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Luis Martínez: "El teatro te hace pensar en la vida que llevas"

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"Tengo que estar preparado para todo", asegura Luis Martínez.

El Personaje

El actor forma parte del elenco de la Comedia Nacional desde hace más de dos décadas. Su último trabajo fue en Enemigo del pueblo, una adaptación de Henrik Ibsen.

Primero fue la música. Le entusiasmaba sacarle sonidos a casi cualquier cosa. Después, bastante después, fue el carnaval. Un hallazgo inesperado que lo colocó arriba de un tablado, su primer contacto con los escenarios. Y luego, por fin, llegó el teatro. Desde aquel lejano comienzo hasta hoy no paró.

Luis Martínez (50) tiene una extensa carrera como actor e integra desde hace más de dos décadas el elenco de la Comedia Nacional. Su último trabajo fue en Enemigo del pueblo, una impresionante adaptación libre del texto de Henrik Ibsen hecho por la directora y dramaturga Marianella Morena. Allí Martínez encarna a Pedro Stockman, el intendente del pueblo que se enfrenta a su propio hermano, el médico Tomás Stockman (interpretado por Leandro Núñez) en la causa que divide las aguas del pequeño pueblo.

Este es el último eslabón de una larga cadena de actuaciones que van desde los clásicos griegos, algunas obras de Shakespeare, por supuesto, y varios clásicos del teatro moderno. Luis entró a la Comedia en 1997 y desde entonces ha estado en el elenco oficial. Sin embargo, para él esta permanencia es apenas el resultado de dos factores que aprendió muy joven, cuando hacía sus primeras armas: constancia y disciplina. La falta de ambas lo hizo fracasar en sus primeros intentos. Pero el teatro había calado más hondo de lo que él mismo creía.

OÍDO MUSICAL. Luis es el menor de tres hermanos, una hermana fallecida al igual que su madre. Sobreviven él, su hermano Gustavo y su padre. Ambos tuvieron una importancia determinante en la vida de Luis, sobre todo en su carrera.

“El gusto por la música me viene de mi viejo, el gusto por el tango, por ejemplo. Cuando yo era un adolescente volvía de los bailes de madrugada y el viejo tenía prendida la radio Clarín con los tangos y esa música se me fue quedando”, recuerda. Casi sin darse cuenta se le fueron “colando las letras de tango”.

Su predisposición natural para la música, el baile, el recitado lo había hecho muy activo en la escuela y más tarde en el liceo. Recuerda con cariño la escuela Panamá, en Monte Caseros y Campana, donde bailó el pericón varias veces.

Al inicio de la secundaria sintió por primera vez curiosidad por el teatro. Su hermano Gustavo, que le lleva seis años, estudiaba actuación y Luis comenzó a interesarse por aquello. En la Asociación Cristiana de Jóvenes, donde iba a hacer deportes, había un grupo de teatro y allí, por pura curiosidad, empieza.

De esa manera se relaciona con el grupo Café Teatro. “Tenía 17 años, un amigo del grupo me invitó a salir en carnaval con Los Bubys”, cuenta. Y se unió a la agrupación de humoristas.

“Es raro porque mi familia no era muy carnavalera, a mi madre que era maestra o le gustaba, así que cuando llegaba Carnaval nos íbamos de vacaciones y yo nunca estaba”, recuerda.

Pero la magia de los tablados lo capturó. Con el grupo llegó a actuar en el concurso oficial, en el Teatro de Verano.

“Lo que me enseñó sobre actuación ese verano el carnaval hasta el día de hoy lo sigo aplicando, me dio mucha tranquilidad para enfrentar el hecho escénico”, asegura.

Unos años después, cuando por fin ingresó a la vieja Escuela Municipal de Arte Dramático (Emad), Luis llegaba con un bagaje inusual que lo hacía parecer seguro y desenvuelto sobre el escenario. Sin embargo, en su primer intento por ingresar a la escuela fracasó. “Esa primera prueba la perdí”, recuerda. Y también fracasó en el segundo intento. “Yo estaba verde todavía”, reconoce.

Sin embargo, una de las maestras había visto madera de actor en él. Y Adriana Lagomarsino, a quien recuerda hoy con gratitud, le enseñó las dos claves de todo actor profesional, de todo artista: constancia y disciplina.

“La actuación implica conectar con las honduras y profundidades de tu propio ser para tratar de transmitir lo que el autor escribió en el texto”, define ahora.

El actor suele ir a Piriápolis a visitar a su padre que reside allí.
El actor suele ir a Piriápolis a visitar a su padre que reside allí. Foto: Ricardo Figueredo

Pero aprenderlo le llevó algunos años. Trabajo intenso, horas de estudio, muchas horas de ensayo. Y, de ese modo, llegó a la primera obra, una adaptación de la novela más fantástica de Franz Kafka, La metamorfosis.

Cuando por fin pudo ingresar al elenco estable de la Comedia Nacional en el año 1997 comenzó una intensa carrera que prácticamente no se detuvo desde entonces. Su hermano, en cambio, terminó por alejarse de las tablas aunque mantiene su gusto por la dramaturgia y se convirtió en el primer crítico de Luis. “Tiene un buen ojo para dirigir, incluso tiene textos escritos pero, por ahora, no se anima”, dice Luis. Lo que comúnmente se conoce como “las vueltas de la vida”: el hermano menor, el díscolo y más travieso terminó convertido en actor profesional.

El trabajo de un actor requiere de un extenso tiempo de preparación, no solo de estudio de textos dramáticos, sino de abundante material de estudio. La creación de un personaje requiere, a menudo, una investigación previa que llega a extremos minuciosos.

La preparación de Enemigo del pueblo, por ejemplo, exigió un prolongado trabajo de documentación técnica y de archivos, ya que la adaptación libre de la obra del autor noruego hecha por Marianella Morena llevó la historia a la actualidad y al terreno local. Convirtió el motivo de la disputa que enfrenta a los hermanos Stockman y al pueblo nada menos que en la instalación de la planta de UPM y sus consecuencias ambientales. Para ello el elenco de actores y la directora trataron de empaparse en la interna de una redacción, para lo que visitaron la de El País y mantuvieron una charla con el autor de esta nota a tales efectos.

“El funcionamiento de un periódico, por ejemplo, era algo lateral pero que hacía a las motivaciones profundas de los personajes, sin eso no se entenderían las motivaciones profundas”, explica Luis.

Y ello significa todo un camino de creación dramática en las definiciones de Luis Martínez. “Las circunstancias en las que el personaje vive son fundamentales para comprenderlo”, apunta.

En particular acerca de esta obra, Luis recuerda que una de las escenas más difíciles y exigentes fue el enfrentamiento entre los protagonistas. “La escena de la pelea con el hermano (el papel que hace Leandro Núñez) fue muy difícil”, asegura.

La adaptación de Ibsen recupera el carácter removedor de la obra original, interpelando directamente al espectador sobre los problemas de fondo que plantea. “Ese es el teatro que me gusta y creo que eso tiene que ser el teatro, tiene que hacerte pensar en la vida que estás llevando”, asegura.

Pero al lado de estas exigencias dramáticas hay otras interpretaciones que requieren otros costados histriónicos. Luis recuerda con cierto orgullo su participación en la temporada pasada en una zarzuela clásica, La Revoltosa, donde le tocó cantar de vuelta, algo que hace con enorme placer. “Me parecía increíble estar allí con esos músicos en el foso haciendo una zarzuela”, cuenta.

De algún modo eso representa su idea del trabajo del actor. “Trato de trabajar en torno a esa idea: tengo que estar preparado para hacer todo”, resume.

Un desafío que suele poner al actor al borde de una cornisa de manera constante. La actuación siempre implica un riesgo, un pacto con el público que puede romperse con una corriente de aire. “En actuación estás lidiando constantemente con el fracaso o con el ridículo, no quiero ser grandilocuente pero es así”, resume.

Como le pasó a todos, la cuarentena supuso un paréntesis en su actividad. Desde el cierre forzado de teatros y espectáculos Luis se fue con su compañera a pasar el retiro en Rocha, periódicamente visita a su padre en Piriápolis. Pero espera ansioso el regreso a la capital y, sobre todo, a la actuación. A reconstruir la magia perdida del escenario y el público.

Hacer de "malo" lo divierte

Durante dos años consecutivos un jovencísimo Luis Martínez dio el examen de ingreso a la Escuela de Arte Dramático (Emad) y reprobó. Cuando finalmente fue aceptado saltó, literalmente de alegría. Así lo recordaba en el libro Sin maquillaje: Historias de la Comedia Nacional en el Siglo XXI, de Fernanda Muslera. “Cuando me llamaron para decirme que había entrado quedé petrificado, porque yo me presenté para medirme. Me acuerdo de que el Bebe Cerminara, que era el delegado de los participantes, me agarró en un corredor de la Emad y yo saltaba. Poco menos le ponía la cadera a la altura de la cara. ‘Luis, tranquilizate’, me decía”, recuerda en la entrevista para la mencionada obra. Desde entonces Luis Martínez ha pasado por varios papeles y obras de la programación de la Comedia. El actor confiesa que siente una especial predilección por interpretar a los “malos” en las obras dramáticas. Y algo de ello hay en el papel de Pedro Stockman, un político de viejo cuño y conocidas mañas que parece dispuesto a sacrificarlo todo por un negocio. “No suelo pensar en qué personajes me gustaría hacer, pero si puedo hacer de ‘malo’ me divierte muchísimo”, dice.

Sus cosas

LA FOTOGRAFÍA. “Estoy aprendiendo edición y retrato, que es lo que más me interesa, pero hace tiempo que descubrí la fotografía”, confiesa Luis. Comenzó a tomar un curso que quedó en suspenso por la cuarentena aunque ha tratado de continuarlo en línea, como buena parte de las actividades en esta época.
?HACER MÚSICA. Fue su primera pasión y no la ha olvidado. Le gusta hacer música, aprendió a tocar algo de ukelele y también el acordeón de piano, instrumento nada sencillo por cierto. Le gusta cantar y lo hace regularmente, de hecho lo hizo en forma profesional en la temporada pasada en la zarzuela La Revoltosa.
?PASIÓN POR LOS FIERROS. La mecánica automotriz es como su pasión secreta. “Me encanta meterme en el motor, averiguar cómo funciona, desarmar una caja de cambios. Cuando voy a un taller mecánico me paro al lado del mecánico y le hago todo tipo de preguntas”, confiesa. Se saca el gusto con su auto al que mete mano cuando puede.

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