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Opinión | El poder y la gente

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Washington Abdala

CABEZA DE TURCO

"Ya falta muy poco para ver quién baja mejor las cartas". Por Washington Abdala.

¿Cómo definimos al poder? Hay diversas escuelas del pensamiento que procuran sistematizar el tema. Todas interesantes, todas contradictorias. Hay que optar: los seguidores de Max Weber sostienen que se parte de cierta obediencia intrínseca -ante el poder (legal y legítimo)- por lo que no hay que decirnos lo que debemos hacer dado que el poder per se connota como debemos actuar. No es que alguien emita explícitamente órdenes, las sabemos. Ejemplo obvio: la luz roja implica “pare”, si cruzo con la luz roja es porque desafío al poder y me someto al riesgo de la sanción.

El poder sabe que es la luz roja. Sabe que no tiene necesidad de avisarle a todo el mundo su potencialidad.

El presidente del Francia el 14 de julio con su acto popular y las calles llenas de gente vitoreando “viva la república” nos ilumina al respecto. El contexto, los símbolos, las formas, son todos asuntos del poder que hablan más que la propia narrativa o el discurso mismo.

El poder, además, permite cierto juego de complicidad con los que lo aceptan. Quien maneja poder dialoga sin explicar toda su narrativa, sus actos hablan por él o ella, hay guiños y hasta sus silencios son mensajes.

Los weberianos además creen que el asunto del poder corta de manera transversal a casi todas las actividades humanas. No es que lo diga de manera abierta Max Weber pero se infiere de sus “formas de dominación” que eso es así. De alguna forma un ícono deportivo o un artista de cine masivo maneja una cuota de poder relevante, significativa e influyente en la sociedad.

¿Qué está pasando en el presente con relación al poder? Yo diría que ahora es más fugaz, más voluble, menos previsible, se dispara desde cualquier plataforma masificadora y los clásicos caminos del poder (histórico) están siendo superados por nuevas rutas de enganche con la gente que son completamente revolucionarias.

Algunas las conocemos por las redes sociales del presente, otras no tenemos la menor idea por donde se vendrán. Pero ya no son la televisión, ni la radio los dueños de la pelota, un tweet o diez trolls montan un lío en un ratito.

Nunca existió en la historia de la humanidad tanta información acumulada de lo que somos, de lo que tenemos, de lo que padecemos, de nuestra expectativa de vida, de nuestro potencial como orientadores del mundo y nunca estuvimos en un punto de bloqueo -como el que aparentemente podemos ingresar- si las regiones geopolíticas no descomprimen sus nacionalismos y empiezan a tejer puentes más flexibles.

Es una película que (algo distinta por el pasaje del tiempo) ya vimos cuando cada uno se abroquela en su barrio geopolítico y cree que puede tirar la llave del castillo por la ventana. Alguien derriba el castillo. El siglo pasado es elocuente en esto.

Los nuevos líderes del planeta, que están emergiendo por estas horas, saben que viene un época de cooperación, de sinceramientos, de mayor transparencia y de “confianza”. Y estas variables no deberán jugar desde lo ideológico, solo se ganará el respeto de sus conciudadanos si entienden que las claves son: ganar y ganar para sumar. En el presente el que juegue al zorro pierde. Se cansó el planeta de zorros. Ahora pide frescura, frontalidad, respeto y resultados.

El nuevo poder planetario entonces irá por allí, en poco tiempo veremos como luego del final del Covid quienes actúan con visión de respeto, de libertad y de mesura.

Veremos también quienes integran el club de los que apuestan por superar “el conflicto” sin mirar lo menor y prestando atención a objetivos superiores. Y veremos quienes se atrincheran creyendo que estamos en 1950. Ya falta muy poco para ver quien baja mejor las cartas.

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