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Con miedo a todo: cómo es ser hipocondríaco en pandemia

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hipocondría
Hypochondria - Young Female checking herself with a stethoscope and searching information about her disease on a laptop.
andras_csontos/Getty Images/iStockphoto

DE PORTADA

Temores potenciados y dolencias imaginarias que se vuelven reales. Historias de hipocondríacos y sus preocupaciones por la salud.

Un chiste:
—Usted es una persona sana. Todo lo que siente actualmente como un padecimiento solo está en su mente.
—¿Entonces es un tumor cerebral doctor?

Otro:
—Estuve hablando con el médico.
—¿Y?
-Me dijo que luego de analizar los resultados de todas las pruebas que te hicieron, llegó a la conclusión que eras hipocondríaco.
—¿Viste? Yo te dije que tenía algo.

Es fácil reírse de los hipocondríacos (de hecho, hay comediantes que basan parte de sus shows en la hipocondría). Mientras pensamos que a nosotros nos afectan problemas reales, creemos que ellos solo hacen un simulacro de sufrimiento. Como si pusieran en escena un drama trágico a partir de algo imaginario, ficticio. Burlarse, en general, es fácil. No requiere de otra cosa que la voluntad de ridiculizar al otro. Pero como dice Sofía Daguer, psicóloga consultada para esta nota, “el sufrimiento es real”. Y más teniendo en cuenta el actual contexto pandémico, en el cual el miedo a enfermar tiene argumentos de peso.

Feliciano

Feliciano tiene “períodos” de hipocondría. Cuando lleva una vida más o menos sana en la que se alimenta con todo tipo de comidas (no solo pan y carne), cuando hace algún tipo de ejercicio y se expone a la luz del sol en vez de encerrarse, no piensa demasiado en lo que ocurre en su cuerpo.

Pero cuando entra en un pozo depresivo y empieza a maltratar a su cuerpo con alcohol, poca comida y poca luz, comienza a imaginarse todo tipo de afecciones: tumores que nacen subrepticiamente y van creciendo de manera sigilosa hasta que se vuelven incurables. Eso puede mantenerlo despierto durante horas en la noche, haciendo que el otro día sea un jornada “zombie”.

Otro ejemplo: si no se acuerda de algo al instante, inmediatamente concluye que se encuentra en un proceso irreversible hacia la demencia senil y se acuerda de su madre, cuyos últimos años de vida estuvieron signados por el Síndrome de Alhzeimer.

Cuando se entera de que alguien murió de un infarto “fulminante”, se pregunta cuándo ese golpe definitivo e irreversible le llegará a él. Nunca calcula que le llegará dentro de unos años. Siempre son meses. En esos períodos, la muerte para él nunca está demasiado lejos, por más que “solo” tenga 50 años.

Hace poco, Feliciano hizo una extensa “gira” por el Casmu. Pidió por cuanto especialista se le ocurriera. Estudios de sangre, examen de próstata, placas de rayos X, consulta con el neurólogo, con el oftalmólogo, con lo que viniera y hubiera cita. Nada. Ni siquiera le encontraron una alergia.

¿Eso lo dejó más tranquilo? Solo temporalmente. “En algún momento voy a empezar a sentir de nuevo que mi cuerpo se está descomponiendo y volveré a llamar a la mutualista para una nueva ronda de exámenes y pruebas”, dice con resignación. Con la llegada de la pandemia, empezó a lavarse las manos tanto que la piel se le resecó e irritó. “Ahora que llegó el invierno, ventilo tanto que paso frío en casa”, cuenta con un tono de “mejor pasar frío que contagiarse de COVID”.

La hipocondría es un trastorno de la ansiedad, explica la docente de la Facultad de Psicología de la Universidad de la República Sofía Daguer. “Ese trastorno se caracteriza por una preocupación constante y excesiva por la propia salud y por padecer una enfermedad”, continúa y agrega que dicha concepción de la hipocondría es relativamente reciente.

La definición se desprende, dice Daguer, de la quinta y última versión del manual DSM (de la Asociación de Psiquiatría Estadounidense).

consulta médica
Foto: Shutterstock.

Javier

Javier tiene algo más de 40 años. Arranca la conversación con Revista Domingo diciendo que nunca le diagnosticaron hipocondría.

“Hace muchos años que con mi familia, medio en broma, medio en serio, hablamos sobre cómo me tomo algo que tiene que ver con mi cuerpo, un dolor por ejemplo, del cual no sé el origen. Si por ejemplo salgo a correr, piso en falso y al otro día tengo el tobillo hinchado… Bueno, me duele pero no me preocupo. Porque sé la razón de ese dolor”. 

Sin embargo, si por ejemplo Javier se resfría y no puede atribuirle una razón específica a ese resfrío, la cosa cambia. Internet, en ese caso, se vuelve tanto una aliada como una posible confirmación de los temores.

“Empiezo a buscar información, para ver qué puede ser. Ponele que me duele el dedo gordo del pie y una oreja. ¿Hay alguna relación entre esos dolores? Voy a Internet. Y resulta que puede haber algún vínculo. Entonces, interpretando la información —sin estar formado para ello— concluyo que tengo que ir al médico”.

Javier no se queda quieto. Cuando siente que algo lo afecta o puede afectarlo, llama a pedir una cita con un médico. Y si el médico le dice que no es nada, confía. Cree que está a medio camino entre los extremos de aquellos que ignoran hasta cosas serias como quienes al menor síntoma piensan que van a morir.

“Hace un tiempo tuve una jaqueca muy dolorosa, tanto que no podía funcionar. Fui al médico y me dijo que era estrés situacional. Me asusté, claro. Pero al otro día fui a trabajar, no es que mi vida se detenga”.

Esto es algo que Javier arrastra desde hace unas décadas. Siendo bastante más joven fue a una despedida de soltero en la cual había chicas. Tuvo relaciones sexuales y se percató que su preservativo se había roto. “Me perseguí que me había contagiado HIV. En aquella época, no sé cómo será ahora, había que dejar pasar un tiempo entre la relación sexual y la constatación de un contagio. Ese período de incertidumbre fue muy angustiante. Pero cuando tuve la certificación médica, me tranquilicé. A mí me alcanza con que un profesional me diga que estoy bien”.

¿Cómo lo ha afectado la pandemia? “Te cuento un ejemplo reciente. Hace poco fui al interior por trabajo y me vino un malestar estomacal. En cualquier otro momento, no le hubiese dado tanta importancia. Pero con la pandemia me preocupé. Llamé a un servicio de emergencia e hice la consulta. Como me había vacunado recientemente, me dijeron que podía ser un efecto secundario y que si no me volvía a ocurrir, no tenía que preocuparme. No me volvió a pasar y no me volví a preocupar”.

La pandemia, en vez de aumentar sus temores, los relativizó. Porque, aún con cierto grado de hipocondría Javier no se antepuso a los demás. “Pensé varias veces en que me podría haber contagiado, por diferentes síntomas. No creo que yo haya sido muy diferente al general de la población. Pero no lo hice pensando en mí, sino en que podría transmitírselo a mis padres o perjudicar a alguien más. El año pasado, a mediados del año tuve un problema laboral que significó que perdiera el trabajo. Y aunque parezca raro, desde ese momento pensé menos en la salud”.

Para Daguer, ambos testimonios dan cuenta de trastornos hipocondríacos menos graves. La experta destaca varias veces que “el temor a enfermar no es algo patológico y menos en el contexto en el cual estamos”.

Los problemas surgen cuando esos temores se vuelven impedimentos que interfieren con el día a día y que afectan los vínculos que tienen las personas con sus entornos. También puede ocurrir, agrega, que se llegue a extremos delirantes.

Hace unos años, BBC informaba del caso de un hombre cuya hipocondría lo hacía aparecer como alguien muy raro ante sus amistades.

De acuerdo a la nota publicada por entonces, el hombre había ido a jugar a los bolos con un grupo de amigos y cuando llegó al lugar empezó a ir al baño una vez atrás de la otra, aunque no tuviera incontinencia. Algún malpensado podría haber inferido que esta persona se ausentaba a cada rato para, como suele ocurrir a veces, consumir cocaína en el baño. Pero no. El señor iba a tomarse la temperatura. “Todo el tiempo tenía un termómetro en el bolsillo. Cuando mi esposa me descubrió, empecé a esconderme para poder tomarme la temperatura”.

“Lo patológico se va viendo en función de cómo eso interfiere en la vida de las personas. Si tu miedo es tan intenso que te impide ir a trabajar, ahí ya estamos ante un problema y una fuente de dolor”, acota la experta consultada.

Ayuda más allá de la hipocondría

La pandemia no solo ha significado que aquellos que son hipocondríacos han sentido sus temores potenciados.

Como explica Sofía Daguer, docente de Psicología y psicóloga clínica, es razonable pensar que en un contexto de pandemia aumenta el miedo de todos, no solo de quienes tienen hipocondría.

Por eso, la experta recomienda tener claro a qué lugares se puede recurrir para hallar no solo información calificada, sino también palabras de contención y apoyo. “Como ya dije, no es patológico tener miedo de enfermarse en este contexto, por eso es importante pedir ayuda en caso de sentir la necesidad”. Daguer añade que la Facultad de Psicología tiene servicios gratuitos que pueden encontrarse en su web (www.psico.edu.uy) buscando la sección ‘Servicios en pandemia’. Más allá de eso, la psicóloga recueda la existencia de la línea telefónica 0800-1920, que es un servicio de apoyo emocional de ASSE, que también es gratuito. “Está bueno, además, que la mayor cantidad posible de personas sepa que todos tenemos acceso a las prestaciones de salud mental de aquellas mutualistas a las que estemos afiliados. Muchas veces, esas mutualistas tienen aranceles bonificados en comparación con lo que costaría una consulta particular. En el caso de ASSE, eso también existe y ahí es gratuito”.

Matías

Su caso está al filo de lo patológico. No es que deje de ir a trabajar por la percepción que tenga de una eventual dolencia. Pero no anda demasiado lejos. Dice a Revista Domingo que se considera una persona bastante sana, que hace ejercicios varias veces a la semana, que come de todo un poco para tener una dieta variada y lo más equilibrada posible, y que no se excede en casi nada. Pero una posible enfermedad grave siempre anda rondando en su mundo consciente.

“Hace un par de años, entré un espiral de ir al médico muy seguido. Tenía unos bultitos en la garganta y no paraba de pedir consultas. Cuando ya había ido varias veces a ver al mismo médico, me dijo que por un tiempo no fuera más, que no tenía nada. Básicamente, me pidió que no lo molestara más”.

¿Eso hizo que Matías se tranquilizara y dejara de, como él mismo dice, “psicopatearse” por dolencias imaginarias? Para nada. Hace unos días nomás volvió a hacerse uno de los tantos chequeos y estudios que se hace realizar cada tanto. “No sé dónde se marca la línea de lo patológico, la verdad. Pero siempre estoy pendiente de eso. Me pasa mucho de enterarme que fulano o mengano tiene tal cosa y ahí empiezo a preocuparme. Empiezo a buscar en Internet sobre eso, a ver qué síntomas tiene tal o cual enfermedad”.

El verano pasado, Matías se enteró que alguien que practicaba el mismo deporte que él había fallecido de un infarto. Vuelta a empezar el ciclo de preocupaciones. “Me hice una serie de chequeos por eso. No le dije nada a nadie de que fui a hacerme esos estudios por el caso del que había fallecido, pero fue por eso”.

En otro momento, agrega, tuvo que hacer un esfuerzo deliberado para no consultar a Google Doctor. “Me dolía la nunca y empezaba a pensar en mi padre, que tuvo un ACV. Todo eso potenciaba mi preocupación”. ¿Alguna vez acudió a una consulta psicológica? “No, todo bien con los psicólogos pero no me siento bien pagándole a alguien para contarle de mis problemas”, afirma.

Así, entre preocupaciones y angustias transcurre la vida de los hipocondríacos. No hay mucho que pueda hacerse, dice Daguer, excepto consultar a un profesional de la salud mental. “No es algo sencillo poder pedir ayuda, darse cuenta de que esto es algo que puede generar un desborde. Uno tiene herramientas con las que más o menos se maneja para enfrentar ciertas situaciones. Pero cuando uno ya no consigue hacerlo con sus propias herramientas, hay que pedir ayuda”.

Hay que, añade, hacerle un lugar a la palabra de un profesional. Que esa ayuda pueda ser un camino a transitar no quiere decir, necesariamente, que la hipocondría se “cure”. “No hay una única respuesta, global, para todos los casos. Dependerá mucho de la estructura psicológica de cada persona. Por ahí, puede ser un fenómeno que forma parte de la vida del sujeto a largo plazo. O puede que todo se circunscriba a una situación puntual. Hay que ver cómo viene barajada la mano, ver con qué cartas cuenta cada uno en su vida”.

La meta, de todas maneras, es intentar evitar que la hipocondría se haga crónica y dificulte la cotidianeidad del paciente. Que el paciente no pase siempre, como Feliciano, noches enteras sin dormir. O, como Matías, que se entere de una nueva enfermedad y empiece a pensar que le puede tocar a él.

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