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Opinión | El shock feminista

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Washington Abdala. Foto: El País

COLUMNA CABEZA DE TURCO

“Es verdad que el patriarcado es sometimiento y es asimetría”. Por Washington Abdala.

Siempre he acompañado al movimiento feminista a lo largo de mi vida. Cuando el Partido Colorado no tenía “mujeres” en el Parlamento, en mi calidad de legislador integré la “comisión de mujeres” desde mi óptica masculina y fui aceptado con afecto y comprensión atento a la dramática hora política que vivía esa divisa sin mujeres parlamentarias. Allí nació mi amistad con muchas mujeres parlamentarias que son un ejemplo de lucha para todos. La actual vicepresidenta Beatriz Argimón me distinguió siempre con su amistad y allí se lucía en ese movimiento.

Luego vino mi hija, que ya mujer me fue empujando hacia el entendimiento de los derechos femeninos. No lo hizo delicadamente; como toda hija me llevó puesto y me recitó todo lo que tenía que saber mientras mi primitivismo iba muriendo. La verdad, mi generación, no siempre tuvo claro eso y de alguna forma pecamos de poco conscientes del tema. Tuve suerte que ella y mi esposa construyeran la “narrativa” del tema para asimilar lo que debía asimilar.

En mi ejercicio profesional en el país como abogado me toca ver la violencia como algo anormal que se convierte en normal, y esa situación, entiendo, es la locura misma, y hemos llegado a un punto en que por eso las mujeres levantan su voz y gritan lo que aún a mucho hombre no le resulta comprensible.

Es hora que entiendan que la violencia masculina es una vergüenza y no tiene explicación de ninguna naturaleza. Es sencillamente bestial y punto.

Es verdad que el “patriarcado” es sometimiento y es asimetría. Todo eso hay que cambiarlo rápido sin intelectualizar y solo haciendo lo que hay que hacer.

Y no hacer como hicieron algunos que solo hicieron “buenismo” declamatorio. Hacer más y hablar menos.

Todos tenemos la obligación de ser feministas, lo que no implica enojarse con nadie sino defender los derechos de un género que ha sido mutilado de marca mayor. ¿Cuántas pintoras conocen que expongan pintura valiosa del pasado? ¿Cuántas científicas de otros siglos? ¿Cuántas ingenieras? ¿Cuántas libertadoras conocimos? Pocas, ¿verdad? Es sencillo, venimos de un tiempo en que eso no existía, perdón, no se le permitía a la mujer ser lo que quería ser.

Mi madre, que estará leyendo esta nota, y sus hermanas son de una generación octogenaria larga donde la regla no era estudiar, formarse y aplicarse profesionalmente. (Ellas lo hicieron porque mi abuelo era un individuo de avanzada y quería que cada una labrara su destino profesional). El mundo de Mujercitas era el que les esperaba. Un espanto, una aberración y un acto de devaluación horripilante.

Hoy las mujeres reclaman que sus espacios no sean concesiones sino lo que les corresponde por derecho. La discusión sobre la cuota (que la viví en la vida política) ya me resulta una vergüenza: somos mitad y mitad y no deberíamos discutir lo obvio. No seamos “tontes”.

Como decía Olympe de Couges, “si la mujer tiene el derecho de subir al cadalso, debe tener también igualmente el de subir a la tribuna”. Y muchas de las colegas que yo conozco son sencillamente mil veces mejores que nosotros los hombres.

El tiempo que viene debe ser imperativamente de comprensión hacia la mujer.

Y como enseñó Flora Tristán. “la riqueza de la sociedad se cuadriplicará el día en que se llame a la mujer, la mitad del género humano, a aportar en la actividad social la suma de inteligencia, fuerza y capacidad”.

Los tiempos de la cocina, de la belleza cosificada en la tapa de revista y del hogar como recinto de la mujer se hicieron añicos y está sensacional que ello sea así porque la igualdad es lo único que nos salvará si queremos apostar a modelos de convivencia más fraternos y más amorosos. Llamálo como quieras, pero el mundo cambió y si no se entiende eso, no se comprende lo obvio. Y no comprender lo obvio es vivir en una burbuja.

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