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Opinión | Releyendo a Marco Aurelio

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Washington Abdala

CABEZA DE TURCO

"Con la perspectiva de la historia los sátrapas quedan fulminados". Por Washington Abdala.

El otro día hablaba de Marco Aurelio. Los discursos de este emperador romano no tienen parangón, aún hoy se pueden leer a pesar de los más de dos mil años transcurridos. Sabiduría pura. No está claro como murió, es debatible entre los expertos, pero no es cierta la versión de la película (Gladiador) que muestra que su hijo Cómodo lo asesinó.

Le decía, a mi amigo, que me resulta increíble la moderación, perspicacia y sentido común de aquel gobernante, filósofo y militar romano. En realidad, los genios del pensamiento siempre tienen momentos de “claridad” con los que parecen interpretar más allá del momento en que viven. Y allí está la genialidad de estos individuos. En todo menester humano vale esto de poder entender su tiempo histórico y ver a lo lejos, desde el humorista hasta el verdulero, en todos: el grande sabe elevarse y mirar desde la realidad pero superándola y, por ende, no se deja alienar por ella, la domina y se orienta hacia algún puerto de sensatez. Por eso Robespierre creó su infierno y muere en la guillotina que él mismo motivó. Era un ser diminuto. Por eso Montesquieu fue gigante porque desde él se entiende la separación de poderes como sistema de equilibrios de los mismos. Uno buscaba el poder popular y encontró la muerte revolucionaria que él mismo motorizó; el otro buscó estudiar el poder para mejorarlo y la historia lo registra como referencia del estado de derecho.

Los pueblos en algún momento advierten lo que viven o padecen, más tarde o más temprano, se sabe quien es quien. Parece, a veces, que compran algún relato errático, pero con la perspectiva de la historia los sátrapas quedan fulminados ante la evidencia empírica de la realidad, los valiosos son rescatados de la oscuridad y los que solo fueron burbujas de verano, a esos, se los lleva el viento y punto final. Si les pregunto a los más grandes de mis lectores que recuerdan de los gobiernos de la década del 40, del 50 y del 60 hasta los más memoriosos se trabucan y recuerdan poco. Es verdad, hay personajes notables en esos tiempos, pero otros que ya nadie recuerda. Por algo será: la miseria humana siempre es insignificante.

Será que los años me quitaron nerviosismo, será que estoy más claro ahora de grande pero ya no me engañan las luces de la ciudad. La gente parece no exigir -y el político puede creer que el aplauso al final del día lo acoge-, sin embargo, el verdadero político de fuste, el que pelea contra la adversidad de la historia (a la que no hay que consignar sino conducir) ese sabe que la ingeniería del poder es un entramado de redes contradictorias que merecen ser orientadas para el bien colectivo sin narcisismo y sin afán de gloria. ¿Es un tema de poder? Obvio. ¿Es un asunto ideológico? Obvio. ¿Es necesariamente la pelea entre izquierda y derecha la que define todo? No, claro que no, antes están los intereses de los individuos que son superiores a lo ideológico. Por eso las redes sociales son tan caníbales porque todo lo deconstruyen en clave de hinchada, nada es superador sino destructivo y desde un chequeo de Twitter a un presidente hasta la decapitación en imagen de quien sea, todo puede pasar. Difícil saber donde está la verdad allí.

Por eso Marco Aurelio es casi un manual de autoayuda para políticos que pueden perderse en la tormenta. Solo vayan, lean lo que escribió y recibirán una lección moral, de sentido común, de entrega y de humanismo que luego el renacimiento se ocupará de desdibujar con la “conspiración”, la adulación y el manejo del poder en clave de “mantenimiento” del mismo. Maquiavelo fue sabio pero sus visiones morales fueron discutibles. No todos los medios valen para conseguir los fines.

Increíblemente Marco Aurelio es casi un buen padre que nos aconseja por donde ir sin ser nunca mala gente. No se lo pierdan. Se gana en templanza con su lectura.
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