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Jorge, Jorge, Jorge

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Es domingo y ya hace unos días que Jorge no está por acá. O quizás sí, quizás su presencia y talante ya no se vayan nunca más de esta tierra.

Jorge amaba al país como pocos, tenía una fuerza demencial y sobrevivía a todo, o a casi todo. Otros podrán decir lo mismo, Jorge lo probó con su peripecia vital.
En la dictadura, que lo correteó por todos lados, se fundió, se quedó sin diario, hasta le pegaron un tiro y tuvo tanta polenta que nada de eso lo destruyó. Otros, por la mitad de tanta desventura se quiebran en el camino. El siguió, siempre siguió.
Su presidencia —se dirá lo que se dirá— cuando llegaron los demonios externos estuvo a la altura histórica y sus vínculos con los gringos salvaron al país. Así lo dije en la madrugada de la sesión parlamentaria en la que se abordó el tema. Inmediatamente me llamó para hablar del asunto en una conversación privada que guardo para siempre.
No repito lo que han dicho otros porque el fin de la vida es un sponsor fabuloso y mucho cretino que hasta ayer odió, ahora parece que se olvidó de sus maldiciones. No me sirven esas palabras, llegan tarde. Lo lamento.
Yo conocí la veta humana, profunda, del Batlle que en medio de todas las adversidades, todas, sacaba fuerzas de no sé dónde y se recomponía. Ahora le llaman “resiliencia” pero hace décadas eso era coraje con uno mismo y dignidad ante la vida. Era un agitador con los más jóvenes, nos enloquecía, nos metía a estudiar, nos obligaba a dominar el inglés, a leer economistas y a escribir de filosofía política. Y nos ponía a recorrer el país con él, para entender que hacer política no era ni la ira revolucionaria, ni la claudicación ante la bota autoritaria sino la palabra que busca la verdad y produce libertad contagiando unos a otros.
El Batllismo de Jorge nunca fue demasiado estatista porque antes que nadie se había cansado de la hipertrofia del aparato estatal. Ya era avanzado hace décadas.
Hace unas semanas me llamó por teléfono, y había que oírlo (yo lo disfrutaba mucho) porque siempre había algo genial en sus miradas de nuestro entorno. Su charla siempre fue medio freudiana, iba de la vida de los amigos, de su propia aventura existencial y la del país, todo mirado con la óptica de un vivaz cronista analítico. Él construía y deconstruía la realidad política y sus conversaciones buscaban ratificar una especie de camino socrático en búsqueda del camino que imaginaba era el ideal a recorrer para el bien de la república. Veía, soñaba, intuía, sabía, predicaba, un poco de todo.
Tengo tantos pero tantos cuentos que ni sé por dónde pararme ante la salida de Jorge de la escena nacional. Francamente me desubica, me deja dolido, flaco, dañado y mal. Llegué a estar en su apartamentito en la calle Juan Paullier más de diez horas seguidas (montones de veces) oyéndolo organizar, hablar, dirigir y seducir e inspirar a los más jóvenes del Batllismo. Aquello era shakesperiano.
Un recuerdo pintoresco que me viene a la mente fue una pinchadura de un auto que usamos para ir a no se dónde y ninguno de los dos sabía cambiar la rueda: “¿Le echamos un discurso, Turco?”, y allí le vino una risa aguda, fuerte, contagiosa; estuvimos horas mirando el auto esperando algo mágico. ?
No conocí a nadie que le gustara tanto hablar, hablar, hablar de política, navegar con los razonamientos y dominarlos hasta el infinito.
¿Orador? Según el día. Tenía días brillantes y días magros, dependía de la inspiración y la oportunidad. ¿En la radio? Imbatible, una máquina, consistente sólido, culto, una metralleta, ya casi no quedan de esa estirpe. ¿En la televisión? De grande con la mirada más serena supo usar esa arma de manera magistral, de joven parecía que tenía pólvora en los ojos. Sí, de presidente tuvo la mirada que tenía que tener. O lo amabas o lo odiabas. Ya verán como Jorge es de la categoría de los que el país amará por siempre. De esos que todos sabemos que nunca especuló, que jugó todo a cartas vistas y que entregó la vida por la nación. Chau Jorge con vos se va un pedazo gigante de nosotros mismos. Nada fue en vano. Nada.

cabeza de turcoWASHINGTON ABDALA

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