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Opinión|Malditos tosedores

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COLUMNA CABEZA DE TURCO

La gente que tose no advierte que nos van enloqueciendo al resto de los mortales.

La gente que empieza a toser me pone loco. Los que tosen frente a la cara de otro me sacan. Y los que tosen cuando comprás una muzzarella en la zona del producto me vienen ganas de agarrarlos del cogote. Tengo claro que es una fobia mía que no debo trasladar a la humanidad, menos aún en estos tiempos de “almas buenas” que todo lo comprenden. Todo bien. Pero a mí me molesta que la gente que me tosa cerca.

Si estoy en un cine y un tipo tose en mi circuito, me vienen ganas de hacer de empleado del cine de mi niñez (eso hacían con los que molestábamos) y sacarlo de una oreja. Aparece una escena de amor en la película, y cuando están por besarse, dale, aparece la tosecita del cretino. Y ni hablar de los millones de microbios que expande en toda la sala. Yo procuro respirar menos porque hago el cálculo que al bajar la cantidad de respiraciones reduzco el porcentaje estadístico de tragarme algún microbio. Igual, me desconcentro mucho, porque con tal de evitar que se me metan los microbios, hago tal esfuerzo que voy perdiendo el hilo de la película.

La verdad, los peores son los que tosen y fumigan el ambiente. O sea, esos que tosen y largan como el rocío de la mañana. Cuando ves eso ¿qué hay que hacer?

Suponé que son docentes —como yo— y están en la sala de profesores y a uno le sucede eso. ¿Solo yo me quiero tirar por la ventana? ¿Nadie dice nada? ¿Hemos perdido respeto, solidaridad y resulta que el infractor-inoculador ahora es la víctima? Algo está pasando en esta sociedad que se perdió el valor de cuidar la salud de los que no tosemos. ¡Que nos respeten! Capto: el que tose está enfermo. Entonces da como lástima. Pero el tipo es una bomba que anda por allí inoculando todo.

Me ha pasado —son tantas décadas— que tengo alumnos tosedores. No puedo, detengo la clase, los acompaño a otro lado (sin respirar a su lado) a que tomen un vaso de agua, pero no puedo dictar una clase con un tosedor crónico. O dos. Un año me pasó que tuve dos alumnos que eran como cornetas y me enloquecieron.

Cuando hacía política partidaria, hace mil años, tuve un gran amigo que tosía mucho. Un día le regalé una bufanda. No por bueno: solo quería que se metiera adentro de eso y no me salivara más. Mi amigo creyó en mi generosidad. No era tal. Era supervivencia.

No entiendo cómo a Trump se le escapó este grupo de personas, habría que proponerle algo. El individuo es creativo con las comunidades que no le gustan. No digo exagerar, solo que los tenga en consideración para algún amague. Digo, nomás.

En el fondo los que tosen son gente vanidosa y soberbia, lo hacen para llamar la atención, para que uno los encare, no es así nomás la cosa. Y esas toses a dos o tres tiempos: “Ejee, uejeee, ejeee”. ¿Cómo pasa eso? Y si tu pareja tose ¿qué hacés? Te mudás a un hotel, le decís a ella que se vaya. No sé, pero no es un tema baladí.

En la pizzería de mi barrio, el Chez, me encuentro con otro veterano que andaba molestando por allí. Que esto, que lo otro, que se van, que gana fulano, que mengano (la conversación venía previsible, pero paciencia, poniendo cara que me importaba el bíribiri del vecino) y en eso, empieza a toser, y hablaba, y tosía. Como estaba en la puerta del comercio, empecé a no respirar, y el tipo seguía hablando, y yo no oía lo que decía, solo me quería ir corriendo de allí.

No sé cómo hice, pero pegué un giro rápido y me fui onda escapada de Cavani por una punta. El tipo debe pensar que soy un grosero. No, huí porque ya no aguantaba más la tos y me asusté de que me engripara. No soy un gato para sentirle mala tos a nadie. Me las tomo y punto. Les regalo el consejo: si alguien tose, rajen, ni un paso atrás, no regalen salud que es vital en este invierno cruel. Los amo (un poco).

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