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Hillary Clinton lo hace otra vez

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Hillary Clinton. Foto: Reuters

La ex primera dama, senadora y secretaria de Estado es experta en reencarnar. Todas las etapas de la precandidata demócrata.

JEAN PALOU EGOAGUIRRE I El Mercurio/GDA

Suele decir que es la persona más famosa que nadie conoce realmente, y puede que tenga razón. Ya sea como estudiante brillante, primera dama, senadora, secretaria de Estado o aspirante a la Casa Blanca, se ha reinventado tantas veces —cambiando su apellido, su look y sus roles— que es difícil diferenciar en ella cuánto es cálculo político y cuánto es verdadero.

Primera dama 

El carismático Bill Clinton lo admitió desde un principio: al votar por él, recibían "dos por el precio de uno" en la Casa Blanca. Comparada a menudo con Lady Macbeth, Hillary se convirtió en la primera dama más omnipresente en Estados Unidos desde Eleanor Roosevelt. Fue la primera en ese cargo en tener un posgrado, la primera en tener oficina el Ala Oeste de la Casa Blanca —donde se toman las decisiones— y es sabido que solía asesorar a su esposo. Los opositores solían hacer mofa de su rol, hablando de "Billary" o llamando a los Clinton "copresidentes".

En sus ocho años en el rol, Hillary viajó a 79 países, más que cualquiera de sus predecesoras e incluso se arriesgó a entrar en zonas en guerra en Bosnia y Kosovo. Su intervención más notable y recordada hasta hoy fue en China en 1995, cuando pronunció un alabado discurso en el que declaró que "ya no es aceptable discutir los derechos de la mujer de forma separada de los derechos humanos".

Hillary, por supuesto, también conoció el lado menos glamoroso de la política. El que, según ha dicho, ha hecho que hoy "tenga piel dura de rinoceronte" y "cicatrices que mostrar".

Ahí está la dura derrota legislativa de la reforma sanitaria que Bill le encargó o la investigación por el caso Whitewater, que la convirtió en la primera primera dama en ser citada a declarar ante un gran jurado. Casos que de todos modos quedaron minimizados en la memoria colectiva estadounidense frente al traumático escándalo Lewinsky, "la experiencia más devastadora, chocante y dolorosa de mi vida", en palabras de Hillary.

Humillada, se dice que los platos volaron en la Casa Blanca y que hubo momentos en que castigó con largos silencios a Bill, pero se tragó su orgullo. Y volvió a reinventarse. Evitó la posición de víctima, habló de "respeto, amor y perdón" y dio a entender que las aventuras de su marido no la desviarían de su objetivo político. Su popularidad subió hasta más del 70% tras el affaire de Bill, y quedó claro entonces que la "Lady Macbeth" no se iría sin reclamar el trono.

Senadora.

Hillary quería ser tomada en serio. Cumplida ya la tarea de acompañar a su esposo, era el turno de dar curso a su propia ambición política y dejar atrás las caricaturas, y para ello necesitaba una nueva transformación. "Tú no eres un líder si no te han elegido. Tienes que probar tus ideas en un foro público", señaló al anunciar su intención de postular se como senadora por Nueva York, el mismo escalón que usó el asesinado Robert Kennedy para su aventura presidencial.

Nuevamente hizo todo lo que hizo falta. Le cobró las deudas a Bill, y así como ella lo siguió a Arkansas y luego a Washington, se mudaron a Nueva York, donde dicen que se sintió realmente cómoda y liberada al despojarse de las ataduras de su anterior cargo. En el Capitolio rápidamente fue reconocida por sus colegas de ambos partidos, mostró su lado más trabajador y su conocida disciplina, dominó con seguridad los asuntos locales y, pese a su estatus de rockstar de la política, cultivó un bajo perfil.

Aunque la senadora Clinton no tuvo un récord legislativo muy descollante, su etapa parlamentaria le sirvió para mostrar una nueva faceta, a veces discordante del partido, y como miembro del Comité sobre Servicios Armados participó en el debate sobre la guerra en Irak, la cual apoyó en 2002. Varios años después, en un nuevo giro, confesaría sobre Irak: "Me equivoqué, simple y claramente".

Fue en esta etapa parlamentaria cuando Clinton comenzó una racha, que ya lleva 13 años, como la mujer más admirada de Estados Unidos. Con las presidenciales de 2008 en la mira, para su campaña de reelección en Nueva York en 2006 echó mano a sus redes y gastó más que ningún candidato a nivel nacional para asegurar la mayor votación del país, que la puso en pole position en las primarias demócratas. "Estoy lista para arremangarme y ponerme a trabajar", dijo entonces, y nadie lo puso en duda.

Candidatura presidencial.

Inadvertida aún del éxito arrollador que tendría el "Yes, we can" del entonces senador Barack Obama, Hillary Clinton llegaba a las primarias demócratas con el cartel de favorita y con una carta que no convenció del todo: ella sería la candidata de la "experiencia", una especie de "Dama de Hierro". El concepto fue explotado incluso en un controvertido spot donde se simulaba un llamado al "teléfono rojo" de la Casa Blanca a las 3:00 de la mañana. ¿Quién lo contestaría? "Alguien que conozca a los líderes mundiales y a los militares" y que "haya sido probada y esté lista para liderar en un mundo peligroso", decía.

El equilibrio era complicado: Hillary no podía mostrarse demasiado dura, para lograr inspirar a los votantes, pero tampoco demasiado débil, para reafirmar su liderazgo en un país que solo ha sido gobernado por hombres.

Finalmente, en su primera aventura presidencial Hillary pareció empaquetada, programada, un poco arrogante y convencida con demasiada anticipación de la inevitabilidad de su triunfo. Columnistas hablaron de una campaña "sin alegría, sin sentido del humor y con falta de alma y corazón", mientras que las parodias mostraban a Clinton como un robot. En esas primarias no solo sería derrotada frente a Obama, sino que los Clinton perdieron unos US$ 25 millones de su fortuna. El retorno a la Casa Blanca estaba saliendo muy caro.

Secretaria de Estado.

Obama sorprendió a muchos al elegir como su secretaria de Estado a su otrora rival Hillary Clinton, quien solo meses atrás lo había tratado en un debate de "irresponsable" por sus propuestas en política exterior.

Ella carecía de la experticia de predecesores como Condoleezza Rice, o el know-how militar de Colin Powell, y tampoco tenía la credibilidad de pesos pesados como Madeleine Albright o Henry Kissinger. Hillary, sin embargo, tenía habilidades diplomáticas poco ortodoxas que fueron útiles en momentos en que la imagen del país estaba en sus mínimos tras la desgastante era de George W. Bush: pocos políticos recibían la atención que lograba concentrar ella, y muy pocos podían tratar de "tú a tú" a los principales líderes mundiales.

En lo que fue su consolidación en la primera línea política —fue la primera ex primera dama en integrar un gabinete—, Clinton pareció no descansar nunca: rompió un récord al visitar más de 100 países en solo cuatro años y viajó el equivalente a 40 vueltas al planeta.

Le tocó estar en la Sala de Situaciones en momentos clave: debió lidiar con los eventos de la Primavera Árabe, cambió el frente de guerra desde Irak a Afganistán, tuvo que hacer frente al escándalo de WikiLeaks y pasó a la historia en una foto donde se le ve con expresión de asombro en momentos en que fuerzas especiales mataban a Osama bin Laden. Su principal punto negro fue el ataque terrorista al consulado de Bengasi, en el que murió el embajador estadounidense.

Durante esta etapa, Hillary adoptó una posición pragmática con su jefe. Nunca tuvo la confianza de Kissinger con Nixon, quienes se veían a diario, sino que con una reunión a la semana les bastaba, y muchas veces usaron al vicepresidente, Joe Biden, como nexo informal. Obama, sin embargo, le tenía, y le tiene, mucho cariño a Clinton y está muy orgulloso de su decisión de haberla elegido. Aunque no olvidaba sus anteriores rencillas: "La segunda vez que Hillary volvió de México, me apretó con un abrazo y me dio un gran beso", bromeó una vez, cuando México estaba en plena lucha contra la fiebre porcina. * EL MERCURIO/GDA

Ahora se planta como "más humana".

A sus 67 años, Hillary Clinton puede decir que es "híper competente" para llegar por sus propios méritos a la Casa Blanca. Sin embargo, sigue siendo una figura polarizante en Estados Unidos, y sus asesores tienen un gran desafío para vender como nuevo a alguien que lleva más de dos décadas en la esfera pública. En esta última "reencarnación" de Clinton, su campaña ha aprendido de los errores y la premisa ha sido mostrar a Hillary de un modo más sencillo, más femenino y desde una perspectiva "más humana". Aprovechando que fue abuela hace poco, por ejemplo, se ha enfatizado su lado más cálido, con declaraciones sobre cómo su nieta le ayudó a ver el mundo de otro modo.

Y aunque no tiene ningún rival demócrata que le pueda hacer peso esta vez, el concepto es ganar voto a voto la nominación, con mucho trabajo en la calle y prácticamente viviendo en su camioneta de campaña, bautizada "Scooby". A Hillary, a diferencia de su esposo, nunca se le ha visto tan cómoda entre las multitudes, pero bajo la promesa de atender los "problemas de los estadounidenses del día a día", esta vez, rodeada de asesores y expertos, está haciendo su mejor esfuerzo para interactuar con la gente.

El eterno femenino de una imaginativa pintora
Hillary Clinton. Foto: Reuters

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