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Opinión | El capitalismo de la vigilancia

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Washington Abdala. Foto: Archivo El País
Nota a Washington Abdala, abogado, politico, profesor y escritor uruguayo perteneciente al Partido Colorado, en su domicilio de Montevideo, ND 20171110, foto Marcelo Bonjour - Archivo El Pais
Marcelo Bonjour/Archivo El Pais

COLUMNA CABEZA DE TURCO

"El Estado corre de atrás de esta corporatocracia dominante". Por: Washington Abdala

Somos el zoon politikón. Eso no es de hoy. La política es relevante para todos, para los que creen en ella, para los que la ignoran y hasta para los que despotrican contra la misma. Los que la estudian creen advertir modelos o paradigmas que permiten efectuar comparaciones entre sí y, de esa forma, inferir cuál es el mejor sistema para un momento dado.

Hoy se vive un mundo de presiones dentro del capitalismo como nunca habíamos conocido. Básicamente porque el capitalismo ya no es básicamente industrialista sino que ahora es hijo del conocimiento en la red.

Los proletarios van desapareciendo (mutan por otra clase más instruída) y la dominación (al decir de Max Weber) empieza a ser desde lo digital. Lo que no impide que la producción industrial siga estando en todos lados pero controlada desde lo digital.

Lo que ahora hace el capitalismo para mantenerse firme y seguir dominando es recopilar datos, procesarlos y, desde ese pináculo, va desde el productor masivo de bienes de consumo al propietario de toda la información que conducen los sistemas. Acá es cuando se ingresa en una zona delicada porque —como bien lo sostiene Shoshana Zuboff— empiezan a apropiarse de “derechos” que no son un asunto de su competencia. Las ideas de Zuboff son removedoras porque centra su atención en los “activos de vigilancia,” el “capital de vigilancia” y el propio “capitalismo de vigilancia”.

En los hechos, en la medida en que las corporaciones se apropian de datos que informan sobre conductas de la gente (y así saben lo que “quiere” la gente), pueden predecir comportamientos, casi sabiendo lo que hay que venderle, justamente, a los “mercados a futuro del comportamiento”.

Si no fuera porque yo mismo navego por la red y veo a mi algoritmo sugerir, mostrar, insistir y molestarme con algunos de los asuntos que me gustan, el lector podría estar creyendo que esto es Isaac Asimov o la última película de George Clooney en Netflix (mala).

Sin embargo, no lo es, como bien lo señala Shoshana en su último libro la Era del Capitalismo de la Vigilancia (que fue libro preferido de Barack Obama), lo que se vive, es un tiempo donde aumenta el impulso hacia la extracción de datos por todos lados y existen experimentos de diversa índole que se llevan a cabo sobre consumidores que casi nunca somos conscientes de eso.

Esto, escrito hace cinco años, sonaba a traición a la democracia digital y a la idea libertaria de la misma. Hoy resulta evidente que algo complejo está pasando allí. Las pruebas son demasiadas y las dudas son enormes.

El Estado corre de atrás de esta corporatocracia dominante. La corporatocracia detecta los comportamientos que tendrá el consumidor y lo atrapa como un ratoncito en búsqueda del queso. ¿O no vemos todos los días como estas plataformas tienen más “inteligencia” que los propios Estados? ¿O no advertimos que cada clic, cada foto, cada entrega de nuestra privacidad es usada —con o sin nuestro consentimiento— para estudios sobre psicología comportamental?

Las cámaras permiten una fidelidad tan enorme que desde ellas se estudia la gestualidad, lo que connota la misma y hasta nuestras costumbres y periplos diarios. Parece orwelliano solo que es verdad.

Por eso, en el Congreso de los Estados Unidos están tan preocupados con el poder real que tienen estas plataformas y por eso las visitas a las comisiones del parlamento norteamericano no son instancias agradables para los propietarios de Facebook. Ya todos saben que el poder concentrado allí es inmenso.

Lo grave de este presente es que los consentimientos, la autonomía de la voluntad, dijera mi maestro Jorge Gamarra, no se presenta, se produce una especie de contrato de adhesión en el que para acceder a ciertos servicios tengo que entregar el alma como en el Fausto de Goethe. No es que esto será apocalíptico, esto es la realidad y no tenemos claro como manejarla. Ese es el problema: un asunto que atañe a la libertad y a la democracia.

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