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Opinión | La era de la mímesis

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Washington Abdala. Foto: Archivo El País
Nota a Washington Abdala, abogado, politico, profesor y escritor uruguayo perteneciente al Partido Colorado, en su domicilio de Montevideo, ND 20171110, foto Marcelo Bonjour - Archivo El Pais
Marcelo Bonjour/Archivo El Pais

COLUMNA CABEZA DE TURCO

"El mismo animal produce las dos cosas y eso impresiona". Por Washington Abdala.

¿Vieron el cartel de la rambla que dice Montevideo? Bien, está en el mismo formato en buena parte del país. Es que esa “cartelería” está en todo el mundo. Todos nos copiamos. Es la era de la mímesis. El jean ganó por goleada en sus diversas presentaciones y se impuso como el pantalón para lo que sea. Lo propio pasó con las zapatillas y mucha ropa que abdica de cierto formalismo similar. La corbata languidece (veteranos como yo la seguimos usando, ni sé la razón). Y todos emulamos lo que hacen los demás. 

Con los alimentos sucede algo similar. Todos empezamos a saber que ciertos refrescos con mucho azúcar no son lo mejor para la salud. Por eso el mundo light gana terreno y lo copiamos todo (acá para bien). Es que hay más conciencia de lo sano. Por eso el sushi, desde hace años, también gana terreno (en ciertos sectores sociales, sí).

Las marcas de autos atraviesan mercados que son proteccionistas, otros mercados las dejan ingresar parcialmente y en otros abundan. Pero todos van en la misma dirección: el auto híbrido y el eléctrico estarán liderando antes de lo que nos imaginábamos el consumo automotriz. Otra tendencia. Es un patrón que se repite y que tiene un plan por detrás.

La expectativa de vida aumentó y esto tiene que ver con que sabemos más de nuestras enfermedades, el deporte no es un jueguito sino que previene y evita muertes, y la alimentación tiene que ser balanceada. Todo comprobable.

La pandemia nos demostró que podías estar en el Norte de Italia (próspera), en un residencial de ancianos sueco (próspero), en medio de Nueva York (próspero) y la sacudida iba a ser igual de severa. La mímesis explotando en toda su ira.

La aldea global es de verdad. Todo pasa en tiempo real en todos lados. En el planeta entero, se podrá ser más rico o más pobre, suceden asuntos similares, se viven tendencias que son un cambio en las conductas y que los sociólogos, sin embargo, aún no logran introducir en arquetipos que las definan con nitidez.

Lo real es que el humano está a la intemperie. La pandemia demostró lo frágiles que somos y lo inteligentes que también somos para producir respuestas que nos permitan sobrevivir. El humano puede inventar la vacuna e inventar otra bomba letal al mismo tiempo. El mismo animal produce las dos cosas y eso es lo que impresiona.

En general, las tendencias planetarias han sido más intensas hacia el progreso. Repito: más expectativa de vida, menos mortalidad infantil, más acceso a servicios básicos, menos hambrunas, menos guerras. El necio advierte lo contrario, el objetivo sabe que es así.

Es verdad, si se mira por zonas geográficas en algunos lados esto se desenfoca, pero en términos planetarios esta es la única verdad con tendencias a la vista. Créame el lector que me baso en datos empíricos y comprobados de organismos creíbles. Se puede, inclusive, revisar todo lo que sostuvo Steven Pinker y sigue aguantando la toma. Claro, su libro irrumpió en un momento donde la pandemia explotaba. Nunca peor momento para hablar de que el humano supera al humano.

He leído a Yuval Noah Harari afirmando que en el futuro, quizás, la inteligencia artificial será indominable. Me temo que tengo un matiz: el humano no va a permitir eso. Me parece que, de alguna forma, siempre habremos de mantener control sobre lo que hacemos nacer. O quiero creer que será así. No me hace bien pensar que la ciencia ficción negativa se hace realidad y que lo que creamos algún día nos dominará. Prefiero pensar que la inteligencia artificial nos permitirán tener menos accidentes de autos, suplir problemas motrices y permitir alcanzar objetivos que nos harán más sanos como humanidad. Es racionalidad pura, no optimismo. No creo en Leibnitz.

En definitiva, la humanidad es una pelotita en la que estamos todos, donde todos queremos más o menos lo mismo y donde nos tenemos que seguir ayudando. No tiene misterio. Y ese es y será nuestro destino. No entenderlo es no entender el sentido profundo de nuestra existencia.

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