Publicidad

Martha Argerich, la niña prodigio que se convirtió en un tótem del piano

Compartir esta noticia
Martha Argerich

NOMBRES

La pianista argentina cumplió 80 años el 5 de junio y sigue brillando. Un breve repaso por una trayectoria que hizo de ella una de las más importantes artistas musicales de todos los tiempos.

Martha Argerich está molesta. Dice que durmió mal. Que está muy nerviosa. Jacques, su representante, le responde lo que —presumiblemente— ya le ha dicho incontables veces. Palabras más, palabras menos algo así como: “Te ves bien”. “Estás nerviosa porque vas a tocar Chopin”. “Vas a ver que luego del concierto te vas a sentir mucho mejor”.

Ella rechaza cada una de sus respuestas y le termina pidiendo que vaya a “vivir su vida”. Jacques larga una pequeña carcajada. “Si tú eres mi vida”. Argerich mira a la cámara con una sonrisa, como anunciando que lo que va a decir no es en serio, y le responde: “Eso no es cierto”.

Eso, y bastante más, se ve en el documental Bloody Daughter (“Maldita hija”), dirigido por una de las tres hijas que tiene la pianista argentina Martha Argerich, Stephanie Argerich, y que fue estrenado en 2014.

El 5 de junio la pianista cumplió 80 años y a muchos se nos pasó, entre tantos elogios a Bob Dylan. Al que no se le pasó fue al Estado argentino. Argerich, como Piazzolla, Troilo o Yupanqui, entre otros, es una de las glorias de la música de ese país (y una leyenda del piano, a la altura de los más laureados). Ni se les pasó, claro, a todos los admiradores que Argerich tiene en el mundo.

Nacida en Buenos Aires en 1941, a los tres años alguien descubrió que tenía facilidad para el piano y ella empezó a ir a clases. A los cuatro, los padres la pusieron a estudiar con un profesor de gran renombre, Vicente Scaramuzza. A esa edad, además, realizó su primera presentación ante un público. A los ocho, dio su primer concierto formal en el Teatro Astral de Buenos Aires con obras de Wolfgang Mozart, Ludwig Van Beethoven y Johan S. Bach.

Su talento en el piano no demoró en llegar a los oídos más encumbrados de la sociedad de la época. Un intendente de Buenos Aires la llevó para que la conociera el presidente de entonces, Juan D. Perón. El presidente le preguntó qué quería hacer con su talento y ella le respondió que ir a estudiar a Viena con otro profesor famoso: Friedrich Gulda. Dicho y hecho. Perón les consiguió un puesto a cada uno de los padres de Martha en la embajada argentina de esa ciudad, para que ella pudiera cumplir su anhelo.

Ocho años más tarde había ganado dos prestigiosos concursos internacionales. Había sido una niña prodigio y ahora era una adolescente con dos palmarés en su haber. Ya era famosa. Siguió unos años más, tocando y deslumbrando a públicos con su talento y belleza. Pero a los 20 se recluyó. Conoció al pianista Robert Chen, con quien tuvo su primera hija Lyda y pasó un par de años casi sin tocar el instrumento (luego tuvo a Annie con el director de orquesta Charles Dutoit y a Stephanie con el pianista Stephen Kovacevich).

Volvió paulatinamente al piano y cuando tenía 24 se presentó al Concurso Internacional Chopin en la capital de Polonia, Varsovia. Fue la tercera mujer en ganar ese certamen, pero la primera que no era europea. Al periodista de la televisión estatal polaca, que da la noticia en 1965, le parece costar creer que una latinoamericana haya ganado ese concurso: “Es impresionante que una pianista latina entienda a Chopin con una sensibilidad tan polaca”.

Martha Argerich
Martha Argerich.

Desde entonces, Argerich ha parado solo esporádicamente de tocar, grabar discos, estar al frente de festivales y recibir galardones. Hasta el presente, con esa edad, sigue realizando giras y conciertos. Y sigue en posesión del brío y la asombrosa destreza que exhibía con muchos menos años.

Argerich ha interpretado a muchísimos compositores en su extensa trayectoria, pero hay algunos que son sus predilectos. En una entrevista de 2011 que se puede ver en YouTube, Argerich responde a preguntas impresas en una hoja de papel que ella misma sostiene. “¿Cuál es su compositor favorito?” es de esas preguntas de cajón: “Beethoven. No es el único, tendría que poner a Schumann también. Pero a Beethoven lo amo”.

Por más que no lo dice ahí, en el ya mencionado documental se evidencia que Chopin también es uno de sus ídolos. Stephanie Argerich, en off, narra en un momento: “Mi madre dice que Chopin es su amor inalcanzable. Un alma difícil de tocar”.

Aún cuando sigue tocando, el vínculo con la performance en vivo de Argerich es problemático. Desde hace décadas dejó de tocar recitales en solitario. Con muy pocas excepciones desde los años 80, se presenta ya sea acompañada por una orquesta o por un reducido grupo de músicos. Según dijo alguna vez, no quiso volver a sentirse tan sola en el escenario como cuando tocaba por su cuenta.

Pero además, también es frecuente que anuncie una presentación y se arrepienta. Este año, por ejemplo, tenía nueve conciertos durante el mes de marzo. Los canceló todos, excepto uno. El mes pasado tenía siete conciertos pactados. Los canceló. ¿Diva? Puede ser. No sería de extrañar en el caso de una mujer que viene siendo adorada e idolatrada desde hace tanto tiempo.

En Maldita hija hay otra parte sobre la relación de Argerich con el acto de presentarse ante una platea: en los instantes antes de un concierto se la ve a la artista caminando hacia el escenario, bufando constantemente: “Creo que tengo fiebre. Me siento muy extraña. Estoy muy cansada. Tengo mucho sueño. Realmente no quiero tocar. De verdad que no quiero”.

Al lado de ella hay un par de asistentes. Es evidente que ya han visto lo mismo muchas veces. Una mujer, cuando ella se detiene, le da un leve empujoncito en dirección hacia el escenario. Otro asistente sostiene la puerta que se va a abrir hacia las tablas mientras Argerich va de acá para allá, quejándose. Cuando la pianista se queda en silencio, el hombre se da vuelta y le pregunta: “¿Ok?”. “Creo que sí”, responde ella, muy poco convencida. Se abre la puerta, ella sale y estallan los aplausos.

Mientras se suceden imágenes de ese concierto, la hija vuelve a hablar sobre el vínculo de su madre con la música y con el público. “Era consciente del estado de ánimo de mi madre antes de cada concierto. A veces, me asustaba mucho cuando la oía tocar. Cruzaba los dedos para que todo terminara rápido. Cuando terminaba el recital, yo estaba exhausta y ella lucía diez años más joven”.

Puede, entonces, que tocar el piano —y hacerlo ante un público— sea una posible explicación para la aparente capacidad de Argerich de enlentecer el tiempo. Sentada ante el instrumento y tocarlo, a ese nivel, es quizás lo que la mantiene aún bella, aún activa, aún creativa. Lo que sí es seguro es que el piano le aseguró lo más parecido a la inmortalidad: el recuerdo de su paso por el mundo cuando ella ya no esté.

¿Encontraste un error?

Reportar

Te puede interesar

Publicidad

Publicidad