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Opinión | Lacalle Pou mordiendo

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Washington Abdala

COLUMNA CABEZA DE TURCO

"El presidente supo desde el 13 de marzo del 2020 que el infierno había llegado". Por Washington Abdala

Cada país tiene su identidad y su forma de ser. Los gobernantes son la voz en alto de su pueblo, a veces lo representan con amplios apoyos, otras veces el pueblo se rebela. América tiene demasiado de lo segundo.

En Uruguay pasamos momentos difíciles. Esta pandemia que aún no finalizó pero que está siendo combatida con uñas y dientes ha tenido un motor fuera de borda que ha sido el gobierno.

Al que no le gusta esto, lamento, es lo que es y por eso no hubo desobediencia civil, enojos o clima bélico.

¿O no hemos visto lo que pasó en tantos países de la región?

La mesura, la batalla por las vacunas, el empuje por hacer los procesos transparentes y la postura del gobierno en el concierto internacional nos permite afirmar que Uruguay se ubica en un lugar en el planeta donde la “seriedad” estuvo sobre la mesa.

Y esa obsesión que tiene el presidente al estar arriba de los temas, traccionarlos y liderarlos ha sido una clave del “momentum”. Todos sabemos que el presidente está en todo y al estar comprometido con lo que hace contagia a todo su equipo.

Tengo claro que otros actores estarán también en el podio, pero todos sabemos en este país que el presidente armó la networking imprescindible para que las vacunas tuvieran red y se alcance la inmunidad de comunidad (los rebaños son animales). Hay mil pequeños detalles que algún día se sabrán de cómo se consiguieron las vacunas con arte, sigilo, militancia, persistencia, afecto de uruguayos que pusieron de sí todo su empuje y seriedad a la hora de comprometer la voz contractual del país, todo lo que permitió confiar en que Uruguay es una nación que honra sus compromisos.

El Uruguay -es solo mi interpretación de cómo somos- suele ser avaro en el aplauso a momentos históricos. Lo vimos con el Dr. Jorge Batlle: tuvo que partir de la vida terrenal para que decenas de miles de uruguayos reconocieran en él su temple ante la adversidad y su encare ante momentos dramáticos. Y no estoy escribiendo esto como una alabanza al presidente, es, simplemente, cuando se hace algo bien, con profundo sentido de servicio y mordiendo la cancha, cuando se está en la oscuridad y se llega a la luz hay que reconocerlo. Lo otro es necedad.

Por cierto varios jerarcas han sido gladiadores por detrás de la conducción presidencial y todos sabemos que dejaron la vida en esta batalla. También merecen oropeles. Y ni que hablar del GACH que todo el país sintió propio sin divisas ni cocardas partidarias. Conducción acertada y equipo aceitado. Luego el destino y a saltar el horizonte.

Por eso el Uruguay de hoy está en el mundo actual en un lugar privilegiado y volvemos a ser referencia mundial. ¡Que orgullo! Mal que les pese a muchos que no lo dicen pero que no están demasiado felices con lo que se empieza a vivir. Poca grandeza…

El presidente Lacalle Pou supo desde el 13 de marzo del 2020 que el infierno había llegado y que para salir del mal que irrumpió había que estar abierto a todo, tener un espíritu estoico, a veces actuar en solitario, tomar cortadas que no todos aplaudían, desideologizar ideas. Y mientras tanto, mantener al país en un clima de mesura, sin frivolidades, ni populismos, con “libertad responsable”, corrigiendo rutas si era necesario y procurando que la comunidad perciba que el Poder Ejecutivo nos representa a todos. Y eso es lo que siente la mayoría del país: no se pueden equivocar todas las encuestas.

Yo soy resultadista: los que no creían que se podía lograr esto, es sencillo, la evidencia habla por si misma. Y la evidencia es la vida de los uruguayos salvados. Ojalá hubieran sido más, por supuesto, pero los que se han salvado y se salvarán recordarán por siempre a este presidente que dejó todo por ellos. Y, es verdad, nada está asegurado, quizás haya bajadas en esta montaña rusa, pero si algo es claro, es que la conducción nos lleva a puerto y que el puerto es seguro.

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