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Opinión | De la transversalidad de Charles Darwin

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Washington Abdala. Foto: Archivo El País
Nota a Washington Abdala, abogado, politico, profesor y escritor uruguayo perteneciente al Partido Colorado, en su domicilio de Montevideo, ND 20171110, foto Marcelo Bonjour - Archivo El Pais
Marcelo Bonjour/Archivo El Pais

COLUMNA CABEZA DE TURCO

"Ya nada será más o menos igual y hay cambios fulminantes." Por Washington Abdala.

Washington Abdala. Foto: Archivo El País
Washington Abdala. Foto: Archivo El País

Las generaciones contemporáneas creemos que el mundo que vivimos es el más importante en la historia de la humanidad. Nos invade un sentimiento de centralidad de la historia, y pensamos -de manera inconsciente, supongo- que el presente es el tiempo donde todo sucederá. Los más jóvenes lo viven así, los de edades intermedias lo conducen y los veteranos quedan atónitos ante los cambios y los soportan estoicos mirando alguna pantalla (esperando que la misma no los succione).

Estas categorías (jóvenes, edades intermedias y adultos mayores) son mentales, lo sé. Conocí hace muchos años al veterano más joven del Uruguay (para mí) que fue Carlos Maggi. Tenía esa habilidad de vivir en el presente y en el futuro. Quizás por eso lo admiré tanto. Nunca sentí que fuera un hombre grande, más bien un curioso adolescente eterno. Un día le hice una entrevista dentro de su auto, me citó en ese lugar como si fuera un bar. Un fenómeno hasta para las cosas nimias y mundanas.

Y allí está la clave, yo le llamaría “transversalidad generacional” a esa capacidad de entender el presente y el futuro a la vez, mirarlos y actuarlos con atención, pero sabiendo que todo se juega allí, y moviendo las piezas sin temor de tropezar, al fin y al cabo se tropieza con todo siempre (la vida es una montaña rusa). Es muy probable que el humano del presente esté sometido a presiones poco comparables a las de otros tiempos. No sería honesto conmigo mismo si a pesar de lo manifestado no digo lo que siento (lo que me permite dudar de mi propia percepción). En pocas décadas pasamos crisis políticas, crisis económicas, pandemias globales, crisis sociales, o sea, de todo. Eso es verdad, pero el siglo anterior tuvo guerras mundiales, pestes de todo calibre y enfermedades que fueron carnicerías masivas.

De alguna forma, hoy, tenemos otra situación.

Lo que sí impacta ahora es la viralización de todo, desde los virus en las computadoras -que no eran virus- hasta la COVID que nos sumergió en una vida parecida a la de una serie de Netflix. Casi un mundo zombi. Impacta ver a la humanidad que creíamos superadora de todo, amputada de pies y manos, cojeando. Impacta la alienación global, el desconcierto, las idas y venidas de los científicos -que hacen lo que pueden- y el espíritu emprendedor del humano, que asustado igual rema y empuja. Impresiona, emociona, asusta y estremece. Hay un cambio en las vidas de las gentes y no es menor. Y no volveremos a ser los de antes nunca más. Sería una frivolidad sostener semejante postura.

¿No aprendimos nada de este sacudón? Los modelos económicos están cambiando, el keynesianismo volvió sin tutú, cierta economía disruptiva irrumpe en escena y de vuelta el mundo atrasa a millones (sanitaria y laboralmente) y empieza a ofrecer oportunidades a otros tantos millones. Aún nada está demasiado claro. Es falso que en el mediano plazo todo será más o menos igual. Ya nada será más o menos igual y hay cambios fulminantes. Los que creen que esto fue gratis son miopes.

Me temo que la post COVID plantea desafíos nunca pensados y hay que estar muy despiertos para ver como atrapar al pichón para salir con algo de este entuerto planetario.

Por eso lo de la transversalidad generacional, deberíamos hacer un culto de eso en nuestro país. Lograr que las “edades” no fueran un problema entre nosotros y tener una identidad fuerte. Y, así, buscar cierta “cohesión social” más poderosa e ir hacia la superación del presente a paso silencioso pero seguro. Pensando al estilo Maggi, para ser claros y que se entienda: tirando por la ventana lo que no sirve y aceptando lo nuevo de buen talante. Eso quiero decir. Y si un veterano y un pibe uruguayo piensan así, el país sale adelante. Si se empantana en lo accesorio, en el debate microbiano, se tranca. Sin misterios. El mundo está allí esperando, mejor dicho, nadie está esperando a nadie, por eso hay que tener cabeza global. Nos sobra gente inteligente. Hay que seguirla, ver como con ellos sorteamos los puentes, y salir con ellos hacia las trincheras que nos parecen inhóspitas. Nadie regalará nada y solo los más “aptos” superarán estos bretes. Siempre Charles Darwin.

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