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Opinión |Nuevas autocracias digitales

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Washington Abdala

CABEZA DE TURCO

La libertad de expresión no puede tener regulaciones severas. Por Washington Abdala.

Nada de lo que está sucediendo nos toma de improviso. Todo es fruto de un momento pendular, solo que ahora vemos más, conocemos más y nos adentramos más en la sintonía fina de los perfiles de los que polarizan. Esa es la verdad. Esto pasa en el mundo entero.

Si alguien se agarra la cabeza y cree que estamos ante algo que no conocimos jamás, sencillamente no recuerda la historia del siglo pasado donde, justamente, los extremismos autoritarios en sus versiones populistas -desde el nacional socialismo hasta el socialismo real- aniquilaron la libertad y creyeron que mesianismos místicos serían la solución. No lo fueron y la ciencia política lo sabe bien: faltaron a la verdad. O sea que, desde una punta a la otra: los colectivos humanos en su desesperanza creyeron en el iluminismo mesiánico. Y curiosamente esos bárbaros vinieron desde Europa, esa misma Europa que idealizamos en términos de acervo cultural y maestría en su construcción democrática (y soy el primero en admirar a nuestra Europa).

Traigo malas noticias: los Mesías no vienen nunca con un pan debajo del brazo, en todo caso vienen con un palo. Y -para peor- tampoco son Mesías verdaderos sino burdos autócratas que se abusan del momento histórico que les permite sus quince minutos de fama y sus ríos de muertos. Muertos que solo quedarán en la foto de alguna casa sumida en el dolor de los suyos, pero bajo la oscuridad eterna de la historia que todo se lo traga minuto a minuto. Eso sí, esos minutos serán décadas de sumisión, pobreza y sangre. Esa también es la verdad: una vez que se ingresa en ese túnel no se encuentra la salida fácilmente. Tampoco voy a ejemplificar con nada, el lector es inteligente y puede leer lo que corresponde.

Es que, en realidad, hay un problema con la democracia y la libertad: cualquier “careta” cree que las puede invocar desde su podio. Lo hacen los que un día mataron y luego el tiempo lo oscurece todo, entonces con ese “pase” ya se consideran portavoces de la verdad contemporánea y uno tiene que poner cara de idiota posmoderno ante el humanismo advenedizo. Lo hacen muchas religiones que, en realidad, desde su tiranía filosófica llevan al humano a la muerte por sus convicciones y creen que pueden matar para expiar pecados (los de los otros por infieles). Lo hacen los que se consideran políticos de corrientes liberales cuando no les tembló el pulso para avalar dictadores, creyendo que eso se puede permitir en aras de un libre mercado que todo lo resolvería con su mano invisible y nunca ha sido así en la historia de la humanidad. Lo hacen los que creen que salvan a la libertad combatiendo al que la distorsiona con su “discurso libre” aplicándole proscripciones, y sabiendo que la proscripción a la libertad es solo su ruindad, decadencia y verdad única.

Y por este último andarivel me quiero quedar, sin necedad, pero preocupado. La libertad está siempre en juego porque la libertad de expresión no puede tener regulaciones severas porque buscar eso es hacerla añicos: es matarla. Y tampoco la discrecionalidad de las plataformas digitales -nuevo territorio donde la libertad cobró bríos- puede ser un espacio donde por ideologismo cancelen o castiguen el pensamiento que no se entrega ante los valores “supuestamente” hegemónicos. Estamos en un lío grande y no sé si lo vemos todos. El mundo le tiene miedo a este contencioso. Las plataformas digitales son más poderosas que los países más poderosos y los países más poderosos no pueden con ellas. ¿Qué podemos hacer los mortales en medio de esta jungla? No lo sé, pero es la pregunta que habrá que contestar en poco tiempo. Es un tema que explota en el planeta. La personalidad digital es hoy tan importante como la real. Que a un joven se la roben de un día para el otro no es un asunto menor. Y que le regulen su pensamiento, es grave, hasta “dictatorial”. Espero se entienda la gravedad del asunto. Habrá que pensar mucho sobre cómo enfrentar esto con más libertad. No hay otra.

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