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"A los niños no hay que darles todo digerido"

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"La narrativa es más cerebral y la poesía más emocional", dice el autor sobre el proceso creativo. Foto: Francisco Flores

Primero nació el lector. Y el escritor fue creciendo de a poco, a fuerza de constancia y reconocimientos. Autor de poesía, narrativa e infantil, apuesta a que la literatura brinde placer.

Horacio Cavallo habla bajito, como pidiendo permiso y pensando cada palabra. Se siente —y describe— distinto a aquel que fue, sobre todo al alumno inquieto y conversador de la escuela N°11 de Jacinto Vera, el barrio que lo vio crecer jugando en la calle "con los pibes". Resopla una risa cuando dice que era un estudiante "mediocre" ("qué duro ese juicio", agrega), pero que el gusto por la escritura estuvo desde siempre. De hecho, en su memoria aparece el recuerdo de ser el que "intercambiaba" redacciones por trabajos de matemáticas y otras "ciencias duras". Y aquel gran logro: haber entrado a primer año sabiendo leer y escribir.

En el camino, Cavallo (39) quiso y soñó con ser titiritero, profesor de Educación Física y, por qué no, músico. Así surgieron sus primeras líneas, sus primeros versos. "Escribía letras para algún día poder cantarlas", recuerda. "Eran muy primitivas, al principio en inglés, emulando a los Beatles de una manera muy precaria". En aquella suerte de catarsis adolescente aparecían las historias de barrio y los dilemas del liceo. En definitiva, las cosas que le pasaban —y le importaban— a él. Sin atarse a un estilo o género, con los años su producción supo tomar forma de poemas, cuentos, novelas y, más recientemente, obras para niños. Pero esa característica, la de volcar en el papel su mundo interior, se mantuvo como una constante.

Cuando no está escribiendo, dicta talleres, atiende en la librería Purpúrea de la Plaza Fabini o agarra algún trabajo zafral. Cada tanto, como le ocurrió la semana pasada en el marco de la 17° Feria del Libro Infantil y Juvenil, presenta una nueva obra. Esta vez fue El diario ínfimo de Nicolás, que cuenta las aventuras de un niño "que es un Torvosaurus y tiene por hermanos una cucaracha y un orangután". Para octubre, en tanto, tiene prevista la llegada de Los dorados diminutos, obra que comparte con el ilustrador Matías Acosta y que le valió un premio de los Fondos Concursables.

Sin embargo, a Cavallo todavía le "cuesta" decirse escritor. Con sonrisa tímida, admite que es un tema personal. Busca razones. Y las encuentra: "Capaz porque es una palabra que está cargada, que uno siente como tan importante desde que es chico... Asignarse uno mismo eso me parece un disparate, no me siento cómodo. Si tiene que ir por ese lado, digo más escribo que soy escritor".

Ritos y constantes.

Desde hace casi diez años Cavallo lleva un diario donde registra la vida de su hijo Genaro (10). Allí anotó las primeras palabras y comidas, sus gustos, los regalos de cumpleaños, el primer día de clases, las vacaciones y también —aunque menos— alguna pelea. Lleva 550 páginas que son una forma de luchar contra el olvido. Pero también una arista más de esa conducta entre rutinaria y compulsiva de escribir. Sin locas pasiones. Sin grandes maestros. Lenta, segura, constante.

Con 20 años, algunos textos escritos y una autoestima "medio derrumbada", Cavallo llegó a un taller literario en la Casa de la Cultura del Prado con Walter Ortiz y Ayala como profesor. "El primer año me había anotado en percusión, el segundo en dibujo y pintura… ahora me doy cuenta de que lo mío era la imposibilidad de mostrarme, se ve que quería hacer el taller literario, no me animaba y entonces me anotaba en cualquier otra cosa". Además de todo, tenía "un miedo terrible". Los elogios de un docente poco complaciente hicieron la diferencia. Le dieron el empujón que andaba precisando.

A partir de allí mudó una máquina de escribir de su padre a su dormitorio, en el altillo de una casa antigua donde aún viven los Cavallo. La escritura se volvió "más ritualista" y la lectura "más fuerte". "Quería generar un pequeño mundo propio en el que empezaba a moverme y me sentía cómodo. Tenía mis cuadernos y mi bibliorato, no era que escribía y nada más, sino que ahora escribía con el fin de ir haciéndolo cada vez mejor".

Entre los 21 y los 26 años produjo tres novelas. "Las escribía, me daba cuenta de que había que corregir, que en aquel momento no me gustaba mucho, y hacía otra". Oso de trapo (Premio Municipal de Narrativa, 2007) es de esa serie y fue la primera en ver la luz. Más adelante editó Fabril (Premio Fondos Concursables, 2009). "Creo que todas me sirvieron para escribir mejor la que venía después". Su primera obra publicada, sin embargo, fue el poemario El revés asombrado de la ocarina, Premio Anual de Literatura del MEC y editado en 2008.

—Tu obra alterna poesía, narrativa e infantil. ¿Cómo es el proceso creativo?

—Es todo un tema saber cómo viene, todavía no lo tengo muy claro... La narrativa la siento un poco más cerebral y la poesía un poco más emocional, aunque no creo que la poesía sea solo emoción y la narrativa solo cerebro. La poesía irrumpe, y muchas veces la narrativa la busco. Aunque ahora estoy escribiendo menos poesía, me gusta el discurso poético. Me sigue gustando más allá de que en términos comerciales se la sigue viendo como inviable.

El punto de partida, dice, es siempre el mismo: una imagen, una sensación, una "frasecita" que lo lleva a algo. Sea lo que sea, Cavallo la anota en una libreta que lleva consigo a todas partes. "Si es una frasesita que funciona como un verso seguramente vaya para el lado del poema. Si se pueden ir sacando más cosas probablemente lo trabaje como un relato o incluso puede ser el punto de partida de una novela".

Padres y lecturas.

Si piensa en su infancia, Cavallo piensa en su padre leyendo. "Creo que el vínculo con los libros tiene que ver con la identificación", reflexiona. Sin embargo, en su casa no había muchos. Y los que había, se guardaban en una cómoda de cajones. "En un lugar más propio de la ropa que de los libros, no estaban a la vista, salvo El tesoro de la juventud, que era el único que tenía su mueblecito propio", recuerda.

La figura del padre —desde lo abstracto hasta el suyo y su propia paternidad— marcó en todo sentido su producción. Uno de los ejemplo más claros es Invención tardía, una novela de 2015 que narra el periplo de un joven que hurga en la vida de su padre, un escritor fallecido prematuramente en un accidente pero con una obra valiosa. "Me gustaba la idea de alguien que fuera construido por varios. Una persona es esa persona pero a la vez es lo que cada uno proyecta o cree que es. En este caso era reconstruir a alguien a partir de lo que había escrito, de su literatura".

Además, fue gracias a su hijo que Cavallo incursionó en la literatura infantil. "Le empecé a contar historias inventadas y con el tiempo me pareció que las podía llevar a otro plano. Creo que tiene que ver con esa vuelta a la infancia que significa la paternidad". En esa aventura, Genaro es el crítico más duro. "Con esta última me dijo: Está bastante entretenida, puede que te vaya bien". Antes, habían hecho una "a medias" El perro fantasma de Maxi Tellier, donde el niño dio la idea y el padre la ejecutó. Los derechos de autor, claro, fueron compartidos. En El diario ínfimo de Nicolás los recuerdos de su infancia y la realidad de la de su hijo conviven y se mezclan en el relato.

"Me interesa hacer una literatura que sea para niños pero que no sea restringida, que no tenga un lenguaje bobalicón", dice. "No me interesa pensar en los niños como que hay que darles todo digerido, no creo que uno tenga que subestimarlos haciendo todo bien sencillito. La buena literatura infantil es universal, la disfrutan tanto los adultos como los niños", opina.

Más allá de sus gustos y preferencias, más allá de su tarea educativa en escuelas o como vendedor en Purpúrea, es defensor de que los niños elijan lo que leen. "Hay que hacer hincapié en que al niño le guste el libro, aunque uno diga Ahh, mirá lo que es esto. Uno no puede pretender que el niño lea lo que uno le daría o lo que a uno le gustaría. El vínculo con la literatura tiene que ser de placer. La esperanza es que tenga el encuentro con el libro, que aparezca ese que le abre la puerta al placer de la lectura. Y que va a hacer que después vaya por más".

En busca de inspiración.

"Hay tres razones por las cuales estoy seguro de que mi hermano Andrés está emparentado con las cucarachas". Así comienza El diario ínfimo de Nicolás, el nuevo libro infantil de Horacio Cavallo. Y aunque él argumenta que las referencias a Franz Kafka y su Metamorfósis en este caso son casuales, la impronta del checo ya se había colado en sus relatos para adultos, sobre todo en Fabril.

Igual que le ocurrió con la lectura, a la hora de escribir Cavallo no reconoce un único maestro. De niño, disfrutaba yendo a Ruben a canjear revistas y libros junto a su hermana Larissa. "Volver los domingos con los libros que había canjeado me generaba un placer enorme, dejarlos ahí y saber que tenía esa lectura asegurada". En la escuela conoció a Horacio Quiroga y Paco Espínola. Cuando pudo elegir, se dejó cautivar por la literatura de terror. "En ese afán compré un libro de varios autores entre los que estaban (Jorge Luis) Borges y otros consagrados, pero lo compré sin saber...". Algo parecido le pasó cuando eligió las obras completas de Edgar Allan Poe y el ejemplar traía un prólogo de Julio Cortázar. "¡Y yo no lo tenía a Cortázar todavía!". De los uruguayos, uno de sus favoritos es Henry Trujillo.

SUS COSAS.

Los premios.

"Está bueno que reconozcan el trabajo que hacés, y también vienen bien por la plata", dice Horacio Cavallo sobre los premios que, en su carrera, han sido muchos. Además de ganar varios Fondos Concursables, en 2014 recibió el Premio Morosoli de Bronce en Narrativa y en 2015 el Premio Nacional de Literatura del MEC por El silencio de los pájaros.

Su primer libro.

Uno de los primeros títulos que recuerda es Ami, el niño de las estrellas, una historia llena de aventuras y fantasía que alguna vez le leyeron en la escuela. "Y se ve que me quedó ahí como un resabio de un momento de placer". Tiempo después se cautivó con Superchicos, un bestseller norteamericano que compró en un puesto de canje de usados.

Allá en el Sur.

Conoció Niebla, un pueblo cerca de Valdivia, en el Sur chileno, gracias a una invitación para presentar Figurichos, el libro para niños que hizo con el ilustrador Sebastián Santana. "Si supiera que me voy a morir, ese es un lugar donde me gustaría hacerlo", dice y ríe, consciente de lo oscuro de su pensamiento.

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"La narrativa es más cerebral y la poesía más emocional", dice el autor sobre el proceso creativo. Foto: Francisco Flores

HORACIO CAVALLODANIELA BLUTH

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