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Historias sobre el amor por la camiseta

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Toto, más que solo un hincha

de portada

Ser hincha de un equipo de fútbol implica sentirse parte de algo más, alentar sin que nada importe, estar siempre. Estás son seis historias de fanáticos que han hecho todo por su club. 

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Todos hablan en plural, como si en el “nosotros” se encontraran, se sintieran parte de algo más grande, superior a todo. Como si en el “nosotros” se sostuvieran los cantos, los gritos, los abrazos, las alegrías e incluso, las tristezas. Porque un hincha nunca dice que su cuadro perdió, sino que para referirse a una derrota dice “perdimos” y dice “corrimos” hasta el último minuto”, y dice “dejamos” todo en la cancha. Quizás ahí esté el secreto, eso que los hace pertenecer, eso que hace que crean en su equipo más que en ninguna otra religión, eso que los impulsa a hacer hasta lo que parece imposible por acompañar a los suyos. Ocurrió en la final de la Copa Libertadores de América, la que iba a ser pero que no fue, esa que enfrentaría a los grandes de Argentina y que ahora se jugará afuera del país: los hinchas de River llegaron de todos lados, incluso desde el exterior, hicieron kilómetros y kilómetros solo para llegar a tiempo, lo mismo que habían hecho los de Boca en el primer partido, cuando hicieron rugir La Bombonera a pesar del 2 a 2. La pasión por un cuadro es más fuerte que ninguna, en eso también están de acuerdo todos los hinchas de esta nota. Sin embargo, cuando el amor se transforma en fanatismo extremo, puede llegar al punto de arruinar un partido e incluso a suspenderlo, a dejar al mundo entero con las ganas de eso tan lindo que es el fútbol.

De amores eternos, de pasiones que no saben de imposibles, de canciones, de canchas, de viajes, de camisetas y de hinchas, -sobre todo de hinchas- se tratan estas historias.

Toto

n el Cerro de Montevideo a Toto todos lo saludan. Y a él le gusta que lo saluden. Y saluda también. Y se ríe. Siempre que habla, Toto se ríe.

Se llama Héctor Pereyra y tiene 67 años. Pero su nombre poco importa en este relato. Él es Toto (foto principal), para todos los que lo conocen, y es el corazón de Cerro. No es un fanático más: fue un hincha que creció en el vestuario de Cerro viendo a sus ídolos entrenar y ahora es el equipier de la institución desde que un día necesitaban a alguien que acomodara las camisetas y los zapatos y le pidieron que lo hiciera. “Yo tendría seis o siete años, ¿sabías? Y vivía en la Teja. Yo tenía un amigo, Pedro Díaz, pero era más que un amigo, era como mi hermano. Andaba para todos lados con él y él me traía a las prácticas de Cerro, ni siquiera existía el Tróccoli en ese momento, ¿sabías? Si yo me portaba mal o algo, mi madre no me dejaba ir. Entonces yo tenía que ser correcto en la escuela y en todo. Con decirte que a veces me agarraba la lluvia y todo en el entrenamiento y en ese momento estaba Jacobo de equipier y me ponía la ropa mía a secar, para que yo llegara a mi casa seco y mi madre no me retara, ¿sabías?”.

Resulta difícil intentar explicar lo que es Cerro para Toto y viceversa. Hace 50 años que se mudó al barrio y desde entonces (ya lo era antes, pero ahí se hizo evidente) ha dedicado su vida a su cuadro y por lo tanto, a su barrio. Y dedicarse implica ser el primero en llegar a las prácticas y el último en irse, significa nunca dejar de ser hincha, porque “Cerro es más grande que todo”. Implica, también, saltar a la cancha para festejar un gol con los jugadores (“la pasión te lleva a eso, ¿sabías?”), sin importar que lo echen del banco; implica desinflar cada pelota que llegó a sus manos en Ecuador, cuando Cerro enfrentaba a Emelec por la primera fase de la Libertadores en 2010. “Íbamos ganando 2 a 0. Cuando se dieron cuenta que yo tocaba la pelota, los milicos me sacaron del banco volando y me tiraron para el vestuario. Faltaba poco para terminar, meten el gol ellos y entran dos cocodrilos de ecuatorianos al vestuario a gritarme el gol. Yo me puse de espaldas, agarré un zapato y lo metí abajo de la camiseta; los miro y les digo ‘salí de acá ecuatoriano que te quemo’. ‘No tires uruguayo’, me decían. Y era un zapato”. Toto se ríe recordando ese momento, lo mismo que le ocurre cuando piensa en Cerro campeón de la Liguilla, el momento más lindo de su vida como hincha y en los clásicos ganados contra Rampla y en la hora.

Se emociona, también, sin necesidad de ocultar sus lágrimas, cuando piensa en todos los jugadores a los que ha vestido, en todos los que han pasado por sus manos. “Yo he tenido muchos jugadores y he visto muchos que jugaban y la rompían pero lamentablemente agarraron para otro lado, porque no me hacían caso. En cambio otros, no: tengo un Guille de los Santos, un Matías Cabrera, un Diego Godín. Yo lloré cuando entró Matías a la cancha con la 10 por primera vez, de emoción, ¿sabías? Y me emociono mirando al Diego por la televisión. Una cosa que me da nostalgia es cuando se van, y yo me quedo en el vestuario. Por ejemplo a fin de año cuando vienen a buscar los zapatos, me quedo solo en el vestuario y lagrimeo. Porque parece que se me va algo de mi corazón ¿sabías?”.

De familia

Antonella y Bruno juntos en el Centenario
Antonella y Bruno juntos en el Centenario

Era el partido en el que Antonio Pacheco volvería a las canchas con Peñarol luego de varios meses de ausencia por una fractura en una de sus piernas. Además, era un partido decisivo para que los aurinegros ganaran el campeonato. Antonella Fiorella (26) no había canjeado la entrada de socia a tiempo para el encuentro porque se encontraba en época de parciales en la facultad y no sabía si podría ir. A último momento decidió ir y tuvo que sacar una entrada en la Colombes. “En el momento en el que el Tony mete los goles, veo que unos de los amigos de mi hermano se estaban pasando de la Colombes a la Amsterdam. Yo quería encontrar a mi hermano como fuera, y cuando miro, el que se había venido de la Amsterdam a la Colombes, era Bruno, que vino a buscarme”, cuenta. Es que para ella y para su hermano Bruno (23), Peñarol es familia. Heredaron la pasión de su padre, que hizo las cosas más locas e inexplicables por su cuadro. “Un día estábamos los cuatro para mirar el VHS del casamiento de mis padres y papá insistía en no mirarlo y no entendíamos por qué. Resulta que mi padre había filmado arriba de la cinta del casamiento cuando Peñarol ganó el Quinquenio y arruinó el video”, recuerda Antonella, que dice que es hincha de Peñarol desde que nació, cuando la sacaron del sanatorio envuelta en una bandera amarilla y negra. “Incluso un poco después donamos cobre para que se hiciera la estatua de Pablo Bengoechea”.

Recuerda el partido del 12 de abril del 2011 por la Libertadores como uno de los momentos más lindos de su vida. No solo porque era su cumpleaños, sino también porque en ese encuentro Peñarol estrenaba la bandera más grande del mundo, con la que ella y su hermano habían colaborado. También, dice que el peor momento como hincha aurinegra no tiene que ver con ninguna derrota, ni con ningún partido mal jugado. “El clásico de la garrafa fue horrible. Primero porque a los hinchas y a los que nos gusta el clásico lo vivimos como una fiesta, realmente. Nosotros tenemos muchas cábalas, y una de esas es que a los clásicos vamos en ómnibus desde Nueva Helvecia, donde vivimos. Y ya cuando bajamos en Tres Cruces, había un ambiente de que sabías que algo iba a pasar. Y en el estadio la verdad que fue horrible”.

Ese partido quedó en un mal recuerdo. Sin embargo, para Antonella Peñarol es mucho más que solo un equipo de fútbol. Es lo que la une con Bruno, su hermano, aunque ahora esté a 4.000 kilómetros viajando por el mundo y es el recuerdo de su padre, que cuando cumplió 12 años le regaló la camiseta que ella guarda como la más importante de su vida.

El barrio

Gonzalo Peralta nació y creció en la Curva de Maroñas
Gonzalo Peralta nació y creció en la Curva de Maroñas. Foto: L. Mainé

Si el padre de Gonzalo Peralta (31) lee esta nota se va a enterar, más de 20 años después, que una vez se fue al Estadio Centenario sin plata y pidió monedas en la puerta para poder comprar la entrada y ver el partido de Danubio contra Peñarol. Es que para él, que nació, creció y vivió en la Curva de Maroñas hasta los 29 años, Danubio es parte de toda su vida. Cuando tenía un año, en 1988, con las pocas palabras que tenía cantaba “vamos Danubio todavía”, después de que el cuadro celebrara la primera obtención de un campeonato uruguayo de su historia. Y a partir de entonces las “locuras” y las anécdotas, dice, son muchísimas. “Cuando jugamos con Lanús, en la Libertadores de 2008, fuimos en ómnibus. Yo tenía que dar examen en la Facultad de Comunicación al otro día del partido y fui estudiando en el ómnibus con toda la barra, mientras todos obviamente hacían sus locuras, iba leyendo en el medio de las canciones, de todos los que iban tomando y saltando. Por suerte salvé el examen”.

Gonzalo recuerda con imágenes concretas la primera vez que entró a Jardines; era un partido contra Defensor y fueron a la tribuna visitante. “No me acuerdo del resultado porque era muy chico, pero me acuerdo sí que había muchísima gente, las tribunas estaban bastante llenas, recuerdo la imagen de estar atrás del arco, ver al golero de Defensor y a mi padre comprando un café, son cosas como esas que tengo grabadas”.

Para él, uno de los momentos más felices de su vida fue el gol de Diego Perrone en la hora en la final contra Nacional por el Campeonato Uruguayo de 2004. “Rompíamos una racha de finales perdidas, le ganábamos a un grande en casa, dimos la vuelta después de 16 años. Lloré como nunca, no podía creer. Además yo estaba atrás del arco del gol de Diego, y ya estaba desahuciado porque Sebastián Viera había atajado un mano a mano antes del córner. No vi el gol, cerré los ojos, era muy fuerte para mi la imagen de ver al árbitro pitar si Nacional la rechazaba, y cuando mi amigo Danilo de toda la vida me abraza, y se escucha el grito de gol, no lo podía creer, y luego Diego agarrado del tejido. Abrí los ojos y me puse a llorar”.

Una empresa para ver a Nacional

Vanessa, Cecilia y Verónica venden panes para poder ir al estadio
Vanessa, Cecilia y Verónica venden panes para poder ir al estadio

La primera vez lo hicieron porque Vanessa se quedó sin trabajo. Y estaba bien renunciar a algunas cosas pero nunca, bajo ninguna circunstancia, se podía renunciar a Nacional. Porque renunciar era dejar lo más importante de su vida, lo que las junta más que nada, una cuestión casi religiosa que hace que ellas y Verónica, hermana de Vanessa y tía de Cecilia, además de sentirse unidas por la sangre, se sientan unidas por un escudo.

“Cecilia, mi sobrina, no sabemos muy cómo ni dónde, pero aprendió a hacer panes caseros y es experta. Y bueno, cuando mi hermana se quedó sin laburo, no nos daba la plata para ir a los partidos de Nacional. Y dijimos: ‘bueno, hagamos algo extra para poder ir’. Y lo extra que encontramos fue hacer panes para vender”, cuenta Verónica.

Las tres viven en Maldonado y se llevan muy poca diferencia de edad. Verónica dice que Nacional es su vida. Que con la venta de panes lograron ir al estadio, si no todos los fines de semana en los que hay partido por el campeonato, al menos una vez al mes, sí o sí. A veces, cuenta, tienen que elegir: los clásicos y los partidos por copas internacionales son fijos y cuando un encuentro del campeonato coincide en el mismo mes con uno de Copa, el segundo es un evento que no está en discusión.

A la idea de los panes la empezaron hace dos años. Cecilia los hace, Verónica se encarga de repartir cada pedido, y Vanessa que a veces la ayuda, de la limpieza. “Tenemos una pequeña empresa y todo lo que recaudamos, se destina solamente para ir a ver a Nacional. Tenemos un fondo común y esa plata no se toca, es solamente para ir al estadio. Ahora se terminó el campeonato pero seguimos juntando, porque tenemos supercopa en enero y después el próximo campeonato”.

Es que a veces, cuando se trata de una pasión tan fuerte, nunca mucho es demasiado. “El Parque Central es mi lugar en el mundo, porque seguir a mi cuadro es lo que yo elegí para mi vida”, cuenta Verónica.

Violeta

Federico es socio de Defensor desde que nació
Federico es socio de Defensor desde que nació. Marcelo Bonjour

Federico Stein (27) fue socio de Defensor antes de que su madre lo conociera. Nació y su tío, fanático violeta, fue a la sede y lo asoció con el club del que sería hincha toda su vida. Y por el que dejaría todo. “Mi madre estaba anestesiada y me conoció dos horas después, cuando la enfermera me entrega a sus brazos le dice ‘le traigo a un socio de Defensor’”.

Toda su familia paterna es hincha del mismo equipo. Desde su abuelo que, dice, es el responsable de su pasión, hasta sus tíos y primos; aunque según ellos, él es el más fanático, el que lleva “la voz cantante de Defensor”.

En su cuarto todo es violeta. Desde recortes de diarios, pósters, escudos, pegotines, fotos, sombreros, banderas y camisetas. En total, son 31 las remeras violetas que guarda (ordenadas por fecha), colecciona y cuida como un patrimonio propio y familiar, que se agranda cada vez más.

Federico sabe de memoria la fecha de cada partido, como el del 21 de mayo de 2009, cuando se enfrentaron a Boca en La Bombonera, en un encuentro que los violetas tenían que ganar sí o sí. “Defensor ganó 1 a 0 con un gol de Diego de Souza a los 27 minutos. Fue muy fuerte, nos abrazamos llorando con mi tío y después aguantamos todo el partido y pasamos de fase”. Recuerda, también la Libertadores de 2014 como otro “momento impresionante”: se fue a Colombia con todos los ahorros que tenía. “Yo no había podido ir porque todos los partidos nos tocaban lejos, entonces especulaba todo el tiempo, decía que si pasábamos de fase iba, y nunca fui, pero cuando pasamos a cuartos me fui para Medellín, éramos 30 hinchas contra 70.000 del Atlético Nacional de Medellín y le ganamos 2 a 0”.

Dice Federico que por Defensor ha llorado muchas veces, que ha llorado en las buenas y en las no tan buenas. Y la peor de todas fue en 2005. “Estábamos peleando con Nacional cabeza a cabeza y un juez que después no arbitró más nos robó el campeonato. Y esa era la única y última oportunidad que yo hubiera tenido de ver a Defensor campeón con mi abuelo, que estaba muy enfermo, falleció un mes después de la definición de ese campeonato. Ese fue el momento más duro como hincha”.

Él ha planificado su vida siempre para poder seguir a su cuadro. Tiene diez viajes a cuatro países distintos para ver a Defensor jugar por copas internacionales, y más de una vez, si un examen de facultad le coincidía con un partido de la Libertadores, prefería no darlo con tal de no fallarle a los violetas. “Planificaba mis períodos de exámenes (es contador) en base a los partidos de Defensor. Desde niño y hasta ahora, si tengo el cumpleaños de algún amigo o algo y jugamos el mismo día, voy más tarde o directamente no voy, pero la gente que me conoce ya sabe que soy así”.

Soy así, dice Federico, y quiere decir que siente tanto a su equipo porque Defensor es su familia, su abuelo, su ahijado, su tío, su infancia, su futuro, sus hijos “el día de mañana; es una forma de vivir, una forma de rebelarse contra todo, es una pasión y no hay forma de explicarlo, la siento tan fuerte que no me sale ponerlo en palabras”.

Un hincha xeneize pero uruguayo
Mauricio empezó a ser hincha de Boca leyendo El Gráfico

Mauricio Larregui es uruguayo y cada vez que va a jugar al fútbol con sus amigos, va con la camiseta xeneize.

Empezó a ser hincha de Boca a los siete años, leyendo las revistas El Gráfico que compraba su abuelo. “En el 77 cuando Boca gana la primera Libertadores se empezó a afianzar más mi gusto por el club. Después llegó otra copa, llegó Maradona y todos los éxitos”, cuenta.

Aunque en Uruguay tiene simpatía por Peñarol, dice que Boca es su pasión, que está pendiente del equipo argentino todo el tiempo, y que, como todo hincha, ha llorado por él, se ha enojado y se ha reído. Con respecto a los incidentes de la final, a la suspensión del partido y todo lo que eso conllevó después, dice que se entristeció mucho: “Yo estaba muy ilusionado como todos los hinchas, y más aún porque quiero ganar la séptima copa. Pero quiero ganarla en la cancha”, dice.

más que fútbol

Hacer cosas para ayudar a su club

Hacer cosas para ayudar a sus equipos y clubes es parte de ser muy hincha. Gonzalo, por ejemplo, formó parte de la comisión de nomenclatura que le puso el nombre de María Mincheff a Jardines del Hipódromo. “Más allá de las locuras, también está bueno aportarle al club. Tenemos el único estadio del país que lleva el nombre de una mujer, que fue la señora que nos dio el nombre”.

Antonella y su hermano, en tanto, como varios hinchas de Peñarol, forma parte de una peña. “Con las peñas buscamos diferenciarnos de otros cuadros, porque somos más que solo fútbol”.

Toto, en tanto, no solo ayuda a los jugadores de Cerro, sino que cada vez que puede se acerca a los juveniles y a los jóvenes del barrio: “Cuando vienen a practicar y eso yo estoy con ellos y les explico lo que es Cerro. Un día un técnico me llamó para hablarle a los jugadores chicos el sacrificio que pasó un jugador acá y llegó lejos. Para que ellos vean que se puede llegar a algo más. Me escuchan. A veces no me hacen caso, pero otras sí”.

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