del esfuerzo y la pasión que le pone a lo que hace. La constante competencia nacional e internacional lo motiva. Recién está empezando y el futuro tiene muchos desafíos". Martín Sales, padre de Pedro.

"Definitivamente heredé de mi padre el pensamiento lógico y el gusto por la matemática. También me gusta la arquitectura, pero la ingeniería y la robótica me llaman más". Pedro Sales.

Jorge y Danna Liberman: él contador de números, ella contadora de... historias.
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Elio y Ángel Rodríguez, unidos por la pasión por el deporte en general y el fútbol en particular. Foto: Fernando Ponzetto
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Martín Sales junto a su hijo Pedro, una de las promesas de la robótica en Uruguay.
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Ernesto Lorenzotti cumplió el sueño de su hija María Pía: creó su propio club de ping pong y le regaló una mesa profesional.
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