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Las mamás que cuidan a todos

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Cecilia es médica en un centro intensivo y tiene dos hijos de corta edad.

De Portada

Son médicas y enfermeras que han estado sometidas a intensas jornadas. Pero también, y sobre todo, son mamás

Al principio tenían miedo. Nadie sabía a qué se estaban enfrentando. Volvían a sus casas y evitaban obsesivamente el contacto con hijos y parejas. A veces regresaban luego de todo un día de guardia. Y lo único en lo que habían pensado en todo el camino era en abrazar fuerte a sus pequeños. Porque además de madres eran médicas o enfermeras, se habían preparado para enfrentar momentos difíciles, extremos incluso, pero la incertidumbre era mayúscula. Era tanto o peor que el virus mismo.

“Cuando surgió todo esto pensé que iba a repercutir mucho más, ahora pienso que pudo haber sido mucho peor de lo que finalmente fue”, dice Carolina González (34), médica anestesióloga. Trabaja en el Hospital Militar, ejerce la docencia en el Clínicas y suele hacer suplencias en ASSE. Es madre de Lucas, de 6 años, que por ahora viene haciendo su balance positivo de la pandemia. Estuvo más tiempo con su madre y la tuvo cerca cuando recibía clases a distancia.

“Paso mucho tiempo con él, aunque tengo guardias de hasta 12 o 24 horas, y operaciones coordinadas, pero en realidad todo esto me dio más tiempo para estar con él”, cuenta Carolina.

Médicos y enfermeros debieron aprender a equiparse para enfrentar la pandemia.
Médicos y enfermeros debieron aprender a equiparse para enfrentar la pandemia.

Su área de trabajo no ha sido de las más golpeadas por la pandemia; apenas se declaró la emergencia sanitaria se suspendieron las intervenciones quirúrgicas y solo se mantuvieron aquellas programadas que revestían cierta gravedad o urgencia. De todos modos, aún en esas circunstancias, la amenaza del virus estaba latente.

“En Anestesia éramos muy vulnerables, porque siempre estamos expuestos a que un paciente pueda tener el virus. Al principio no usábamos todo el tiempo la protección, pero empezamos a hacerlo en forma sistemática y desde que empezó la emergencia sanitaria se suspendieron muchas operaciones, quedaron algunas coordinadas que había que realizar de todos modos”, recuerda.

Otra historia era volver a casa. Allí Lucas la esperaba ansioso, aunque la mayoría de las guardias las tenía por la noche, por lo que contaba con todo el día para estar juntos. Carolina, como todos, debió adaptarse a estas nuevas y extrañas rutinas. “Creo que lo más difícil fue hacerle comprender el momento que estamos viviendo, porque a veces él piensa que estamos de vacaciones y yo le digo que no, pero al mismo tiempo es raro de trasmitir porque estamos todo el tiempo en casa”, explica.

Como todo en este nuevo estado de cosas la curva de aprendizaje se fue pronunciando con el paso de los días en casa. “De todas formas, él se fue acostumbrando a la rutina de la educación a distancia, en parte porque me ve a mí trabajar en la computadora, preparando clases por ejemplo, entonces él se pone también en la computadora y me dice que está estudiando, pero al menos va incorporando la rutina”, cuenta Carolina.

Carolina y su hijo Lucas, la cuarentena le dio más tiempo para estar juntos.
Carolina y su hijo Lucas, la cuarentena le dio más tiempo para estar juntos.

INTENSIVOS. El nombre Centro de Tratamiento Intensivo (CTI) se convirtió en la palabra clave de estos tiempos. Última esperanza de salvación o presagio de lo peor, según cómo se vea. Lo cierto es que para quienes trabajan allí la pandemia supuso el mayor desafío de sus carreras. Los pacientes que llegaban allí no lo hacían solo en las peores condiciones clínicas; en el caso de los contagiados de coronavirus eran una fuente crítica de contagio para médicos y enfermeros.

Cecilia Rodríguez (33, foto principal) es médica en el CTI del Hospital Maciel, también es jefa de la puerta de Emergencias de la Médica Uruguaya en los turnos dominicales. Cecilia también es mamá de Felipe, de tres años, y de Francisco de 21 meses. “Se hace difícil cuidando niños, pero en nuestra profesión es así, ya lo sabíamos desde el principio”, dice con algo de resignación Cecilia.

Su esposo es también colega, por lo que suelen alternar largos y extenuantes turnos para estar al cuidado de los chicos. Por sus especialidades ambos están acostumbrados a tomar todas las medidas de seguridad sanitaria desde siempre. Dejar los zapatos en el pasillo antes de entrar, quitarse la ropa, ducharse y cambiarse antes de saludar a los hijos era una rutina que ya cumplían. Con la pandemia extremaron aún más esos cuidados.

Prepararse para entrar a la sala donde los pacientes contagiados permanecen aislados lleva ahora más tiempo. En un CTI los cuidados extremos son la norma, la posibilidad de exponerse a semejantes cargas virales llevó esos cuidados a niveles supremos.

Evelyn debió charlar mucho con su hijo Facundo para disipar sus temores.
Evelyn debió charlar mucho con su hijo Facundo para disipar sus temores.

“Lo más complicado ha sido todo el protocolo de equipamiento cada vez que hay que entrar a la sala, lo que implica vestir los equipos adecuados además de la vestimenta. Para nosotros en un CTI estar en contacto con un paciente con COVID implica estar frente a casos de una gran carga viral, por eso las posibilidades de contagio pueden ser mayores”, cuenta Cecilia.

Y luego de una jornada de trabajo en esas condiciones el regreso a casa también requiere cuidados.

“Llegar a casa es todo un protocolo también, hay que dejar la ropa, los zapatos afuera, yo incluso tengo un baño aparte en casa, y recién después que estoy cambiada y bañada puedo darles un abrazo y un beso a mis hijos”, cuenta Cecilia.

Y no es que sea sencillo. Durante todo el camino de regreso ha estado pensando en ese momento: apretarlos, besuquearlos un poco, jugar con ellos. Y otro tanto ellos.

“Eso es lo más difícil porque ellos han estado esperando a veces todo un día sin verme y cuando llego quieren darme un beso, pero tienen que esperar a que mamá se cambie”.

Explicarles a los chicos qué es lo que está ocurriendo afuera ha sido un desafío para todos los padres. Pero, en particular, para las mamás y papás que trabajan en el área de la salud el desafío es todavía mayor. Felipe, el más grande, ya había comenzado a ir al jardín este año. Con la ayuda de las maestras, con dibujos y cuentos, le explicaron a Felipe en qué consistía esto de la pandemia y por qué hay que cuidarse tanto y no salir de casa.

“Para ellos, pero sobre todo para Felipe el más grande, fue un cambio muy grande de la noche a la mañana; se les cortó una rutina de clases que había empezado. También se les complicó el contacto con los pares, no tienen primos ni otros amiguitos alrededor, de todos modos están re contentos de vernos más seguido en casa”, cuenta Cecilia.

Como le ocurrió a muchos al principio de la pandemia, el temor aumentaba por no saber casi nada de esta enfermedad. Con la misma sensación de entrar en un cuarto a oscuras, la mayoría esperaba ansiosamente noticias para saber algo más. Pero para un médico estas sensaciones son peores: por su formación intuyen que se enfrentan a un problema grave pero aún no tienen las herramientas para enfrentarlo.

“Al principio de la pandemia fue más complicado con ellos. Teníamos terror de sacarlos a la vereda, que no se fueran a contagiar; es que sabíamos tan poco de la enfermedad que optamos por encerrarnos lo más posible. Con el tiempo fuimos aprendiendo más y alivianando algunas medidas”, recuerda Cecilia.

Pero, de todas formas, Cecilia tenía que romper periódicamente la cuarentena para ir a su trabajo que era, precisamente, en la famosa primera línea de combate: el CTI.

“En abril tuvimos una oleada de pacientes con COVID, al principio teníamos mucho miedo, es una enfermedad nueva y no sabíamos nada de ella. Entrar a una sala de CTI con pacientes con COVID es complicado, hemos visto pacientes relativamente jóvenes evolucionar mal y eso nos preocupó mucho en su momento”, cuenta.

Ahora que lo peor parece haber pasado, Cecilia y su esposo lograron una rutina más estable. Este Día de la Madre lo pasarán juntos la mayor parte del día; por la noche, como cada domingo, irá a tomar la guardia en la puerta de Emergencias.

PROPIOS Y AJENOS. Los niños no han sido, afortunadamente, el objetivo de los mayores cuidados por esta pandemia. A diferencia de lo que ocurre con otros brotes la enfermedad parece ser mucho más benigna con los pequeños. De todos modos, sí pueden convertirse en vectores de contagio para los adultos y este es el mayor dolor de cabeza para el personal de la salud.

Evelyn Revello (34) es auxiliar de enfermería en el área pediátrica del Hospital Italiano y también en el Pereira Rossell.

“Si bien la COVID no es grave en niños, tiene un peligro para nosotros. Todo niño que ingresa con un cuadro sospechoso se toma como probable COVID y hasta que no tengamos los resultados del test no lo sabemos. Eso implica que debemos atenderlos con toda la vestimenta, porque si resultamos contagiados puede ser grave para los adultos”, cuenta.

Evelyn es madre de Facundo (9) que por su edad ya comprende bastante bien los alcances de esta pandemia. La contracara de ello es que también sabe que el trabajo de su madre es riesgoso.

“Él entiende, por supuesto, lo charlamos mucho en casa. Al principio estaba preocupado, manejaba mucho el tema de que la gente se muere y yo trataba de explicarle que mamá toma todas las medidas para cuidarse, que no iba a pasarme nada”, dice Evelyn.

Ahuyentar los temores de Facundo sobre la suerte de su madre en el trabajo se convirtió en otra de las principales preocupaciones de Evelyn. Los cambios que impuso la emergencia sanitaria, empero, no fueron todos malos.

“En abril tuvimos durante todo el mes un régimen de una semana sí y una semana no de trabajo, por lo que pude estar más tiempo en casa con Facundo”, cuenta Evelyn.

Su esposo también debía salir a trabajar cada día durante la cuarentena, por lo que inevitablemente los abuelos debían quedar al cuidado del niño. Aunque con el paso de los días lograron diseñar una ingeniería de turnos que les permitiera estar a uno de los dos padres con él.

“Tratamos de estar con él todo el tiempo, estamos muy presentes en las clases a distancia”, explica Evelyn.

En poco tiempo Facundo, como tantos otros chicos de su edad, retomará las clases presenciales. Otra nueva etapa a la que deberán adaptarse, pero ya en otro clima. Sí, lo peor parece haber pasado, pero para quienes trabajan en la salud las cosas no han cambiado demasiado.

De todos modos, parece que las enseñanzas de esta época parecen volver a las cosas esenciales. El tiempo de estar juntos es una de ellas.

“El Día de la Madre lo tengo libre, es el primer año que consigo tenerlo libre así que pienso disfrutarlo con mi hijo y con mi esposo. Mi hijo siempre me reclamaba por los días especiales como este: ¿mamá por qué tenés que trabajar? Así que está muy contento”, cuenta Evelyn Revello.

Un Día de la Madre especial para muchos, por distintas razones. Pero, sobre todo, para aquellas madres cuyo trabajo las ha llevado día tras día a enfrentarse a lo peor. Muchas de ellas disfrutarán por primera vez de un rato de paz, pero otras seguirán cuidando a sus pacientes.

Victoria y su pequeño Felipe que toma su libro cuando ella estudia.
Victoria y su pequeño Felipe que toma su libro cuando ella estudia.

Leyendo igual que hace mamá

María Victoria Iraola (26) es médica y está haciendo la residencia para la especialidad en neumología. Un área médica también estrechamente vinculada a los efectos del coronavirus. María Victoria forma parte de la plantilla del Hospital Maciel y es madre de Juan Felipe, de dos años. “No ha sido tan terrible para mí, y en cuanto a las precauciones yo siempre he tenido muchos recaudos en materia de higiene en casa, así que no supuso grandes cambios. Siempre que llego a casa me quito los zapatos en la puerta, me cambio de ropa, me doy un baño y recién entonces estoy con Juan Felipe”, cuenta. Una de sus tareas en el Maciel es, precisamente, hacer el primer diagnóstico de los pacientes que ingresan al hospital. Y, naturalmente, ha recibido a varios contagiados. Como le ha pasado a la mayoría de sus colegas redobló las precauciones y las medidas de higiene, tanto en el trabajo como en la casa. Su marido también es médico “las medidas de higiene nosotros siempre las aplicamos, tenemos un pasillo antes de entrar a casa donde nos despojamos de la ropa y zapatos, así que antes de que empezara todo esto ya teníamos medidas sanitarias”. Juan Felipe ve suele ver a su madre estudiando y, como en la foto, él de algún modo la imita y toma un libro para “estudiar” también. “Había empezado el jardín”, advierte. Pero ahora está en casa, más tiempo con mamá.

Una enfermera italiana

La carta que dio la vuelta al mundo

En lo peor de la pandemia en Italia, la carta de una enfermera a sus hijos se convirtió en uno de los relatos más descarnados y vívidos de la crisis. La carta en cuestión fue publicada por varios medios y la escribió una enfermera del Hospital San Luis Gonzaga de la localidad de Orbassano, en Turín. La enfermera de 55 años es madre de dos hijos de 20 y 25 años a los que cuenta en su carta cómo ha sido su día en el trabajo con pacientes con coronavirus. “Qué bello es ser llamado ángeles ... pero quién sabe si realmente lo somos -escribe la enfermera-. Es un sábado por la mañana de una semana de alerta COVID-19. Finalmente un día libre después de mucho trabajo. Finalmente puedes dedicarte a la familia. Para ti, la cuarentena no existe, no hay prohibición de salir... nunca existió. Tú DEBES trabajar, eres preciosa... dicen. Pero no, no hay descanso. La llamada llega. Debes irte. Es necesario cubrir turnos. La queja es obligada, no querrías... pero ya está hecho”. En los pasajes más conmovedores de la carta la enfermera relata su contacto con una paciente en fase crítica de coronavirus. “Vuelves a la habitación de la paciente, la conoces... la saludas. Ella tiene un casco en la cabeza, su nombre es c-pap. Sirve para respirar mejor. Tiene pocas esperanzas y el monitor al que está conectada lo confirma. Pero la paciente está consciente, lúcida y orientada en el tiempo y el espacio... pero, sobre todo, sabe que va a morir. Ella lo sabe, lo percibe, lo siente. Hablas con ella un poco. No ha comido desde hace días. Esta mañana pide el desayuno. Tiene diabetes no controlada y quiere dos bizcochos con mermelada. ¿Será la diabetes su peor enemigo ahora? Y dile al colega que se los traiga. Esa mirada suplicante te mata. De vez en cuando, quitas los ojos de ella para no morir por dentro”. La paciente, una mujer de edad avanzada, le dice a la enfermera que no ha podido ver a sus cuatro hijos ni a sus nietos. Su estado se agrava y el médico advierte que le queda poco tiempo. La enfermera se las arregla para hacer una videollamada con los hijos, la comunicación se prolonga hasta que la mujer queda sin fuerzas. “Y luchas para no llorar. El paciente se apaga. Decides salir y dejar el resto a los colegas”, cuenta la enfermera en la carta a sus hijos.

El género femenino predomina en el área de la salud. En esto coinciden tanto las cifras internacionales como las locales. Según las primeras las mujeres conforman el 75% de la fuerza laboral del sector salud. Pero las cifras a nivel nacional son casi idénticas, de acuerdo con las publicadas el año pasado por el Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, el 75,4% de la fuerza laboral del sector es femenino. En el personal médico se reflejan parecidos guarismos, según las cifras manejadas por el Sindicato Médico del Uruguay, de los más de 16.000 médicos registrados en el país, un total de 9.360 son mujeres, algo más del 58% de la plantilla médica del país.

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