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Opinión | Paco Falcao

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Washington Abdala. Foto: Archivo El País
Nota a Washington Abdala, abogado, politico, profesor y escritor uruguayo perteneciente al Partido Colorado, en su domicilio de Montevideo, ND 20171110, foto Marcelo Bonjour - Archivo El Pais
Marcelo Bonjour/Archivo El Pais

COLUMNA CABEZA DE TURCO

"Falcao tenía devoción por Raymond Aron y Maurice Duverger". Por Washington Abdala.

Aprendí Ciencia Política con Francisco Falcao. El Dr. Falcao había sido fiscal de gobierno, un profesor liberal de Ciencia Política, un agitador permanente, un individuo con pasión por enseñar y un ser humano de una ética intachable. Hace mil años el Dr. Guillermo Maciel y yo empezábamos como aspirantes a profesores adscriptos en Ciencia Política en la Universidad de la República. El título, luego de tres años, con tribunales varios y con la tesis aprobada, recién habilitaba a empezar la carrera docente. Falcao estuvo detrás nuestro siempre.

Hoy lo recuerdo y veo que fue un avanzado para su época. Venía con el diario del día a clase. Lo leía cual comentarista de radio y empezaba a charlar sobre las noticias. (Cambiaba los diarios a propósito). Era plena redemocratización donde todo era tenso y nada muy explícito. Y los temas políticos estaban a flor de piel. Sin embargo, su clase era un ágora de razonamientos inéditos.

Con Falcao empecé a entender el cine francés -al que yo había despreciado por el neorrealismo italiano- y lo traía a sus clases constantemente. Falcao tenía devoción por Raymond Aron y Maurice Duverger, y lógica pelea con Jean Paul Sartre. Tenía razón, nosotros estábamos afiliados a las escuelas americanas, pero no se podía entender la política sin captar esas dimensiones previamente. Y luego Nicola Matteucci y toda su barra se le colaron debajo de la cinta. (Y nos hizo estudiarlos).

Ciencia Política estaba ubicada en sexto año de Facultad de Derecho en aquel paleolítico y , claro, los que llegaban allí ya tenían idea de derecho constitucional y administrativo, era fácil ir a los bifes con ellos.

Cuando fuimos avanzando en la carrera docente, nos nombraron junto al Dr. Maciel: encargados de grupo. Justo vino el cambio de Ciencia Política a primer año. Fue traumático. Un estudiante de primer año, de la carrera que sea, siempre está sufriendo.

Allí hubo que repensar todo de vuelta, armar una Ciencia Política transversal, pero mucho más coloquial y menos formateada en los asuntos para pocos sino en los problemas para muchos. Nos despedimos de Derrida, de Foucault y otros tantos.

Le debo mucho a Francisco Falcao. Aprendí de él cómo liberar “naturalidad” en una clase, cómo ir por las “intuiciones”, cómo tener el núcleo central de una clase preparado como artillería pesada para ser descargado (y que se le cuele en la mente al estudiante) y aprendí que todas y cada una de las clases que se dictan son diferentes.

Como el actor, como el político, como todos ellos, un docente nunca ingresa a una clase en paz, sabe que el contencioso entre la mente de la clase y la de uno se establecerá, que es bueno que eso sea así, pero se sufre en esa tensión. Falcao tironeaba esa piola con maestría y gozaba del juego.

A mí siempre me gustó motivar a mis estudiantes y a mis ayudantes de clase. Creo en eso, inspirar ganas, hacer que el otro se entusiasme por el conocimiento y lograr engancharlo en ese viaje. Lo aprendí de él.

Falcao siempre decía que el estudiante que pasaba por facultad -aunque fuera un día en su vida- tenía que entender lo que es una universidad, respetarla y valorarla.

Paco era de esos profesores que se obsesionaba con asuntos, su clase era su remanso y la Ciencia Política una excusa para entender un poco más al ser humano. Otra lección.

Con Francisco Falcao entendí que enseñar es estudiar todos los días, siempre, leer y releer al autor y capturarlo hasta el infinito y solo así pretender insinuar algunas de sus ideas. Aprendí a aprender y desde allí a enseñar la disciplina. Y esperar siempre que alguien venga a decir la verdad de manera nueva.

En mi vida académica Jorge Gamarra y Francisco Falcao fueron Pelé y Maradona. Nobleza obliga recordar con cariño y admiración a los que se les debe tanto.

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