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Opinión | El verdadero enemigo del pueblo

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Washington Abdala. Foto: Archivo El País
Nota a Washington Abdala, abogado, politico, profesor y escritor uruguayo perteneciente al Partido Colorado, en su domicilio de Montevideo, ND 20171110, foto Marcelo Bonjour - Archivo El Pais
Marcelo Bonjour/Archivo El Pais

COLUMNA CABEZA DE TURCO

"Hay dogmáticos de derecha, de izquierda y de centro". Por Washington Abdala

El pensamiento dogmático es más común de lo que nos imaginamos. La mayoría de los que consideran que sus ideas, sus filosofías, sus formas de entender el mundo o sus credos son los mejores, poseen un componente de dogmatismo insoportable en sus mentes. El que cree que su pensar es superior no lo expresa abiertamente para evitar reprobación y así trafica en forma falaz una postura engañosa con pose de mente abierta.

El dogmático, por lo general, relativiza cuando le demuestran con evidencia empírica lo que no quiere reconocer porque es errado. En el fondo, su mente funciona así: “Yo sé que mi cosmovisión tiene puntos débiles pero como a las otras las considero miserables, tengo que defender lo mío, mi territorio y si tengo que faltar a la verdad lo haré”. No es obtuso entonces, no se confunda el lector: el dogmático sabe perfectamente cómo son las cosas.

Es así que terminan justificando violaciones de derechos humanos, afrentas al estado de derecho y situaciones horripilantes porque consideran al otro “demonio” mucho peor o explican “contextos” que les permiten afirmar semejantes ignominias.

Busca pruebas “circunstanciales” para sostener su relato porque sabe que en la discusión central, cuando lo acotan con la verdad, está encerrado. Por eso los dogmáticos suelen jugar con falacias de todo tipo y las aplican con habilidad para sostener que el equivocado es el otro, aunque ellos terminen justificando lo injustificable. Para los dogmáticos siempre el que hizo algo nefasto es mostrado como víctima y focalizan su atención en otro victimario que no debería ser el centro de atención temática. Maniobra distractiva elemental. El ingenuo cae en la trampa.

Los dogmáticos suelen ser gente que necesita formar parte de un conglomerado que le permita asumir un sentido de pertenencia especial. Están en política, en filosofía, en clubes de lo que sea y en la esquina de tu casa. Y consideran, por alguna razón misteriosa, que sus visiones son las correctas, por eso se permiten ser autoritarios y violentos: se creen portadores del monopolio de lo válido.

El dogmático no pierde tiempo en pensar que el otro puede tener razón. Ni siquiera se lo plantea. Concibe la vida desde su mirada y desde allí lanza sus dardos, convencido de que vive en guerras santas. Es un violento retórico, aunque puede disimularlo con campechanismo; sin embargo, al rascarlo hay un resentimiento descomunal. El mundo siempre estuvo poblado de falsos Mesías.

Los dogmáticos cansan. Todos ya sabemos su mensaje y uno tiene paciencia pero hasta cierto punto, porque al final, el dogmático no lo sabe, pero aburre, es tedioso, repite su cantinela más o menos previsible y nunca se desmarca de su estrechez mental. Está lleno de revoluciones en el mundo inspiradas por estos personajes. Luego la sangre a borbotones. Y ellos chochos. Y sí, hay dogmáticos de derecha, izquierda y centro.

Lo particular de los dogmáticos es que se consideran seres de luz, lúcidos, militantes de causas nobles, avanzados, con miradas potentes y se autoperciben con un sentido justiciero de la vida. Se comieron toda la película y viven en una nube. Su última ratio les permite justificar alguna forma de violencia real, allí es cuando se pierden y el detector de letalidad les mete una screenshot.

En todas las épocas existieron dogmáticos y siempre han sido un mal negocio para la humanidad. Siempre han aplaudido lo vergonzante, siempre han tenido exceso de odio en sus almas como motor a tracción de su activismo y han sido necios.

El dogmático es un tipo que posa de conocedor pero es cerrado y vive abroquelado en sus cimientos de guerra. Porque el dogmático, comprendámoslo, vive en pie de guerra. Su guerra es incomprendida por el resto de los humanos que no calificamos al advertir al enemigo en toda su ponzoña y miseria. El dogmático -como cree que advierte más allá que los demás- considera que no hay adversarios sino enemigos. Sin embargo, el dogmático es el verdadero enemigo del pueblo.

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