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Opinión | El capitalismo en estado puro

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Washington Abdala. Foto: Archivo El País
Nota a Washington Abdala, abogado, politico, profesor y escritor uruguayo perteneciente al Partido Colorado, en su domicilio de Montevideo, ND 20171110, foto Marcelo Bonjour - Archivo El Pais
Marcelo Bonjour/Archivo El Pais

COLUMNA CABEZA DE TURCO

"Los que despotrican contra esa matriz económica no han encontrado otra que la supere". Por Washington Abdala.

El capitalismo vive en países con democracias plenas, en democracias limitadas y sin ellas perforando el tejido epitelial que va encontrando. El anhelo por los bienes de consumo es un dato de la realidad. Los bienes de consumo implican la satisfacción de necesidades humanas. Esas necesidades no se inventan, existen (Peter Drucker).

A esta altura de la historia el “neoliberalismo” ya es una expresión vacía. No es lo mismo el neoliberalismo que el capitalismo. Al neoliberalismo se le usaba para mostrar a los que parecían privilegiar al mercado sobre el Estado y decían creer en sus bondades terapéuticas. Los neoliberales eran personajes dilectos de las fases finales de la post-revolución industrial. Sin embargo, muchos neoliberales fueron prebendarios con el Estado. En los hechos, creían en un Estado que los solventara a ellos. (Era cualquiera, eso).

El capitalismo, en cuanto sistema económico, ha demostrado que se instala en casi todas las sociedades. Lo hace por las buenas -con el consentimiento del poder- o lo hace por las malas, infiltrándose y perforando los cimientos del sistema.

Es que el capitalismo solo es negado por algunas élites de manera formal aunque ellas mismas -cínicamente- lo usen en su propio beneficio. (El capitalismo primario igual se introduce en todas las sociedades. El do ut des del derecho romano no es el trueque, es la esencia del dar para recibir, es el intercambio de cosa, tiempo y cosa).

Por eso, este “tiempo” de pandemia nos demuestra que el capitalismo sigue presente y dentro de él es donde surgen respuestas.

No solo por gloria, no por un único sentido de superación humana -que también está presente, sino por reglas internas del propio capitalismo en su versión de aumento de ganancias y producción de riqueza. La justa.

Los laboratorios, las empresas farmacéuticas y los complejos químicos, no son solo productores de medicamentos o vacunas, son básicamente empresas multinacionales que concentran un poder relevante en el planeta entero, por lo que movilizan como capital real, por las inversiones que realizan y por lo que se refleja de ellas en el mundo financiero en sus cotizaciones dentro del mercado bursátil. Al más confiable se le capitaliza. Desde las vacunas de la polio, pasando por la penicilina, sobrevolando los medicamentos contra el sida y llegando hasta las vacunas de la COVID, todo se hace con vocación hipocrática de respuesta biológica y con vocación capitalista de enriquecimiento accionario.

Esa es la realidad, las dos caras de Jano están en la misma moneda: por un lado, lo magnánimo y generoso, y por el otro, la adquisición de beneficios o utilidades.

Lo interesante -dentro de lo doloroso que nos toca padecer- es que los que despotrican contra esta matriz económica nunca han encontrado otra -mejor- que la supere. Ni los regímenes cerrados de mercados autárquicos (que no lo son), ni los sistemas de planes económicos quinquenales (todos fallidos), ni los aislamientos por región geopolítica, nada, absolutamente nada ha funcionado en el plano económico excepto el capitalismo y sus variables de intercambio comercial en cuanto modelo económico succionador de financiamientos para nuevas respuestas de la “necesidad” de la sociedad.

Esto no es menor porque los regímenes democráticos -en ciencia política nos cansamos de cruzar las variables políticas con las económicas- cuanto más abiertos son, más chance tienen de producir movilidad social ascendente y lograr que una generación alcance metas que en otros lugares requieren de tres generaciones.

El mundo del 2021 será mejor que el doliente 2020. Empezaremos a vivir remontando la montaña, pero aún falta un poco más, por eso sepamos que las reglas están allí, que no se inventan, que no son lo que se desea sino que son lo que son. O las entendemos o pagaremos por su incomprensión. Y no debe liderar estos asuntos solo el Estado: es la gente la que decide lo mejor para la propia gente en términos de convivencia social. Mis lectores lo saben: no existe la magia, existe sí conocer los trucos que usa el -supuesto- mago para mostrar sus “magias”. Quien los conozca antes adivina el acertijo. El distraído pierde y mira con la ñata contra el vidrio.

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