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"A la murga le gusta el lugar de lo prohibido"

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Lucas Pintos, un murguero que lleva el Carnaval en las venas.

LUCAS PINTOS

Es una de las figuras jóvenes del Carnaval y dirige la murga Cayó la Cabra. Lleva el tablado en las venas y piensa que el cuplé es una herramienta para hablar de lo nuestro.

Lucas Pintos, un murguero que lleva el Carnaval en las venas.

"Mi viejo era el payaso Pelusita, el de la tele. Yo crecí con eso ahí, todo el tiempo", dice Lucas Pintos (31) con llaneza, como si eso explicara buena parte de su vida. Y algo de eso hay. Lucas es hoy una de las jóvenes figuras emergentes del Carnaval y en su rol de director de murga, uno distinto, que suele transgredir las reglas a veces demasiado rígidas de la tradición murguera. Lucas Pintos sigue de algún modo la tradición de su padre, Juan Carlos Pintos (76) en la vida civil, pero con la nariz colorada y el pelo anaranjado, conocido por varias generaciones como el payaso Pelusita que salía en el Show de Cacho Bochinche. Pelusita también hacía tablados como tal o como parte de alguna murga, o un grupo de parodistas y, claro, Lucas su hijo, iba a verlo. "Mientras muchos veían al padre, yo que sé, ponerse un traje y corbata, yo lo veía pintarse y salir en la tele", recuerda Lucas.

Y eso lo marcó. Payaso, murguero, músico. Lucas dice que la murga es algo así como la banda de sonido de su vida. Tal vez por eso le sale con total naturalidad darles el tono correcto al coro, marcarles las entradas y los cierres, como si hubiera nacido para estar adelante de "la cuerda". La murga Cayó la Cabra tiene una década, el tiempo que lleva Lucas como murguero. Tenía 19 años cuando se acercó por primera vez al grupo. No estaba en sus planes ser murguero, en realidad se preparaba para ser jugador de fútbol. Era lateral izquierdo de Miramar Misiones. Pero la magia carnavalera lo atrapó.

¿Cómo se hace un murguero? La historia de Lucas Pintos responde bastante a esa pregunta.

En la sangre.

Sus primeros recuerdos son del desfile de Carnaval. Conserva algunas fotos que lo refrescan, se lo ve de la mano de su padre desfilando por la principal avenida.

Con sus amigos jugaban a armar escenarios y a cantar estrofas de alguna murga, o a hacer de parodistas. "Crecí con eso como sin saber que lo tenés adentro, es como que te acompaña, es tu sonido desde la niñez", dice Lucas.

Creció con eso y con la televisión como el lugar más seguro en el que encontrar a su padre. La hora de Cacho Bochinche era sagrada. Sin embargo, era muy poco lo que él y sus hermanos veían a su padre. "Pelusita" tenía largas jornadas de trabajo, y cuando terminaba en el canal continuaba en las fiestas infantiles. No paraba.

Y el otro amor fue el fútbol. De los picaditos en la calle a las prácticas en el club de baby fútbol. Más adelante, cuando empezaba a parecer que podía haber una carrera, pasaría a Villa Española. Y a un escalón de convertirse en profesional jugaría en Miramar.

"Jugaba de volante por izquierda, era bueno, pero no me gustaba mucho entrenar y es fundamental para el deporte", recuerda. La práctica y el liceo empezaban a plantearle un conflicto, hasta que un buen día le dijo a su madre que abandonaría los estudios para dedicarse de lleno al fútbol. En el equipo tuvo compañeros de la talla de Sebastián "Papelito" Fernández, Palito Pereira o Damián Frascarelli.

Era una época intensa. Había conocido a una chica marplatense y pronto se convirtieron en pareja. Lucas viajaba regularmente a Mar del Plata para verla. Hasta que un mal día se rompió el noviazgo. "Quedé planchado", recuerda.

Por ese entonces vivía en el barrio Porvenir, cerca del Cilindro. Tenía unos amigos que iban a un taller de murga en La Teja y los acompañó un par de veces. En ese lugar también conoció a una chica de Neuquén que se había hecho fanática de la murga y fue la primera que le comentó que había una que buscaba gente.

"Me acuerdo que le comenté a mi vieja y me llevó hasta la puerta, me dejó como cuando dejan a los gurises en la escuela el primer día", comenta.

Una vez dentro del lugar donde ensayaba la murga vio las primeras caras conocidas, un par de excompañeros de liceo. Y comenzó a probarse en la "cuerda", a cantar como uno más. Eso hizo entre 2008 y 2009, hasta que la murga decidió que asumiera el rol de director.

Cayó la Cabra era por entonces una de las murgas jóvenes que comenzaba a pelear su espacio con características algo distintas de las más tradicionales. Desde ese lugar el grupo llegó a quedar entre los cuatro finalistas del concurso oficial, la posición más alta que ha conseguido hasta ahora. Pero en los tablados la murga es cada vez más popular y este año llevó su arte hasta San Pablo donde el público paulista aplaudió a rabiar el espectáculo que lleva por título Las Aventuras del Escuadrón Rebelde, con libreto de Martín Mazella y Álvaro García, sí, el director de OPP que volvió a su viejo amor como letrista de murgas.

El método de composición es colectivo, como casi todo en Cayó la Cabra. Se reúnen, empiezan a "pelotear" algunos temas hasta que alguno plantea: "Che, ¿y si hacemos algo con esto?". Y de esa manera comienzan a llover las ideas, mientras tanto libreta en mano Mazella va tomando nota para después en su casa empezar a componer el libreto.

Este año el plato fuerte es el cuplé dedicado a la amistad. Cayó la Cabra quiso desmarcarse del cliché y componer otro "himno a la amistad". La amistad, dice la murga, "es una mentira que nos quedó bien", sentencia. "Esta jauría de engreídos, miserables que te dan bola a vos cuando no los quieren sus parejas y sus familias, más vale tenerlo como amigo", dice en un pasaje el cuplé.

"A la murga le gusta pararse en ese lugarcito, porque creemos que ahí está el humor también, en lo prohibido o en el lugarcito donde no se debe estar, es donde mayor jugo le sacamos", asegura.

Lucas cree que la murga es una herramienta para decir cosas, para hablar de lo que más les preocupa a la gente de su generación. Tal vez no tanto la noticia de la televisión o de los diarios, sino aquello de lo que hablan los jóvenes en los boliches. Y también un arma para hacer reír, el fin de toda murga que se precie.

—¿Cómo tiene que ser el director de una murga?

—Hay un legado de directores que me gusta y por el que quiero estar en ese lugar, pero a la vez tengo mi forma, que a veces va contra la de ese director clásico. A veces me gusta estar en la cuerda (con el coro), salir de adelante, me gusta que no haya uno adelante sino formar parte, hace años que actúo y hago humor, que eso no lo hace casi ningún director, salvo algún solo, eso rompe un poquito también. Es algo que se dio. A veces estoy mucho tiempo atrás y me digo: ¡Pah! soy el director tengo que ir para adelante. Y en otras ocasiones las pasadas de tono las hago desde atrás, porque siento que no son necesarias delante del grupo y entorpecen algo que puede ser visualmente lindo. A la vez está la otra parte que no se ve de lo que es ser director o líder de un grupo, me chocaba mucho con eso. A la hora de dirigir un ensayo entendí que es fundamental mi energía, por ejemplo, tuve ensayos que fui súper cruzado y fueron ensayos de mierda, empezar a entender el rol. Me gusta ser líder acá, pero no en otra agrupación.

Cuando termina el Carnaval el grupo se sigue viendo. El contacto es constante, al punto que en la primera semana de enero, antes de volver a los últimos ensayos, alquilaron tres casas en la costa de Rocha y se fueron de vacaciones todos juntos. "En diez años vimos nacer gente, fallecer gente, dolor, amor, crecés y es inevitable, mirás al costado y ves a uno que aprendió con vos a hacer esto", dice Lucas.

Y así, al cabo de los años, el chiquilín de barrio que veía a su padre con la cara pintada se convirtió en parte del espectáculo sobre el tablado. Un sueño cumplido, o uno que se cumple cada noche cuando el presentador anuncia que llegó la murga.

Payasos sanadores.

Fuera de los tablados, Lucas Pintos mantiene su vínculo con la música y el Carnaval, ya que dirige talleres de murga en varias escuelas públicas. Sin embargo, la tarea que le ha proporcionado más satisfacciones íntimas es la de ser miembro de los Payasos Medicinales. "Nosotros estamos preparados como para no laburar desde la lástima, del dolor", explica Lucas. "Aparte, es a base de improvisación, no se va con algo armado, vamos con algunas pautas, el cómo andás lo tenemos como prohibido porque si yo te pregunto cómo andás me vas a decir uuy, que me duele acá, que me operaron allá, si estás ahí es porque estás jodido", dice. Lucas asegura que disfruta trabajando con los adultos en el Hospital de Clínicas, aunque también lo hace con los niños del Pereira Rossell. "A veces te sentís muy movilizado, tanto para bien como para mal. Por ejemplo, venís durante cuatro semanas y a la cuarta semana ya no te encontrás más con un paciente determinado, preguntás y te dicen que falleció", comenta. Lucas dice que muchas veces todo lo que hace es sentarse a escucharlos, "están muy solos", en otras ocasiones los pacientes disfrutan oyendo alguna canción. "Sentís que acá sos vos", asegura.

SUS COSAS.

El hincha. Lucas es hincha de Nacional, cuando era más chico ir a verlo los fines de semana era para él como una religión. "Ahora ya no me enfermo, aprendí, aunque por supuesto no me gusta que pierda", dice el director de Cayó la Cabra. Cada vez que ve a Papelito Fernández en la cancha, su excompañero de equipo, se enorgullece.
La guitarra.? La música es el refugio de Lucas, muchas veces se encierra en su cuarto con la guitarra y compone canciones. "La mayoría de las veces para que mueran conmigo, pero hay un montón que sí salen para afuera y son lo primero que quiero compartir", confiesa. Además toca el ukelele en una banda que hace jazz fusión.
?La barra. "Mis amigos son fundamentales, soy muy amiguero", dice. Es habitual que en su casa se reúnan los integrantes de la murga en una chorizada en la azotea. Cuando termina Carnaval el grupo continúa viéndose, "somos todos amigos", asegura Lucas. Llevan más de diez años juntos.

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