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Martín Romanelli: “Con el teatro exorcizás las penas”

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Martín López Romanelli. Foto: Darwin Borrelli
MARCELO BONJOUR

EL PERSONAJE

Dice que tras 25 años trabajando con los efectos de la luz y los muñecos, el teatro negro es su vida. Primero al frente de Bosquimanos, ahora dirigiendo en Kompañía Romanelli.

Tenía miedo. Si salían a llevar teatro a las veredas podría haber sonrisas, pero también enojo o algo así como persianas bajando en golpes abruptos que evocarían el mismo efecto que aquel que se pone de pie en medio de una sala en función por un disgusto con el artista o su obra. El temor era por parecer irrespetuosos. Pero la angustia era mayor y Martín López Romanelli no podía quedarse congelado.

Ahora todo sucede sigilosamente.

Nueve hombres vestidos de negro transforman veredas en escenarios. Montan un piso y un telón negro, medias esferas de luz roja y amarilla, un parlante, una consola, un pendrive, dos tubos de luz negra y una muñeca gigante que, segundos después, cobra vida. En pocos minutos tienen que tener todo montado y el parlante deberá desprender los primeros sonidos, siempre tenues, que, si todo corre bien, golpearán las ventanas de alrededor para convertirlas en palcos.

Luces, sonido, muñeca listos. Los nueve utileros invisibles se convierten en titiriteros invisibles y entonces sucede eso que Martín llama “intervención poética” o “suspiro en la ventana”.

Lo que sucede cada vez que encienden el sonido hasta el aplauso, no saben. Por esos breves minutos de magia en colores fluorescentes, sus ojos, sus oídos y sus manos están puestas en Biliti, la muñeca que juega sobre la música de El Club de Tobi. Lo que sucede después de los aplausos es, simplemente, emoción.

Así fue la primera vez que salieron con El teatro en tu ventanay se repite en cada función. “Los artistas somos biológicamente optimistas, sino no haríamos estas cosas, pero sentíamos que si miraban por la ventana y veían que había algo bonito, ese día, por ese rato, se habría roto la monotonía”.

Desde hace 20 años Martín ha estado al frente de lo que fue Bosquimanos Koryak, Pampinak y que ahora lleva el apellido de su abuelo materno, Kompañía Romanelli.

Elegir su apellido le costó, le daba vergüenza y no quería que se perdiera la esencia del grupo. Pero tenía que dejar de cambiarle de nombre a la compañía y el apellido de su abuelo materno tenía ese tono circense. Y estaba el asunto de su identidad.

Los padres de Martín se separaron cuando era un niño y no vio más a su madre, pero la familia materna siempre estuvo presente. “Y mi abuelo era un tipo de muchas aventuras (trabajaba para la UTE, pero había sido boxeador, aviador, escribía, pintaba) y cada vez que lo veía me reconocía a mí, algo que no me pasaba con la familia de mi padre”. En su abuelo Martín entendía de dónde venía su propia nariz, sus ojos, su forma de ser.

Las aventuras

Sobre una cartelera colgada a una pared desteñida del taller donde trabajan en los muñecos, hay un mapa repleto de alfileres. Cada alfiler pincha un punto en el que han estado con sus espectáculos: Asia, Europa, América Latina. La lengua nunca es un problema, porque si de algo saben los muñecos de Martín es de lenguajes diversos y de poco diálogo. “En los 2000 yo estaba peleado con la palabra y los muñecos me devolvieron el silencio”.

La excepción fue Kolia, un espectáculo que montaron en 2015 para el Teatro Solís, ahí había diálogo y se los podía ver. Querían plantearse el desafío, ver cómo se sentían, si podían. Pudieron, volvieron al silencio y la penumbra.

El verano, para quienes hacen teatro independiente en Uruguay, suele ser una etapa de quietud escénica, de preparar lo que se viene. Martín y su hermano estaban trabajando en los detalles para los espectáculos que se venían: visitas a Argentina, Paraguay, Chile y España, julio en una sala montevideana y septiembre en parques y plazas. Pero entonces se confirmaron los primeros casos de coronavirus en Uruguay.

Pasó un mes del encierro y Martín no dejaba de pensar en sus padres, encerrados lejos y solos en una zona rural; su cabeza iba a la pareja que vive en frente, en un monoambiente, con un niño pequeño, o a las señoras mayores que están día y noche en el hogar de la parroquia vecina, mirando la vida pasar por la ventana.

“Entonces le mandé un mensaje de WhatsApp al equipo: ‘¿Estoy loco si les propongo pararnos en frente a edificios para hacer una cosa de 10 minutos, que a la gente no le dé tiempo ni de bajar a la vereda, pero quebrarles un poco el encierro?’”. Ahora el próximo paso es ir a los patios de las cooperativas de viviendas.

El teatro de calle no es algo nuevo en la historia de Martín. “Cuando éramos liceales estuvimos en la ocupación de otro liceo. Entramos con una bici, un tubo de luz negra y unos muñecos que hacían equilibrio en una cuerda. Después, en la Plaza Cagancha o en el callejón de la Universidad. Veranos en Punta del Diablo. Pasábamos la gorra, pero no nos daba para mucho. Uruguay no tiene esa cosa instaurada del teatro de calle, entonces es difícil hacerlo sin apoyo. En muchos otros países es importante, hay ciudades que hacen de los estrenos de estas compañías una oportunidad para el turismo, porque viaja muchísima gente que llena hoteles, pizzerías, restaurantes”.

—¿A vos qué te significó todo esto?

—Yo soy muy consciente de cuáles son las prioridades: la salud, la alimentación, un techo. Pero creo que cuando largaron la frase de "somos los primeros en apagarnos y los últimos en prender", acatamos demasiado inmediatamente, no he escuchado argumentos sólidos. Haciendo teatro o música exorcizamos las penas nuestras y ajenas. Y no, no podemos traerlos a nuestra casa que es la sala, pero capaz hay que tratar de ir a los que no van nunca, que nos conozcan. Quizá luego cosechemos en los teatros. Los artistas además son patrimonio, hay cosas que no son solo una cuestión de dinero. Sacale a este país sus artistas y no es el mismo. Somos parte del sistema educativo del país, porque se hacen miles de funciones extracurriculares para escuelas. Los que hacemos teatro familiar somos los que generamos en estos niños el deseo de ver arte y si lo que ven es de calidad son futuras audiencias críticas. Y los artistas somos catalizadores de un montón de cosas y un síntoma saludable en una sociedad que puede ir a un teatro, a un concierto y se ve a sí misma.

El poder de ser invisible

La invisibilidad es ese poder que Martín construye, en el día a día, desde una casona colonial en una vereda montevideana. Las mismas ventanas y puertas que un día estuvieron tapiadas y vacías, hoy se convirtieron en la génesis de sus muñecos que, con la ayuda de luz negra, desaparecen a cualquiera que esté detrás. Y por los pisos viejos se escuchan los saltos de Simón, el hijo de Martín, que juega por toda la casa con un trompo luminoso, o duerme Biliti, la muñeca con historia, cuando no hay función.

“Mi adolescencia, en Canelones, fue un poco conflictiva. Estaba medio perdido. Me gustaba mucho escribir de niño. Y cuando descubrí las generaciones del 900 y 45 entré en esa cosa de que por momentos me sentía Quiroga y en vez de ir al liceo me iba a un bar a escribir, así perdí el año. En el liceo conocí a dos más como yo y armamos un club de poetas, imprimíamos unos libros de poesía que vendíamos a nuestros compañeros”. A la luz negra la descubrió en un baile del club de su ciudad. Aquel día, en vez de bailar con sus amigos, se dedicó a jugar con una bufanda blanca que brillaba.

Los muñecos fueron la carcaza perfecta para desaparecer y mostrar lo que escribía. De a poco dejó de escribir, pero los muñecos pasaron a ser su propio lenguaje y su vida misma. Hoy, veintitantos años después, ya cobraron el sentido propio, vida, energía, personalidad.

Lo que hacen Martín y sus colegas es magia que, como por estos días no puede ocurrir en un teatro, viaja con una alfombra y una cortina negras a las veredas. Y sorprende. Martín se asombra y llora con los aplausos; los demás, los que miran, se maravillan al percibir que desde la ventana puede aparecer algo bonito.

Sus cosas

Biliti, muñeca de Kompañía Romanelli

Biliti

En el taller de Kompañía Romanelli todos los muñecos se transforman en otros. Sin embargo, Biliti (y casi todos los de el Truco de Olej) se mantiene y es la protagonista de El teatro en tu ventana. “Es un personaje que viene de una crisis como la del 2002, que a su vez ha viajado por más de 15 países. Es especial”.

El Campeón del Siglo a puertas cerradas para Peñarol-Villa Española. Foto: Gerardo Pérez.

Peñarol

Romanelli y su equipo han trabajado en unos cuantos muñecos que caminaron por Montevideo y cercanías. Estuvieron en Gutenberg, el espectáculo en el Antel Arena, por ejemplo. Pero además llevaron gigantes a la apertura del Campeón del Siglo, así que tuvo su papel especial en el estadio de Peñarol, su cuadro.

Pibes Pepa

Pibes Pepa

En la década de 1990 Martín formó una banda de punk con sus amigos, Pibes Pepa. Estuvo mucho tiempo parada pero en 2019 retomaron los toques y la idea de volver con todo. “Teníamos 20 años y toda esa energía que te da ganas de transgredir y de romper y sentirte parte de la escena cultural del Uruguay”.

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