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Opinión | El mito de la violencia acá

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Washington Abdala

COLUMNA CABEZA DE TURCO

“¿Todos hablamos de lo mismo cuando hablamos de violencia? ¿O algunos aceptan ciertas violencias ‘especiales’?”. Por: Washington Abdala

Cuando comencé (hace varias décadas) a dar clases de Ciencia Política la referencia a Georges Sorel era imprescindible, luego su teoría perdió vigor en el mundo académico hasta que ahora parecería querer resurgir nuevamente.

Su planteo era considerar a los mitos revolucionarios como instrumentos de agitación y cambio social. El mito -consideraba Sorel- le permite a la clase trabajadora encontrar una heroicidad en su lucha. Así creía que la “huelga general” tenía la condición de ser el “mito supremo”. Los escritos de Sorel, muchos ambiguos y abstrusos, sin embargo justificaban la violencia y la entendían como el medio por el que los propios mitos se transforman en realidad. Tanto los históricos militantes-cristianos como los sindicalistas-revolucionarios eran buenos ejemplos de lo que quería significar. Todos en algún momento hicieron uso de la violencia para alcanzar sus objetivos.

Con franqueza sus textos eran agitación pura, fue inspirador de la Confederación General de Trabajadores francesa, así como alimentó a buena parte del pensamiento radical de su época. Sin embargo al final de su vida, desilusionado de lo que había pensado, terminó emigrando hacia las ideas opuestas. No es el primero, ni el último.

Hasta hace muy poco tiempo las ideas de Sorel eran naftalina. Ahora como la “violencia social” emerge como hongos por todas partes, más de uno saca a relucir al escritor para justificar los “excesos” en “tiempos nublados”, dijera Octavio Paz.

¿A qué viene este asunto de Sorel? ¿Acaso la sociedad uruguaya tiene claro cuál es el nivel de violencia que debe aceptar, cómo manejar semejante problema y qué hacer para frenar lo que nos desestructura y fragmenta? ¿De veras tenemos un contrato social aceptado con los límites de la violencia que padecemos claramente acotados por todos? ¿En serio todos hablamos de lo mismo cuando nos referimos a la violencia o algunos aceptan algunas violencias “especiales”? ¿Todos creemos en las mismas interpretaciones del Código Penal, aunque buena parte de los delitos que están allí pasen sin pena ni gloria porque nadie los aplica? ¿De veras “todos” aceptamos que la policía tenga el monopolio del uso de la fuerza -legítima y legal- en la sociedad o algunos todavía le discuten ese talante a esa institución? Y los límites de los actores sociales en materia de orden público ¿cuáles son y cómo se manejan? ¿Cómo se frena un desborde de una turba enloquecida?¿Cuándo hay represión y cuándo disuasión? ¿Hay que esperar que un barra brava tire una garrafa para detenerlo y actuar o se debe actuar previamente?

Podrán resultar banales estos asuntos, sin embargo a mí me resultan gigantes y delicados. La calidad democrática de una sociedad se juega en los detalles cotidianos, en la convivencia civilizada y en cómo respetamos la verdadera libertad del otro. El día que una sociedad deja de tener claro eso, no solo la violencia bilateral es un veneno, sino que la propia multilateralidad social en estado de anomia se transforma en un infierno. Ese día tirá la llave y hacé lo que puedas para sobrevivir.

Uruguay va a vivir un nuevo tiempo en el que algunas de estas cuestiones serán fruto de debates y análisis sobre cómo queremos ser, cuánto nos vamos a respetar y cómo haremos para ser más pacíficos todos con todos. Eso incluye pensar en las víctimas, en los ciudadanos, en los infractores y en los que hacen cumplir la ley. Ese combo no es único en cada época histórica. Uruguay tiene un código penal que debería modernizar. Tenemos un código procesal penal que vamos actualizando con el paso de lo que vivimos. Y tenemos una sociedad que claramente pide paz y orden. Esos mandatos habrá que cumplirlos sin extremismos conservadores y sin desmesuras, pero cumplirlos por el bien de todos. Sorel no debería de tener razón. Pero hay que trabajar para ello.

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