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Opinión | Que no nos jodan

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niña molesta

COLUMNA — CABEZA DE TURCO 

La democracia pasa a ser el escenario donde el ganador orienta con la minoría adentro.

La uruguayidad no existe, o sí existe y hay muchas uruguayidades que sumadas dan una “uruguayidad” media. Una especie de mezcla de asado crudo, a punto y pasadito.

Los actuales políticos profesionales, varios de ellos y ellas, se extreman por ser representantes de esa supuesta identidad. Desde el lenguaje, pasando por lo filosófico, el estilo de vida, la supuesta clase social, la ropa, el relato que se tiene en en público (y en privado), todo es escrutado por el ojo Truman Show. Todos son Jim Carrey y todos van llegando a Black Mirror.

Lo que parecía imposible sencillamente es real: los mortales tapamos las cámaras de las computadoras, usamos “incógnito” en Google, desconfiamos de los teléfonos móviles que nos oyen, toda esa información es prueba “válida” en el territorio del derecho porque el día que alguien grabó un asesinato -y el reconocimiento facial dejó de ser posible a ser científicamente comprobable- ese día creció la verdad y perdió la privacidad. No se puede soplar y comer gofio (traducción para los más jóvenes: no se puede fumar un porro sin quedar de la cabeza).

Con franqueza la impostura de mostrar lo que “no son” por parte de los constructores de la imagen publicitaria (volví a los políticos), a veces resulta grotesca en algún protagonista uruguayo(a). Los publicitarios no quieren demasiado que el capitalismo los abrace, sorry. Solo si logran decodificar las claves del “deseo-necesidad”, entonces comprenden los sesgos psicosociales y así vende más Juan o Diego.

Con la política pasa igual: el producto (candidato) que se aproxima más a lo real, si tiene los atributos que la publicidad le decreta, conectará. De lo contrario la asimetría es tan horripilante que -de forma consciente o inconsciente- el receptor se espanta y hace zapping. Pasa con todo. Es el reinado del zappineo porque los niveles de atención son exiguos y la segmentación actitudinal es sólida. Ya casi no quedan productos globales que logren la magia de mantener a un abuelo y a un nieto juntos dos horas, en un mismo espacio y tiempo. Por eso el fútbol es mágico. Por eso la política ya no lo es (pero debería serlo si queremos salvar la democracia).

Claro, la política sigue siendo la “teoría del enemigo” de Schmitt (lo escribí el domingo pasado, insisto) y nos cuesta entender que hay que introducir otro paradigma para “incluir” (palabra de moda que dice mucho, no como otras que de tanto repetirlas las vaciamos de contenido).

La democracia es el gobierno de las mayorías con el control de las minorías. ¡Así nos va! ¡Es poquísimo eso! O la democracia pasa a ser el escenario donde el ganador orienta el barco con la minoría adentro, o el eterno “bloqueo” retornará como el que vemos en casi todo el planeta.

¿Uruguay será berreta o quiere jugar las grandes ligas? El Uruguay del sesenta no tuvo una clase política a la altura de las circunstancias. Luego los militares fueron el totalitarismo horripilante. La democracia remó como pudo, se reinstaló frágil en 1984, y va transitando con institucionalidad real hace más de tres décadas. Con el contencioso eterno de la Ley de Caducidad, con los tupamaros que mitologizan su rol como salvadores de la patria —cuando no fue así— y con el clientelismo de todos los partidos jodiéndonos a todos. ¡Digamos la verdad alguna vez muchachos! Es una sola “la justa”. No vale la posverdad.

Estas son algunas evidencias a tener en cuenta porque la historia no se repite, pero reedita temperamentos y gente que todos sabemos lo que buscan.

Queremos gente sana, honesta y que trabaje por todos en paz, sin la calle agitada, sin tensión, ni violencia. Ojo que hay pibes que sabemos buscan Lola. Somos boludos, pero no tanto para no ver por dónde viene la bocha. No nos jodan.

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