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De isla prisión a destino top

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Fernando de Noronha tiene una puesta de sol única

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La pequeña Fernando de Noronha es de difícil acceso y no es para cualquier bolsillo, pero una vez allá se entiende por qué: una maravilla natural y rústica.

Esta isla de 17 kilómetros cuadrados queda a 350 kilómetros del continente, en el Atlántico. Pertenece administrativamente al estado Pernambuco, pero desde la topografía volcánica hasta la cadencia de sus habitantes, Noronha es otro mundo. En el archipiélago del mismo nombre, es la isla más grande y la única habitada.

Es tan rica como vulnerable, una joya preciosa y apartada que enfrenta el desafío de administrar bien su éxito de convocatoria. La isla es de tal belleza salvaje que el visitante tiene en seguida el reflejo de preocuparse por su preservación. Entonces nota los tachos de basura públicos de media docena de colores para diferentes materiales y le explican que todos los desperdicios se sacan de allí en barco una vez por semana. Y, en lugar de lamentarse, pronto acepta y ve como positivo eso de que a Noronha la llamen “tierra del no” y que deba abonar una tasa por cada día que pisa su suelo. Es que la mitad de la isla tiene rango de parque nacional, con un cupo máximo de turistas diarios. Hay muchas áreas intocables y otras donde solo se ingresa pagando y con guía contratado. Detalle no menor: las patas de rana y las antiparras son imprescindibles en este viaje.

archipiélago de Fernando de Noronha
Archipiélago de Fernando de Noronha. Foto: Commons

Afuera y adentro

La isla está rodeada por el Mar de Dentro, más calmo y de cara a Brasil, y por el Mar de Fuera, más bravo y mirando hacia África. De uno y otro lado, en este lugar del mundo las mareas marcan la jornada tanto como el reloj, determinan la actividad en las playas y pautan las excursiones. De vez en cuando también causan algunos destrozos. Una única ruta circular vincula el aeropuerto con los caseríos esporádicos donde residen unos 4.000 habitantes.

Por esa ruta va y viene el único colectivo, que cuesta cinco reales. Pero parte de la experiencia Noronha es manejar o al menos subirse a un buggy, el vehículo oficial de la isla. Da la sensación que cada poblador tiene por lo menos uno para alquilárselo a quien pregunte. El año pasado recibieron 94.151 visitantes (90 % son brasileños).

En buggy a todos lados

Fernando de Noronha
Foto: GDA / La Nación

El buggy es ideal para llegar a la playa. Cualquier guía arranca por Praia da Conceição, la más animada, y continúa por su vecina mucho menos poblada, Boldró. Desde Cacimba do Padre se saca una de las fotos con más “Me gusta” de Noronha, olas golpeando contra el Morro Dois Irmãos a pocos metros de la arena. Sueste, Atalaia y Bode son algunas de las playas del parque nacional, más retiradas. Y Praia do Sancho es el sitio para sentirse dentro de las páginas ilustración de una revista de viajes. Difícil imaginar candidata más calificada para encabezar cualquiera de esos rankings con “las diez mejores playas” de Brasil, del planeta, del universo. El acceso a Sancho suma aún más puntos. Hay que bajar por unos quince metros de escaleras tipo emergencia, metidas en la roca, nada amigables para los claustrofóbicos. Después de otros escalones externos, se alcanza una pequeña bahía, tan recóndita y virgen que da pudor meter un pie en el agua y alterar tal equilibrio de elementos.

Historia

La Trachylepis atlantica es una especie endógena, mucho más local que los humanos, que aparecieron apenas en los últimos siglos. La isla fue descubierta en 1503 por una expedición portuguesa financiada por el comerciante Fernando de Loronha, que le dio algo parecido a su nombre. A fines del siglo XIX pasó a formar parte de Pernambuco y el estado brasileño la convirtió en una colonia penitenciaria, donde la última dictadura encerró a sus presos políticos. Parte de la escasa población desciende de aquellos convictos y sus guardianes.

¿Adónde se va para la puesta del sol? Todos los días, la misma pregunta. Nadie considera la opción de perderse esa hora de los magos en que cielo y mar mutan en un show de colores. La platea puede estar en una playa o en un punto de observación elevado con música en vivo. El plan es probar cada día una ubicación distinta. Donde sea, nunca falla: el público contempla en un estado de comunión que vira de la expectativa al éxtasis y después al relax satisfecho.

Fernando de Noronha
Foto: Pixabay

Otro gran tema de conversación: los tiburones. El turista se encuentra con un destino tan idílico que empieza a dudar. ¿No será que hay demasiados tiburones? Al fin y al cabo, las playas de Recife, ahí en frente, están llenas de carteles que advierten sobre su presencia y las noticias de ataques son frecuentes. En Noronha efectivamente hay tiburones. De hecho, un atractivo clásico, cerca del puerto, es el restaurante Museo del Tiburón, donde además de caipirinhas, se puede aprender bastante acerca de las especies alrededor de la isla y su comportamiento. Sin embargo, los ataques son inusuales. En 2015, un tiburón tigre le arrancó un brazo a un contador que buceaba en solitario por la playa Sueste. Y el año pasado, a otra turista le mordió la mano una cría de tiburón que había capturado y levantado del agua para sacarse una selfie. La recomendación es simple: buceo y snorkel, siempre bajo la supervisión de guías locales y con atención a pautas de seguridad básicas. Y nada de selfies.

Caminar es otro de los hits, particularmente dentro del parque nacional, para alcanzar puntos de la costa donde no hay caminos para vehículos. Los mejores senderos, como el de Atalaia (con una piscina natural con fondo de coral), demandan cierta logística. Para empezar, hay que presentarse en la administración del parque y agendar y pagar la visita. Los cupos son muy limitados y se agotan con varios días de anticipación. Así que si hubiera que salvar solo un dato práctico de esta nota, que sea este: al llegar a la isla, mejor resolver el asunto de las “trilhas” (senderos) antes que nada. En algunos casos, quizás ni así se consiga vacante en las caminatas más pedidas. Para el viaje de este artículo en particular el lunes ya no había disponibilidad hasta el viernes para ir a Atalaia.

De vuelta en Boldró, uno de los cuatro turistas se mete en el mar. Tiene un kilómetro del Atlántico solo para él. Acaba de entender Noronha: Boldró es la playa más exclusiva y a la vez más simple y despojada de Brasil. Por suerte todavía no se lo contó a nadie en Instagram porque no hay cómo conectarse.

Tips

Flamboyant: una especie de deck sobre la plaza del mismo nombre en el centro de la Vila do Rémedio. El dueño, todo un personaje, es músico y le canta a la isla en su disco Rock Oceánico, pero el verdadero éxito es la moqueca de pescado.
Restaurante do Zé María: cada sábado, Zé María, una celebridad local con look Hemingway, encabeza una bacanal en modo bufete (de la comida nordestina al sushi), que termina en karaoke familiar. Experiencia épica, por unos 170 reales.
Triboju: de lo mejor en la isla, en la posada del mismo nombre, de Vila dos Remédios. Fusión nordestina-mediterránea, con platos desde 80 reales. Dónde dormir: Lua Bela, Una pousada recoleta, algo por encima del promedio (en precio y en calidad), con excelente desayuno, gran jardín y buena ubicación para bajar a las playas más céntricas. Desde 10.000 pesos por noche.
Más información en la web oficial de la isla

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