Publicidad

Opinión | Libros viejos

Compartir esta noticia
Washington Abdala. Foto: El País

CABEZA DE TURCO

"El libro de papel sobrevivirá como objeto". Por Washington Abdala.

Me gusta ir a librerías de libros viejos y revolver en búsqueda de libros que no conocí y que siempre desee tener. Tristán Narvaja los domingos sigue siendo La Meca.

Me mató cuando la clásica Feria del Libro se cerró, así como cuando en Sureda partió su dueña -que tenía un temperamento bravo- y que te conseguía lo que le pedías, lo anotaba en un papelucho gris, te miraba con cierto aire de distancia y lograba que el “opus” apareciera en unos días.

En las librerías de libros viejos conocí algo de la literatura inglesa y norteamericana. Hubo una época en que la literatura me resbalaba, hasta que me avivó Cortazar. Lo leí casi todo, creo, y luego no quería más. Sentía que lo iba a traicionar si me entregaba a otras lecturas. Lo traicioné de forma militante.

En mi casa del parque Batlle había un altillo con una biblioteca que tenía de todo. Allí había libros rusos, (que los comunistas editaban en español para adoctrinar) y como en mi familia se leía de todo allí estaban. Tengo, aún, el manifiesto comunista editado en Rusia en español (lo usé tres décadas dando clases).

Cuando la vida me llevó a Moscú, me traje una valija llena de libros. Un alto jerarca del gobierno actual -que viajó conmigo- se reía de mi compra de los tres tomos de El Capital de Marx. Me decía con hilaridad: no lo vas a leer. No fue así, aprendí, con la vida, que mucho libro se adquiere para tenerlo de consulta, para ir sobre él en acontecimientos necesarios y no para leer la obra completa. El libro siempre te está esperando.

En Buenos Aires, un día en una librería encontré La Esfinge Roja firmado por Emilio Frugoni. Cuando lo quise comprar, puse cara de desidia, como diciendo: dame éste que se me antojó, cosa que el vendedor no viera mi rostro de codicia.

Los libros con los que estudié la carrera, los clásicos, están subrayados por mi. Yo subrayo todos los libros. Los anoto, les pongo color, no creo en eso de que un libro es poco menos que algo sacro a lo que hay que venerar. Mi hijo Iván se calienta con mi talante.

Ahora descubro, (hace unos años bah) que la red está llena de libros gratis. Tengo la duda de si eso está bien. No doy el paso delictivo, sería incapaz de robarle a otro su fuente de creación (yo tengo mis libros escritos y no me gusta que me afanen lo magro que se paga por ellos).

Pero estoy entrando hace tiempo en los e-book, me domesticó el mercado, son baratos, los bajás a la tercera parte del precio físico y sirven igual. Es cierto, no están a mano del todo, pero están.

Igual el libro de papel sobrevivirá como “objeto”, como coso, como cosa, como algo que tendremos siempre los de mi generación, aunque se ponga amarillo oscuro, aunque huela a humedad, aunque se decolore, aunque le pase todo eso, muchos de nosotros nos queremos morir con nuestros libros a mano.

¿Y saben la razón? Es sencilla: son amigos que nos hablan, que nos ilusionan, que nos hacen sentir vivos y que por ende nos humanizan. Son mejores que una serie de Netflix porque requieren de un viaje mental agudo, son sabios porque el que los escribió pensó un largo rato en esas ideas, son atrapantes porque suelen estar escritos por gente que sabe narrar peripecias (sean de la índole que sean).

Yo leo literatura, sociología, política, algo de ciencia -poco-, odio los libros de autoayuda, no me entusiasman los de cocina -que la gente ama- y me gustan libros raros, de asuntos que ni me imagino que son. Me atrapan los libros de las guerras, me duelen pero me engancho porque no están pensados con cabeza del presente sino que son crudos y me parece útil aprender de la barbarie para no repetirla.

Borges sería alguien a quien rescataría siempre. Tanto talento que hasta el peronista más dogmático lo tiene que admirar. Y de acá Onetti. Nadie nos entendió mejor que él. Somos Onetti no sé si nos damos cuenta.

¿Encontraste un error?

Reportar

Te puede interesar

Publicidad

Publicidad