CABEZA DE TURCO

El liberalismo posee vertientes profundas que le permiten incidir en la sociedad desde un clima de respeto cívico y apertura mental. Ninguna otra filosofía posee semejantes atributos. El liberal-humanista sabe que el ser humano es el centro de atención de todo lo que genera la sociedad, sabe también que el progreso es la clave de superación de nuestras existencias y concluye que la convivencia civilizada es el piso necesario para que el cuerpo social se desarrolle hacia la mayor felicidad colectiva.

Al liberal-humanista no le es ajena la “solidaridad”; por el contrario, la considera pilar fundamental de los valores que defiende y, para ello, el Estado y el voluntariado no son actores laterales. El Estado -en nombre de todos- y el voluntariado -en nombre de los que así se sientan convocados- son la táctica “tenaza” de Aníbal a estos efectos.

El liberalismo no posee dogmas estrictos, no cree en el conflicto de clases sociales como instancia superadora de ninguna etapa histórica, solo considera lo mejor del ser humano apostando a lo constructivo. Digamos que el liberalismo-humanista no parte de la premisa hobbesiana, más bien descree de la misma. (Sí, todo un debate). Por eso los liberales no siempre son comprendidos porque la simplificación intencional afirma que abrevan en la idea del Estado mínimo (ese es el liberal-radical en lo económico, categoría casi inexistente en el mundo actual) y así se los descalifica como “neoliberales”.

Si algo ha demostrado la crisis uruguaya de 2002, la crisis económica de 2008 en Estados Unidos y la pandemia planetaria de la COVID-19 en 2020 es que desde la Reserva Federal, pasando por el Banco Central europeo -y perforando el corazón de todos los Estados- el rol de apalancamiento que tienen, justamente, los Estados es central a las sociedades. ¿Se deja de ser liberal-humanista por acudir al instrumento del Estado como brazo solidario? Con franqueza me parece una broma de mal gusto semejante ideologización. Se confunden instrumentos con fines: el Estado nunca es un fin en sí mismo, siempre es un medio para reorientar la sociedad, es la gente la que decide libremente su destino. La COVID, quizás dentro de algunos años, nos permitirá ver como diversos formatos de sociedades y regímenes de gobierno han actuado de manera más eficaz o menos efectiva.

De alguna forma, esta pandemia nos pone en guardia como sociedad civilizada, como gente alfabetizada (de nosotros, los uruguayos hablo) y como individuos responsables.

Nótese que esto último lo acoto en el plano individual y no colectivo: la responsabilidad arranca desde lo individual para luego trasladarse al colectivo.

Todos y cada uno de nosotros tenemos que ser y hacer lo máximo para solidificar la responsabilidad que produce resultados. Es una batalla en el día a día, militando la causa de la vida de los uruguayos, sintiendo que no serás mala gente por reclamar distancia social, exigir el uso del barbijo y acotar las reuniones a números ínfimos.

Hay que tomar nota que no hay opción en lo que hacemos: o nos gana la prudencia y seguimos salvando vidas o se ingresa en un camino de baja responsabilidad y las consecuencias serán penosas. Es entonces, en la que estamos, una batalla por la vida, los que toman recaudos no son exagerados, son responsables, los otros nos regalan a todos.

Tengo hijos jóvenes y me cuesta mucha prédica que entiendan algunos de estos conceptos, quizás porque a esas edades la percepción de finitud no está presente; no lo sé, pero a los chicos hay que hablarles mucho (nosotros los padres) porque ahora con el verano será doble el desafío para no participar de lo “masivo”.

Los jóvenes del presente si se cuidan ellos, ayudan a bloquear la expansión viral hacia los más grandes. Ese es el desafío.

Cada día es la “batalla final” hasta que aparezca la vacuna, no podemos aflojar un centímetro. Ni uno solo.