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Opinión | ¡Felicidad para todos!

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Washington Abdala

COLUMNA CABEZA DE TURCO

Es pura intuición, no tengo cómo sostener lo que afirmo: creo que a Uruguay le llegarán momentos de superación y chances de ser mejores con nosotros mismos. Por Washington Abdala.

Llegamos, costó, pero llegamos. Ahora viene fin de año, las ingestas de comida en exceso, alguna copa innecesaria que se cuela, el afecto de la familia, algún amigo que ya no está, otros que han llegado y la vida en su máxima expresión que se vive a pleno por estos días. Se decreta: felicidad. Los que están, seguimos. Los que se fueron, los recordaremos, ellos viven en nosotros. Nadie se va para siempre, solo se van los que merecen que nuestras mentes los destierren.

Hacemos listas de lo que vendrá y queremos resolverlo todo -los más grandes que cruzamos algunas tormentas de todo tipo en la vida- sabemos que es minuto a minuto el juego. El resto vaya uno a saber cómo vendrá.

Papá Noel, además, ya no emerge tan regalón como antes, su trineo es de titanio y litio, el tipo es vegano, está en Google, tiene tatuajes y manda los pedidos infantiles por Amazon.

O sea, el mundo cambió, y cambió mucho, y con él todos nosotros que estamos en medio del maremoto planetario vamos cambiando o nos arrastra la realidad. No hay día en que la tensión no sea monumental en montones de sociedades y la nuestra -que no es la excepción- ha vivido momentos de locura increíbles. Y la empresa no perdona un momento de locura, jamás. (Sí, la magnífica obra de teatro lo preanunció todo).

Es pura intuición, no tengo cómo sostener lo que afirmo, pero es un sentimiento que vivo: creo que a Uruguay le llegarán momentos de superación y chances de ser mejores con nosotros mismos. El tren siempre pasa una vez, por lo menos.

A veces, nuestro sentido autodestructivo, cierto canibalismo criollo y una soberbia travestida de humildad genera lo que hemos sido: una aldea que se la cree. Y los que se la creen siempre “cobran” porque la vida emboca al soberbio, demora más o menos el castigo, pero siempre lo sacan de pista. La gente sabe bien quién va por la gloria egoísta y quién está al servicio de sus convicciones. Todo se sabe al final de la noche. No somos tan giles los uruguayos.

La única forma de dejar de ser “aldea” y pasar a la categoría de lo “civilizado” es ambientar una sociedad plural, trabajadora (repito: trabajadora) y convencida que desde allí se crece en este mundo semi-capitalista del presente donde no siempre los mejores llegan a sus metas sino los más “aptos”. Una vez más Charles Darwin nos sigue enseñando el camino. Y si lo complementamos con Yuval Harari con su Sapiens entenderemos cómo todo son “narrativas” que nos pasamos unos a otros. El que convence gana, luego tiene que mantener los platitos chinos en equilibrio y aumentar algunos de ellos. Esa metáfora berreta se parece mucho a la vida.

Si logramos -como país- entender nuestro rol en el planeta, si no aspiramos a ser lo que no seremos jamás, pero tampoco ser una voz corifea escondida detrás de las barras de turno, en una de esas logramos ser lo que alguna vez fue este país y salimos por fin del club de la mediocridad donde hemos reinado con soberbia grisura (y el asunto no es político, es mucho más delicado, ojalá fuera solo político porque se cambiaría con un toque, es mil veces más complejo el desafío que tiene el país por delante: es de encare existencial, cultural y de lo que queremos ser como nación).

Les deseo a mis lectores un gran año. Mis estimados lectores saben que esta columna es peculiar: escribe de la vida, del humor, de la realidad, de lo que somos, a veces en serio, a veces con enojos, algunas veces hace algo de literatura, otras politología y otras tantas es una bitácora existencial con el rumbo de lo que vivimos. Los que la siguen, son gente con la que nos parecemos mucho y además tenemos ganas de vivir con “pasión” las jornadas en las que estamos. Brindo y agradezco por ello, tengamos templanza y virtud para todos. El resto ya no es asunto de nuestro dominio. ¡Felicidad!

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