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Opinión |El "no" a los intelectuales

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Washington Abdala

COLUMNA CABEZA DE TURCO 

"Esto del coronavirus y las redes sociales revivieron a los Cronopios". Por Washington Abdala.

Me cansan mucho las narrativas de muchos intelectuales. Me cansan porque consideran que desde sus púlpitos pueden erigirse en jueces de lo colectivo porque leyeron tres libros o tienen algún estudio sobre entomología tibetana que consideran los habilita para hablar de todo. Me cansan, porque además, son seres que, en general, desde el individualismo más repugnante consideran que pueden despotricar contra lo que la mayoría de la gente piensa. (La mayoría -para esta gente- somos imbéciles por nuestras reacciones a la pandemia). No me refiero a especialistas y estudiosos sino a los intelectuales truchos, del perfil de esos que escribieron dos libros que leyó Mongo Aurelio y desde esa patente de corso despotrican contra “el político-gobernante”, que hace lo que puede con los recursos que maneja o contra el periodista que procura navegar en medio de una realidad que también lo agobia. Ellos y solo ellos se consideran la razón pura. Kant se les reiría en la cara.

Estos días me he cansado de ver, leer y oír “sabios”, gente que de un día para el otro dicta clases de epidemiología, conocen de virus más que nadie, mientras otros que creen en teorías “conspiranoicas” las expanden al vuelo, con cara a lo Humphrey Bogart en Casablanca donde nunca se le movió un músculo de la cara.

O sea, si antes estábamos llenos de chantas, esto del Coronavirus y las redes sociales revivieron cronopios y los reprodujeron igual que al virus. Cualquiera escribe algo y es viral. Cualquiera dice algo y arma bardo. Y cualquiera enloquece a todos de manera sencilla. Por eso también, hay tanto temor.

No estoy seguro que la mayoría estemos entendiendo lo que nos rodea. Nunca es fácil saber lo que nos pasa, cuando además cada uno de nosotros somos el centro del universo, pero estaría bueno hacer el esfuerzo por mirar con generosidad, amplitud, inteligencia y paciencia lo que nos envuelve para entender mejor el presente.

Hay que salir del “uno” para entender el total, sí, Ortega y Gasset siempre, el yo y sus circunstancias, y estas segundas nunca son un asunto baladí, son las que determinan al yo.

¡Ojo! Nadie tiene la bola de cristal, pero tampoco está el horno para creer que se puede afirmar cualquier asunto o que existen soluciones mágicas a lo que vivimos. Si algo hemos moderado en estos días es la paciencia, la templanza y la mesura. Es sencillo, hemos vuelto a los griegos, sin saberlo, estamos manejando los atributos que muchos pensadores griegos entendían como vitales para la existencia humana. No es menor eso. Ya casi nos habíamos creído el mundo idiota del consumo frenético, del amor al “popular” sin talento y de lo frívolo como acto relevante.

Sócrates se cansó de hablar de estos menesteres. Y no es historia antigua, tiene que irrumpir una revolución como la que estamos viviendo (¿o como se llama esto donde los cambios son dramáticos en nuestra forma de socializar?) para entender que la sabiduría es a partir del conocimiento interior, para luego compartiendo con el otro superarnos en la materia que sea. Pero sin conocernos a nosotros mismos nada será posible porque sin siquiera entender al bicho que habita adentro nuestro jamás podremos comprender al resto de la manada.

Como tantos asuntos, toda desgracia trae su lección implícita. Ahora todos valoramos lo que teníamos porque como nos estaba dado, era nuestro “derecho” nunca imaginamos que su falencia sería tan imponente. Y las falencias siempre son así, cuando falta el pariente, cuando se quiebra un vínculo emocional, cuando perdemos parte de la libertad (en este caso en aras de un bien superior como la vida) uno termina por advertir que todo es mucho más simple. Y sobre lo sencillo siempre hay que volver. Todo está allí. Sin misterios. Así que ya aprendimos, una vez más, cual es el camino. A seguirlo recorriendo.

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