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El Homus Idiotus

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tonto

COLUMNA — CABEZA DE TURCO

Washington Abdala 

De niño me molestaban los adultos que daban clase de forma permanente sobre todas las cosas, principalmente me enloquecían los sabelotodos de estupideces, los que repetían fechas de las celebraciones que ellos consideraban relevantes y, además, que te desafiaban si no sabías el tamaño de las ruedas inglesas o la edad en que murió José Pedro Varela.

No lo entendía, pero de forma intuitiva me fastidiaban los egos agrandados por trivialidades. Era la futura “wikipedización” sin pedantes. Digamos las cosas como son: la “wikipedización” es el final de la película que empezó con la Enciclopedia Britannica, como si fuera versionable un relato único sobre lo diverso. Nunca lo fue, aunque lo creíamos.

La vida nos sumerge en contradicciones, hace más de treinta y cuatro años que soy docente universitario, o sea, en algún sentido la maldición —que me sublevabaù la terminé alimentando porque no hay docente que no crea que ayuda al “conocimiento” de alguna manera y que no da su punto de vista. O no serías docente y te dedicarías a vender helados o seducir a la gente para que ponga el dinero en una institución que luego lo usa y se le cobra a otros por usarlo.

Otros que me enloquecían, de niño, (ahora también) son las aquellos que citan autores, a los griegos, a los romanos y los que hablan de Los Simpson sin conocer en serio a los personajes (si citás bien, me emociono, si citás mal, me da vergüenza). Me enerva de sobremanera esto y me pongo pesado con el abyecto que reproduce lo que no sabe. Y los correteo y molesto todo lo que puedo. Me gusta volver sobre lo que impostan y preguntar lo que sé bien que no saben.

Me cansan los que me pretenden educar en todo, por todo y con “animus soberbius”. Es sencillo: se pueden narrar asuntos que nos interesen pero de forma sutil, sin pasar por arriba a nadie y con buena voluntad. Y más en estos tiempos de dudosa certidumbre de nada, donde todo es discutible, hasta el hecho de que algo sea discutible, es discutible. Es cierto, es un tiempo cansador. Lo sé.

Pero todos los tiempos estuvieron plagados de gente así, de momentos confusos y de dudas. De algunas de estas cosas hablo en mi último libro que por estos días se instala en librerías: El Homus Idiotus. Y como no me da vergüenza hablar de lo que creo, espero que muchos de ustedes, mis fieles y queridos lectores le prendan cartucho, o sea, que lo lean y lo disfruten. Siempre hay gente que me dispensa generosamente su complicidad intelectual coincidiendo o no, conmigo. Lo agradezco mucho. Yo podría ser virtual y sin embargo soy real. Gracias por eso.

tapa libro El Homus Idiotus
Foto: Difusión

¿Respuestas? Algunas habrá en el libro sobre lo cotidiano, pero más entre líneas que directamente. ¿Preguntas? A montones, esa es su fortaleza, creo. ¡Ah! Está escrito de manera coloquial, no creo en los sermones o en los epitafios. Es más, me generan repulsión las pretensiones renacentistas o grandilocuentes: los que se supone que entienden una idea, la deben explicar de forma que todo el mundo la asimile. Eso para mí es trabajar con el “conocimiento”. Y eso pretendo con mis obsesiones, mis miradas y mis angustias. Trato de compartir mis preocupaciones desde el lugar en el mundo en el que estoy y en el contexto en que me tocó vivir. ¿Para qué? Y... básicamente para comprenderlo mejor, y para ayudar a alguno que se suba a mi barca y ver si arribamos a alguna orilla. Sin misterios eso es El Homus Idiotus. Probablemente mi mejor libro (hasta que aparezca otro). Los libros, lo sabemos todos, tienen vida propia, y uno nunca sabe a dónde lo lleva un texto. Ni qué puertas se abrirán. Son un misterio.

Una confesión: es un libro que escribí con muchas ganas. No sé si eso servirá de algo, pero en estos tiempos de anomia, capaz que sí. No busca votos y menos aplausos, solo enganche mental. ¡Ojalá les guste!

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