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Opinión | El principio de la diferencia

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Washington Abdala. Foto: Archivo El País
Nota a Washington Abdala, abogado, politico, profesor y escritor uruguayo perteneciente al Partido Colorado, en su domicilio de Montevideo, ND 20171110, foto Marcelo Bonjour - Archivo El Pais
Marcelo Bonjour/Archivo El Pais

CABEZA DE TURCO

"La reducción de las diferencias sociales y el fomento por una igualdad verdadera es el único motor de la movilidad social". Por Washington Abdala.

Nadie como John Rawls nos hizo tanto bien a los que amamos la idea de justicia. Su llegada al mundo del pensamiento nos regaló una teoría que nadie antes había pensado y eso que los griegos fueron generosos en esos menesteres. Se podría decir que Rawls trató de dirimir el problema de la distribución justa de bienes con cierta idea del contrato social. Por allí viene la novedad que aporta. Nada chico su bochín.

Rawls se refería al “velo de la ignorancia” sosteniendo que si cada uno de nosotros no supiéramos nuestro lugar en la sociedad, nuestra clase social, nuestra religión o nuestra estatus social, y si fuéramos ignorantes de todo eso, seguramente seguiríamos un camino -dentro de la misma sociedad- en el que reduciríamos al mínimo el riesgo personal, dado que el interés propio nos alejaría de situaciones que tendrían por resultado el sometimiento hacia el otro. Dicho de manera brutal: nadie se pega un tiro en el pie si puede ser libre y nadar en el mar con los demás.

Lo que me parece genial del “principio de libertad” que sostuvo Rawls es como lo definió: cada persona debe tener un derecho igual a la libertad básica más extensa compatible con una libertad similar para los demás. Es sencillo -creo yo- si el otro tiene el máximo de libertad, yo también poseeré semejante capital. Clarito, no hay que ser Einstein para entender esa visión. Pero donde Rawls marca la cancha y vemos que es Gardel en estas lides es cuando nos describe el “principio de la diferencia”: las desigualdades sociales y económicas tendrán que ver con posiciones accesibles para todos en condiciones de justa igualdad y oportunidad, y éstas condiciones deberán ser mayores para los miembros más desaventajados de la sociedad.

Entendible, sobrio, como diciendo: si Juancito nació en un barrio marginal necesitará más apoyo que Miguelito que la tuvo más sencilla. O metemos esa palanca o no sale, expresado de manera rústica.

El principio de la diferencia es el que hay que procesar en tiempos como el presente en sociedades modernas, abiertas, capitalistas y exigentes. (En el mundo actual nadie nos está esperando).

Si no comprendemos que la reducción de las diferencias sociales y el fomento por una igualdad verdadera es el único motor de la movilidad social, es porque no entendimos lo obvio del asunto. Acá, sí, es cierto, el Estado tiene un papel para jugar, pero no solo el Estado, ahora también la sociedad civil y en estos tiempos modernos los depósitos financieros (sin los Bancos Centrales metiendo calor no se salva nadie). En tiempos como el presente, las ideas de Rawls en Europa y Estados Unidos pasan por fondeos de cifras multimillonarias que de no existir harían que el colapso -que se va sorteando- fuera de dimensiones astronómicas.

Una vez más el humanismo y el sentido común gana la partida. Aunque le duela a quien le duela, otra vez más el capitalismo y sus instrumentos inventan la solución a los problemas que vive la propia humanidad. No son ideas dogmáticas sino flexibles como el principio de la diferencia la que nos permitirán ambientar una mejor comunidad planetaria. Y eso no lo inventó nadie más que este señor estudiando el mundo.

En el fondo, subyace en la idea de Rawls un humano que no tiene que ser malo con sus congéneres, un humano que si actúa con sensatez termina siendo racional y no agresivo con los demás. Algo lógico si lo pensamos. Es verdad, por momentos la historia de la humanidad es dominación sobre dominación, pero lo de Rawls supera la noción de la propia comunidad, mira al humano libre y haciendo lo que entiende sensato.

En tiempos como el presente, en el que a muchos les gana la desazón o el miedo, se puede leer a John Rawls y tener la convicción de que se gana el partido siendo lógicos, racionales y sin salirnos del libreto.

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