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"No logro imaginarme la vida sin escribir"

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Hugo Burel

Fue dibujante, publicista, periodista, pero hoy está enfocado en la literatura. Y explica su pasión por la desaforada y loca idea de todo escritor de que el mundo no está completo sin su trabajo.

LUIS PRATS

Un escritor, a secas. Así se define hoy Hugo Burel, tras ir archivando de a poco las tarjetas de presentación que decían "dibujante", "diseñador", "publicista", "periodista", y que fueron llenando los escritorios de su vida. Una razón fue la más esencial, la necesidad de ganarse la vida, pero además había "un interés primordial por hacer cosas, por tener proyectos". Y muy en el fondo, la "desaforada idea" de que el mundo no está completo sin eso que escribe.

Como de niño dibujaba muy bien, Burel empezó a hacer diseños en una agencia. De allí el salto a la publicidad resultó natural. El golpe de Estado y la intervención en la enseñanza lo apartaron de la carrera de abogacía. Un día comenzó a leer. Y entonces cayó en sus manos El hacedor, de Borges.

"Empecé a escribir frustrado porque no podía pintar", precisa. "Fue una frustración expresiva, porque el dibujo publicitario había absorbido mi habilidad. Empecé a frecuentar la literatura: Quiroga, Bradbury, Cortázar. Un día llegué a El hacedor, un libro que es un mojón importante de mi vida. Hubo algo que me deslumbró. El libro tiene cuentos, ensayos y poemas. Las posibilidades de esa orfebrería borgeana, capaz de decir cosas en una página o dos, me hicieron decir: yo quiero hacer esto. Tenía 21 años", recuerda.

Un día se encontró escribiendo un cuento. Después inició la licenciatura en Letras en el Instituto de Filosofía, Ciencias y Letras, la actual Universidad Católica, con el único objetivo de escribir mejor. Salvó exámenes, dejó y regresó a las aulas diez años después para no perder lo aprobado y por fin recibirse. Una actividad llevaba a la otra y así estuvo entre los fundadores de la revista El Dedo. Empezó dibujando chistes y luego escribió notas humorísticas. Más tarde, colaboró con Cuadernos de Marcha, dirigió el suplemento cultural El Observador Ilustrado, inició su columna Generación Espontánea en el mensuario El Estante, la siguió en la revista Galería y hasta hace poco la tuvo en esta misma Revista Domingo. Mientras tanto, la carrera publicitaria lo hizo pasar por importantes empresas del sector y llegó a tener su propia agencia, Burel Estudio de Comunicación. Por supuesto, en todo este tiempo estuvo presente la literatura, pues publicó más de 20 libros entre cuentos y novelas, además de obras de teatro. La lista sigue, porque precisamente hoy domingo presenta en la Feria del Libro otra novela, Montevideo noir.

Obtuvo numerosos premios y reconocimientos. Uno de ellos, inusual: un italiano, Giuseppe Gatti, se doctoró en la Universidad de Salamanca con una tesis sobre la obra de Burel. Más precisamente, sobre los vínculos de Montevideo con tres de sus novelas, El guerrero del crepúsculo, Tijeras de plata y El corredor nocturno. "Me conmueve el hecho de que alguien a quien no conocía le haya podido interesar conocer mi obra y estudiarla. Gatti incluso estuvo viviendo un tiempo en Montevideo para preparar mejor su trabajo", cuenta Hugo.

Por fin.

"Años después de haber hecho todo lo que hice, recién ahora puedo decir que soy un escritor, en el sentido de asumir la escritura como la actividad principal de mi vida", afirma. Y explica que eso no significa abjurar del dibujo, la publicidad o el periodismo. "Son cosas importantes que abracé con pasión, pero en este momento me considero un escritor por sobre toda otra actividad. Como digo siempre, un escritor a secas. No me veo en el lugar del intelectual que opina sobre todo, que tiene diversos intereses. Mi interés es escribir y si puedo, por supuesto, publicar", enfatiza.

— ¿Por qué ha emcarado tantas actividades en su vida?

—A veces es difícil asumir tantas…no digo habilidades, sino inclinaciones. Por un lado está lo que te da el sustento, y ahí está la publicidad. Todavía no logro vivir de la escritura, para decirlo desde otra posición. Cuando uno no tiene una fortuna familiar que lo respalde como fue mi caso, tenés que abrirte paso y lo hice. Las múltiples actividades están atadas a un interés primordial por hacer cosas, tener proyectos. La escritura es un proceso poblado de aprendizajes. Por un lado, expresarte; por otro, encontrar tus temas, tu manera de decir. No es fácil lograr, no ya el reconocimiento, sino ocupar tu lugar en el asunto: que te respeten, que te visualicen, que lo tuyo tenga cierta trascendencia.

—¿Cómo logró manejar los lenguajes de cada área? No es lo mismo escribir periodismo que literatura...

—Respetando todo. Cuando redactaba un aviso, no estaba poniendo a trabajar al escritor, era simplemente un redactor publicitario aplicado a una tarea muy puntual, que era expresar cierta idea a través deun texto. Igual que cuando escribo no estoy pensando en un recurso marketinero para posicionarme mejor en la novela. La escritura es algo íntimo, desasida de lo otro. No es un tema esquizofrénico, no es que tenga varias personalidades al mismo tiempo, pero sí la capacidad de saber diferenciar. El periodismo es algo muy específico, que no tiene que ver con la escritura de ficción. Tiene conexión con la realidad y hay que ser lo más claro y sintético posible. Cuando hago periodismo no hago literatura.

El cine.

Antes que la lectura, la primera influencia sobre Burel fue el cine que consumió desde niño. Se ha dicho que muchas de sus obras son "muy cinematográficas" y él lo admite, pero dice no es un acto deliberado. "Soy tributario de la cultura de la imagen", explica.

Por eso, el hecho de que su novela El corrector nocturno haya sido llevada al cine en una coproducción argentino-española representó "una sensación muy especial". La película, con Leonardo Sbaraglia y Miguel Angel Solá, le gustó mucho. Además, estuvo cerca del rodaje, hizo sus aportes al guión y conversó largamente con el director, Gerardo Herrero.

A veces le sugieren escribir sobre tal o cual tema. "Yo agradezco y les digo con amabilidad que lo voy a pensar. Pero vos escribís lo que podés, no lo que querés", asegura. Y da sus argumentos: "Escribir es un proceso que te involucra desde una situación muy profunda. Hay una necesidad sicológica. Siempre sostengo que el escritor escribe para resolver un problema suyo, que de la única manera que se puede resolver es escribiendo. Y la segunda razón por la cual se escribe es que uno tiene la desaforada idea de que el mundo no está completo sin eso que escribió. Es una locura, pero eso expresa tu desacuerdo, tu insatisfacción con el mundo tal cual está. Y la manera de compensar eso es escribir algo que se incorpore al mundo. Estamos escribiendo porque la vida, la realidad, no nos alcanza".

—¿Y cuál es su problema?

—El problema es exactamente este: qué hacés si no escribís. La inquietud, la sensación de que hay algo que no estás haciendo, estar inquieto sin saber por qué. Hay gente que lo resuelve jugando un partido de fútbol. A mí me tocó superar esa ansiedad, esa inquietud existencial, escribiendo. A veces me pregunto cómo hace la gente que no escribe. Mirá vos, qué pretensión (se ríe)... Le doy tanta importancia a la escritura en mi vida que no logro imaginarme la vida sin escribir. Lo mismo pensará un pintor, seguramente.

Burel recuerda el caso de J. D. Salinger, el autor de El guardián entre el centeno, uno de los libros más vendidos de la historia y una de las obras que más vocaciones literarias ha despertado. "La pretensión de la escritura lo llevó a apartarse de la fama que había conquistado y dedicarse únicamente a formular su literatura", comenta. Una de las preocupaciones de Salinger fue darle presencia en su obra a una familia imaginaria, los Glass, que consideraba casi existentes, tan importantes en su vida como sus hijos. "Ese grado de vinculación con tus personajes puede explicar la necesidad de escribir —agrega—. Yo no llego a esos extremos, pero es muy tentador en el proceso de escribir la forma en que te vinculás con los personajes y con la trama. Estás sujeto a un mundo imaginado. Y eso también tiene mucho de evasión".

Celulares en su obra.

Un reciente episodio en salas teatrales afecta indirectamente a Hugo Burel: el actor Roberto Jones se quejó airadamente por el sonido de celulares que interrumpieron su interpretación en La memoria de Borges. La obra fue escrita por Burel pensando justamente en Jones. "Como espectador, vos no podés invadir al artista, actor o músico que están actuando, con tu aparatito personal de teléfono. Tenés que tener el respeto de apagar ese teléfono", sostiene el escritor.

"Lamentablemente no hay consecuencias para el espectador que incurre en eso. No hay forma de sacarlo de la sala, porque no hay reglamento ni digesto municipal que lo diga. No le pueden hacer nada, salvo decirle que se calle o insultarlo. Esto saltó porque Roberto se indignó y con toda razón. Pero ocurre en todas las obras de teatro. Y en todo el mundo. Como autor, sentí que acababa de escribir una página, vino alguien, derramó un tintero y provocó un enorme borrón", asegura. La memoria de Borges significó premios Florencio al mejor actor para Jones y al mejor autor para Burel. "Me va a dar mucha pena si no se representa más por decisión de Jones, pero tengo que comprenderlo", dice.

SUS COSAS.

Una banda.

Su libro Un día en la vida. Qué cantaron los Beatles representa un homenaje a una vivencia muy importante de su adolescencia. "Los Beatles nos cambiaron la cabeza. Vivir la Beatlemanía aquellos años fue una experiencia impresionante", recuerda Burel.

Un autor.

Burel se presenta como borgeano. No solamente leyó toda la obra de Jorge Luis Borges, sino que El hacedor fue el gran disparador de su vocación literaria. Después investigó en profundidad vida y dichos del gran escritor argentino para llevarlo a las tablas, bajo la piel de Roberto Jones, en La memoria de Borges.

Un aviso.

Como director creativo de la agencia Punto en 1989, Burel fue uno de los responsables de la pieza El grito del canilla para El País. "Sin darnos cuenta nos metimos en la historia. Cambió el eje de la publicidad, que hasta entonces nunca había mostrado la calle, la noche, gente común".

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