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Hoja de ruta: 72 horas de viaje por San Juan

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El Valle de la Luna, uno de los mayores atractivos.

Crónica de tres días en auto por los caminos religiosos y casi lunares de una de las provincias argentinas más pequeñas, menos conocidas, pero a su vez más intensas del vecino país.

El avión está por bajar sobre la pista del aeropuerto de San Juan. Hace apenas unos minutos apareció por la ventana una gran mancha verde en medio del desierto. Con la luz del alba el oasis crece y crece a medida que la aeronave baja, dejando ver con claridad los surcos de los viñedos: es cierto que San Juan es "la otra" provincia argentina del vino; una hermana más callada y escondida detrás de la pujante Mendoza.

Muy temprano por la mañana, el sol ya salpica de luz el paisaje e ilumina cada pliegue de las montañas. Son apenas las 7.20 y el avión ya aterrizó, horario ideal para aprovechar un día completo. El pequeño aeropuerto se desocupa muy rápidamente. Es tiempo de cumplir con los trámites para alquilar un auto y ya no queda casi nadie. El encargado, Claudio, fue muy expeditivo: en 10 minutos ya estamos con las llaves en mano, listos para recorrer la provincia. ¿Dónde empezar? ¿Por una vuelta por la ciudad para tomar un buen desayuno y conocerla un poco o lanzarse directo por la ruta 141 en dirección a Vallecitos, la primera parada programada de este viaje relámpago?

La opción café gana la apuesta. Llegamos a la avenida San Martín, que cruza la ciudad de par en par. Las calles no están en muy buen estado pero el centro es chico y se llega rápidamente hasta la zona de la plaza 25 de Mayo en busca de un lugar donde dejar el auto.

El estacionamiento es medido: hay que comprar una tarjetita con créditos de horas en los kioscos y bares y buscar al empleado municipal de remera azul que la pasará por un lector portátil y entregará un ticket. Luego del terremoto de 1944, la ciudad fue reconstruida totalmente y no hay que buscar construcciones históricas en torno a la plaza. De hecho, la Casa Natal de Sarmiento es el principal lugar histórico de la ciudad. Abre a las nueve, cuando el centro empieza a activarse. Los primeros visitantes del día ya se sacan fotos con una estatua microcéfala del prócer, sentado sobre un banco con un libro de lectura entre las manos.

Luego de cumplir ese ritual y haber pagado el módico derecho de entrada, visitamos las piezas, abiertas en torno al patio central donde están la famosa higuera y el no menos famoso telar de Doña Paula. Las piezas encierran objetos, documentos y retratos de la familia Sarmiento, trazando así la vida que llevaron sus integrantes en aquella casa de gruesas paredes blanqueadas con cal hace más de un siglo y medio. En el patio se ha recreado la huertita familiar. Allí las paredes se ven cubiertas de placas de diversos organismos y personajes que rinden homenaje tanto al político como al educador.

Altares en el desierto.

Frente a la casa-museo, en el lado opuesto de la placita, algunos esqueletos de dinosaurios custodian la puerta de la oficina de turismo. No está de más pasar para pedir un mapa, aunque se viaje con GPS, para recopilar algunas recomendaciones en cuanto a las rutas y su estado. Ya es hora de partir hacia el Parque Provincial Ischigualasto, más conocido como Valle de la Luna, con una parada en Vallecito, para conocer el santuario de la Difunta Correa. Se llega en menos de una hora a los grandes playones calcinados bajo el sol. Las sombras parecen haber sido desterradas de aquel lugar donde la leyenda dice que Deolinda Correa murió de sed, de hambre y de agotamiento. Seguía a la tropa de militares, en la cual su marido era recluta. Su muerte y cómo se salvó su bebé son la base del culto que se le rinde sin querer ceder terreno frente a la más nueva popularidad del Gauchito Gil.

Los carreteros expandieron su culto por los caminos de Cuyo y más tarde los camioneros al resto del país. Miles de devotos y curiosos pasan por Vallecito cada año, un lugar que vive únicamente por y para las capillas levantadas con el objetivo agradecer los favores recibidos a lo largo de décadas de peregrinaciones. La única calle está bordeada por casas de comidas rápidas y santerías. Detrás de ellas están los santuarios y una lomada que es como el Gólgota local. Cada capilla conserva objetos dejados por los fieles de manera temática: maquetas de casas, juguetes, autitos, trajes de quinceañeras y mucho más en un increíble sinfín.

Mientras las parrillas empiezan a tirar humo, retomamos viaje. La meta es llegar en algunas horas a la entrada del Valle de la Luna. El recorrido en auto dentro del parque dura tres horas.

Como sobre la Luna.

Llega el mediodía y el sol está por encima del auto. En dirección al Norte, bordeamos las Sierras del Valle Fértil, pasamos por San Agustín y finalmente llegamos a la entrada del parque. Para visitarlo, el proceso es simple: hay que dejar el auto en el playón, comprar las entradas en la oficina (en efectivo porque no toman ningún medio de pago electrónico) y volver al auto para tomar su lugar en una fila. Nuestra caravana cuenta con sólo seis autos. Nuestro guía se llama Luis y advierte que pararemos cinco veces, que el recorrido es de 40 kilómetros y que la visita dura tres horas.

Primera parada: en un mirador al costado del valle que le dio su nombre al lugar. El paisaje es totalmente lunar. Es un mundo mineral de texturas y colores diferentes según las capas de rocas. Luis explica que "el parque es el único lugar en el mundo donde se puede ver de manera clara la evolución de la tierra en el período Triásico. Las diferentes capas de rocas y terrenos fueron erosionados y muestran cómo se formó la tierra entre 250 y 200 millones de años atrás. En aquel tiempo el valle no era un desierto. Fue cuando aparecieron los primeros dinosaurios, cuyos fósiles son mucho más chicos que los de la Patagonia, que vivieron más tarde".

Luis va desgranando sus explicaciones en cada parada. La siguiente es dentro del valle, en medio de un paisaje de otro planeta. Grandes y chicos caminan hasta la Cancha de Bochas. Luis advierte: "Las que encontramos, las concentramos en un mismo lugar. Pero quedan muchas dentro del suelo y a medida que la erosión haga su trabajo aparecerán en la superficie".

Mientras las parrillas empiezan a tirar humo, preparándose para el mediodía, retomamos viaje. La meta es llegar en algunas horas a la entrada del Valle de la Luna. El recorrido en auto dentro del parque dura tres horas.

Cruces.

El sol ya no está tan alto en el cielo. Es hora de seguir viaje a Jáchal, el próximo oasis en el desierto sanjuanino. Se llega por la ruta panorámica 150. Es nueva y en perfecto estado, pero sobre todo es una de las trazas más lindas del país. Cruza toda la cadena montañosa del parque y pasa por delante de la oficina de los guardas, custodiada por el esqueleto de un gran saurópodo. Un cartel que advierte "no tocar el dinosaurio". ¿Morderá?

Llegamos a Jáchal por la noche. La ciudad está en plena efervescencia en verano porque es el paso de todos los viajeros que cruzan a Chile por el paso de Agua Negra. Vamos a Calingasta, donde la principal atracción es una sucesión de plataformas panorámicas sobre el inmenso lecho del río de los Patos. Llegamos a Barreal luego de una gran tormenta. Llovió toda la noche. En la entrada del pueblo un puente ha sido arrastrado en parte y se pasa sobre un solo carril. Pero el sol secó todo en unas horas. Hay dos observatorios, pero tiempo para uno solo: optamos por el mayor, el Casleo (de hecho el más grande el país). La visita permite conocer su gran telescopio y la sala de computadoras donde trabajan los científicos. Para llegar cruzamos una pequeña porción del parque del Leoncito, que antiguamente fuera una estancia. Los guardaparques mantienen y ponen en valor su histórico manzanar, donde San Martín y sus tropas hicieron un alto en su expedición a Chile.

Desde el parque se ve una gran mancha blanca en la parte más baja del valle, al pie de la Cordillera. Es el fondo de un lago prehistórico que dejó una llanura perfecta de más de 10 kilómetros de largo y varios de ancho. El lugar se conoce como Pampa del Leoncito o Barreal Blanco, donde se practica carrovelismo.

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