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De José Artigas a Yanisley Gómez: ¿Cómo han cambiado los nombres de los uruguayos?

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SOCIEDAD

Desde la época de la colonia, los nombres personales han variado por la influencia de las modas y las figuras populares de turno.

Según las religiones abrahámicas, Adán y Eva fueron los primeros. Unos creerán esta historia, otros no. Pero lo cierto es que desde que el hombre y la mujer están en la Tierra, existen los nombres. Y estos han mutado con el tiempo en base a las regiones, las necesidades y las modas. En este rincón del mundo, desde mucho antes que Uruguay fuera país, el gran cambio ocurrió con la llegada del colonizador europeo, un hecho que, con los siglos, dejó en el olvido a la inmensa mayoría de los nombres nativos. Y que heredó otras cosas: más allá del nomenclátor, que comprende calles, plazas y otros espacios públicos, hay nombres de territorios que se vinculan a personajes ilustres o marinos, como el caso de Artigas, Rivera, Lavalleja, Maldonado, la isla Gorriti y el cabo Polonio.

En Uruguay, por razones obvias, existe una fuerte influencia de España, donde los nombres cristianos, bíblicos o del Antiguo Testamento siempre fueron muy populares (María, José, Jesús, Pedro, Juan, etcétera). Pero con el desarrollo de la sociedad y las influencias foráneas, la cosa fue cambiando. Y lo sigue haciendo, por el influjo de las modas y los “personajes” de turno, que primero se hicieron populares por el “boca a boca”, luego por la lectura y más adelante por los medios masivos de comunicación.

Según el último registro de la Dirección Nacional de Identificación Civil, el año pasado obtuvieron la cédula uruguaya por primera vez 55.423 personas. Entre todas se contabilizan 8.722 nombres diferentes. María (un nombre apropiado tanto para mujer como para hombre) estuvo a la cabeza con 1.260 registros, seguido por Juan con 1.023 y Benjamín con 925.

Las modas y las pasiones arrebatan a los padres y estos las descargan en sus hijos. En la nómina de 2022, el deporte es un ejemplo: se registraron seis Neymar, un Spencer (por el ídolo de Peñarol), 16 Edinson escrito como Cavani o con las más variadas opciones, dos Giorgian (como De Arrascaeta), más de 100 Nahitan (como Nández), un Ronaldinho, las más variopintas versiones de Lionel (por la “pulga” Messi), y hasta un Zidane (como el jugador francés que a su hijo llamó Enzo en homenaje al uruguayo Francescoli). Por el amor a la música (de los progenitores, claro está), hay uruguayos que nacieron el año pasado que llevan los nombres de Adele, Marley, Elton, Lenon y Elvis.

Los apellidos

El complemento del nombre de pila (algo relativamente “nuevo” en la historia de la humanidad) ha sufrido modificaciones con el paso de los años. El español Antonio de Acosta y Lara, que sobrevivió a dos famosos naufragios en nuestras costas, fue piloto del puerto de Maldonado a comienzos del siglo XVIII y dejó descendencia en estas tierras. Pero el apellido de su linaje es hoy algo más corto: Acosta y Lara, solamente. La palabra “de” en su época era un elemento de diferenciación que podía determinar cierta alcurnia. Luego se utilizó para marcar la localidad o procedencia (Don Quijote de la Mancha, Rodrigo de Triana) y desde hace mucho -aunque cada vez esté más en desuso y mal visto- se emplea para marcar la pertenencia del género femenino al masculino en los nombres de las mujeres casadas.

Al respecto, la profesora de historia María Emilia Pérez Santarcieri aclara a Revista Domingo que durante la época colonial, las mujeres “jamás usaron el apellido del marido”, pese a que la sociedad española de entonces era muy machista. “Cuando surge nuestro país y empieza a actuar en el mundo internacional, empiezan a venir otras costumbres, las de Francia e Inglaterra. Y la gente siguió la moda de esos dos países, donde la mujer perdió su apellido y tomó el del marido. Acá no se atrevieron a tanto: ponían su nombre y le agregaban ‘de fulano’. Y así se usó hasta el siglo XX, cuando la cosa empieza a cambiar fundamentalmente por -según mi forma de ver- los divorcios. Hoy en día el feminismo dice, justamente, que cada uno debe guardar su nombre, que es el elemento de identidad mayor”.

Desde hace nueve años en Uruguay se puede inscribir a los hijos con el apellido materno, un cambio significativo tomando en cuenta que en el siglo XIX se generalizó la herencia del apellido del padre (antiguamente en Europa existía la tendencia de dar el apellido paterno al hijo mayor y el materno a la hija mayor). Este cambio se logró con la Ley Nº 19.075 de Matrimonio Igualitario, la cual introdujo una serie de modificaciones al Código Civil Uruguayo, otorgando así el derecho a todas las personas, independientemente de su sexo, género y/o identidad, de contraer matrimonio (con los derechos y obligaciones legales que ello implica) y de elegir los apellidos de sus hijos.

María Emilia Pérez Santarcieri
María Emilia Pérez Santarcieri

Más anacronismos

Otras cosas han quedado obsoletas, como el empleo del “Don” antes del nombre (a propósito: “Doña” sería una muy mala adaptación de ese calificativo, pues Don significa “de origen noble”). Y la palabra “señor” -y por extensión “señora”-, que desde hace mucho no se utiliza en el lenguaje formal. “El señor está en el cielo”, decía un profesor de periodismo.

Los “chiquilines” que fundaron Montevideo en 1726 (así los llama Milton Schinca en su obra Boulevard Sarandí porque eran de corta edad y había muchos niños en el grupo), recibieron del rey de España privilegios de hidalguía y estrenaron en estas tierras el derecho de llamarse Don. No obstante, Pérez Santarcieri aclara que ese título era, en su época, el más bajo de la aristocracia española. “Cuando vinieron todos los pobrecitos que fundaron la ciudad recibieron el título de Don, algo que después pasó a ser algo como de respeto. A mí hasta hoy día me mandan cosas desde España y me escriben Doña María Emilia”, sostiene.

Para toda la vida

El nombre es uno de los muchos factores que ayudan a moldear el carácter de una persona. Y junto con la apariencia física y los modales, es la tarjeta de presentación. Por eso la importancia de una elección adecuada al momento de bautizar a un niño.

Hace muchos años un conocido fotógrafo de prensa llamaba la atención en Montevideo por su pintoresco nombre: Enero Valiente. Sus padres habían bautizado a sus hijos con los meses del año en los que habían nacido. Son muchos, muchísimos, los nombres curiosos o llamativos que existen en Uruguay. Nombres como el del futbolista Jim Morrison Varela a veces emergen en conversaciones simpáticas de amigos, donde alguno podría llegar a hacer un comentario jocoso por el hecho de que la Escuela Superior de Vitivinicultura se llame “Tomás Berreta”.

Como dice un artículo de La Nación de 2011, sobre los nombres curiosos que existen en Uruguay, si el apellido es Leche, bautizar al niño con el nombre de Tomás es una maldad. Lo mismo si su apellido es Oria y a una hija le ponen Susana. O llamar Pascualina a una hija y ponerle Fresca de segundo nombre. El diario argentino recoge un artículo del periodista uruguayo Leonardo Haberkorn, quien destaca su lógica estupefacción por el hecho de que en nuestro país se haya permitido bautizar niños con el nombre “Hitler”.

Estas situaciones existen pese a que el artículo 5 de la Ley 15.462 (de 1983) establece que está prohibido inscribir nombres de pila que sean “extravagantes, ridículos, inmorales o que susciten equívocos respecto del sexo de la persona a quien se les impone”.

Y así como la vida sigue, los cambios de nombres también. Se calcula que en Uruguay hay unos 85.000 inmigrantes, siendo notorio el aumento en los últimos años de personas originarias de Cuba, Venezuela y República Dominicana.

El fenómeno está teniendo su impacto también en la nómina colectiva, porque muchos migrantes llamados Yanisley, Yordanys, Reyner, Leandris, Dignora, Zuleidy y Reidel están formando sus familias en Uruguay. Y dejando descendencia en una tierra en la que las fronteras culturales están cada vez más integradas.

La cédula no se puede agrandar

En la cédula uruguaya solo figuran hasta un máximo de dos nombres propios. No importa que los padres les hayan asignado en la partida de nacimiento cuatro, como al presidente de la República Luis Alberto Aparicio Alejandro Lacalle Pou. O les hayan dado cinco, como al escritor Mario Orlando Hardy Hamlet Brenno Benedetti. O incluso seis, como “al hijo de Cacho”: Maximiliano Ricardo Javier Fausto Nicolás Arturo de la Cruz.

Según una nota de El País escrita por Tomer (nombre que significa “dátil”) Urwicz y Valentina Caredio, la creciente inmigración caribeña está haciendo notar una curiosa tradición de su zona de origen: los nombres que combinan un acrónimo del padre con el de la madre, tal como algunos uruguayos llaman a sus casas de verano en los balnearios. Es así que en 2021 figuran en el registro Crismar, Josimer o Luismary, entre tantos (ver nota principal).

El nombre más común en el mundo es Mohammed, en referencia al profeta del islam. Se estima que más de 150 millones de habitantes cuentan con ese nombre, escrito en distintos idiomas y en sus más variadas formas. En Uruguay no abundan, pero los hay y en 2021 se sumaron una decena con distinta ortografía.

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