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El mal aliento

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Está lleno de mal aliento por allí y está plagado de gente que se baña poco. Y este verano que no termina más, con medio planeta lleno de personas por todos lados, que sudan como el ruso Pérez, y que cuando te saludan te dan besos mohosos, y no les podés decir nada porque eso se considera mala educación (torturamos a los niños al obligarlos a besar a gente sudorosa y ordenarles que pongan linda carita luego de semejante horconada.

WASHINGTON ABDALA

Toda una demencia de la supuesta "buena educación"). En fin, son algunos de los problemas del final de temporada que me sofocan. Y, este asunto del mal aliento, no es un tema de pobreza —como algún banana me lo querrá imputar— porque hay gente con aroma a caño y sucia, en todos los segmentos sociales. La dignidad estética se la puede alcanzar casi siempre. Es cuestión de querer. Punto.

Hubo una época en que el mundo hippie había impuesto cierto estilo mugrientillo como comportamiento referencial. Estaba de moda el look "pachulí". Alguna vez se mudó ese espíritu a Cabo Polonio hasta que el dinero porteño impuso el chetaje con aroma a porrito de buena calidad (igual, allí hay cierta libertad para saltearse algún bañito, es parte de la onda, todo bien).

En realidad, lo confieso, no puedo conversar con alguien con mal aliento, me saca de ambiente, me desconcentra y me pierdo. Me sigue sucediendo lo mismo que cuando era estudiante. Puede ser Obama el tipo en cuestión o la reina de Java, me da igual, si tiene mal aliento, zafo.

Casualmente, por estos días, en la plaza Matriz me encontré con un colega abogado, algo obeso él, y empezamos el típico escaneo en donde nos olfateamos para ver en qué anda cada competidor. Si te ha ido bien, cuantos divorcios tenés, nos junamos las ropas si son piolas —o si denuncian calidad de vida en caída libre— nos preguntamos por dónde veraneamos y todas esas miserias travestidas de humanismo cínico… En ese momento sentí un mal aliento emanando de su boca similar a las cloacas del Comcar y allí todo terminó. Ya no me importó la absurda conversación ritual y solo quise huir. Y eso hice: huí. Y respiré, respiré como bebé recién nacido. Inhalé también todo el monóxido de carbono del ambiente en forma feliz. Amé a Cutcsa. El colega gordito debe haber creído que deliraba. Yo solo me di media vuelta y me fui a respirar a la plaza Zabala. Me sentí Gandhi.

De pebete me pasó que alguna dama que me gustaba mucho, si llegaba el momento del beso, bueh, si allí aparecía el mal aliento, ¡pimba!, media vuelta y a rajar porque te querés matar en esa. O sea, vengo rajando toda la vida a los malos alientos. Es que no puedo con eso. ¿Qué se le dice a alguien que tiene ese pescado muerto en la boca? ¿Cómo se encara semejante tragedia a otro humano que cree que no pasa nada y anda por la vida contaminando el planeta? ¿Se le regala una menta o un chicle fuerte? No tiene solución, hay que rajar y chau Pinela, nada se puede hacer.

Otra cosa que me supera es el olor fuerte que disparan las axilas. Me sacuden el cerebro. Soy tan adulto (veteranito, digamos) que conocí Moscú bajo el socialismo real donde las mujeres venían con pelito allí y con una baranda solo parecida a la de una final de Hebraica y Malvín (me dicen ahora que está de moda ahora dejarse estos pelitos al viento y que algunas damas se tiñen las axilas de colores, locura total). Andar en el subte de Moscú y pasar al lado de más de una (o uno) era una piña en el estómago. Volví luego, bajo la democracia putinesca (¡juaaaaa!) y había cambiado bastante la cosa, pero seguían los olores a sobaco ruso destruyendo narinas. Poco cambio en eso. Sorry (divinas las rusas, seee, pero ese es otro tema).

Mi madre es de la otra escuela, seguro que al leer esta nota tengo un problema con ella, es de la escuela de ponerse perfume, mucho perfume. Ella no se daba cuenta, pero crecía en edad y más perfume chillón se metía (¡y se baña siempre!) Debe haber una regla proporcional: cuanto más adulta te ponés más impactante es el perfume. Otro temita los perfumes. La gente que se perfuma demasiado te desconcentra un poco (igual te perdono y te quiero mamá.)

Así que tengan en cuenta: limpitos, bañados, poco perfume y la vida no será imposible para nada. Los demás lo agradecerán. Buen domingo.

Cabeza de Turco i WASHINGTON ABDALA

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