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Gustavo Espinosa: “Tal vez nos vendría bien algún conventillo”

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Gustavo Espinosa. Foto: Archivo El País

EL PERSONAJE

El escritor uruguayo publicó recientemente una nueva novela, La galaxia Góngora, en la que vuelve a algunos de sus temas predilectos y también explora nuevos territorios.

Gustavo Espinosa recibe la llamada de Revista Domingo en su casa y se dispone a hablar de su más reciente libro, La galaxia Góngora. Ya en el título hay una tensión entre el pasado distante —en la referencia al poeta español Luis de Góngora— y un posible y ambiguo futuro.

La novela arranca con un diálogo entre los tiempos y a todo trapo: “En el siglo XXIII el trono del Reino de Dinamarca es ocupado por un monarca chino. Allí se desarrollan ciertos proyectos de investigación científica sobre la espacialización del tiempo o cronotransportación. Habiendo logrado trasladar un perro callejero de Copenhague desde el año 2220 al 480 a.C. (más precisamente al combate de las Termópilas), y con el propósito de celebrar el jubileo del rey amarillo, el gobierno decide rescatar del pasado a dos emblemas de la cultura danesa: el filósofo Søren Kierkegaard y el escritor Hans Christian Andersen. El propósito es un espectáculo transmitido por el sistema pentasensorial que llegue a toda la Tierra y a alguno de los dominios daneses fuera del planeta”.

Tras ese rocambolesco inicio, las historias se separan hacia varios lugares. Entre ellos, claro, el lugar en el mundo de Espinosa: la ciudad de Treinta y Tres, lugar que abandonó solo durante unos años para estudiar Literatura en la Facultad de Humanidades en Montevideo.

Fiel al Olimar

A no ser por un lustro dedicado a la Facultad de Humanidades, Gustavo Espinosa siempre vivió en Treinta y Tres. Eso puede llamarle la atención a quien esté acostumbrado al casi constante influjo de personas del interior hacia la capital que luego se instalan definitivamente en la ciudad. El propio Espinosa admite que lo que él hizo —volver al pago luego de varios años en la capital— es bastante menos común. “Es más frecuente quedarse en Montevideo”, dice y acto seguido se acuerda de otros escritores de ese departamento: “Treinta y Tres tiene tres escritores canónicos, históricos, en la literatura uruguaya: Pedro Leandro Ipuche, Serafín J. García y Julio César da Rosa. Todos ellos escribieron sobre Treinta y Tres, sobre la querencia y lo rural. Y todos ellos lo hicieron viviendo en Montevideo. Es raro que la gente regrese, pero ahora me estoy acordando de Circe Maia...”, dice en referencia a la poeta que nació en Montevideo pero se fue a vivir a Tacuarembó.

En el caso de Espinosa, el lugar desde el cual se escribe parece ser importante, pero no tanto como determinar el alcance de la imaginación y la creatividad a la hora de plasmar sus historias.

Desde que empezó a publicar libros, Espinosa ha sido reconocido como uno de los más talentosos y singulares literatos nacionales. Ganó dos veces el Premio Bartolomé Hidalgo y una vez el Premio Nacional de Literatura, además de varias distinciones más. Es, para decirlo de otra manera, un escritor consagrado.

—Hay un lugar común que dice que Montevideo subestima o desprecia al interior, que está como de espaldas a lo que ocurre en los 18 restantes departamentos. Pero en tu caso, eso no parece ser así.

—No estoy de acuerdo con ese chovinismo plañidero que victimiza a la gente y a los artistas del interior. Ese lugar común tiene poco anclaje en la realidad. Vos fijate: hay grandes hitos de la narrativa uruguaya que es de gente del interior, como Juan José Morosoli, Paco Espínola, Mario Arregui, Circe Maia… No tuvieron ningún problema en esa institución modesta pero importante que es el canon de la literatura uruguaya. Y esto no ocurre solo en la literatura. Uno de los núcleos centrales de la música uruguaya fueron Los Olimareños y Ruben Lena, que fueron muy populares. Además, como decía a menudo Amir Hamed: “Montevideo está llena de canarios”.

Espinosa y Hamed cultivaron una amistad que arrancó en la Facultad de Humanidades y se mantuvo durante 37 años, hasta que el segundo falleció en 2017. La muerte de su amigo fue un golpe emocional duro para Espinosa, pero cuando habla de Hamed (que es una de las tantas personas reales que aparecen como personajes enLa galaxia Góngora) prefiere dejar las anécdotas personales de lado para destacarlo como un hombre de letras: “Fue un gran escritor, un intelectual muy valioso y dejó una obra que todavía está por ser descubierta y valorada como corresponde”.

Parte de la nueva novela de Espinosa transcurre en ese ambiente de jóvenes aspirantes a escritores y figuras intelectuales en la Facultad de Humanidades, durante los primeros años de la década de 1980, cuando aún regía la dictadura cívico militar. Ya ha dicho varias veces que él entró en el liceo más o menos cuando arrancó la dictadura y egresó de la universidad cuando ese régimen estaba yéndose. Esos años terminan, de una manera u otra, colándose en sus páginas. “No me interesa ni me gusta aparecer como un escritor a los que los temas se le imponen como una obsesión, como una fatalidad. Quiero creer que uno elige sobre lo que va a escribir, pero lo cierto es que sin que me lo proponga, una y otra vez, esos años aparecen. Como si fuera un telón de fondo por defecto. Es probable que sea cierto que es un hito en la vida de uno”.

Pero La galaxia Góngora es mucho más que unas historias narradas con la dictadura como telón de fondo. Hay huidas tras haber cometido delitos, hay barras de amigos que reflexionan y discuten sobre poesía, hay pequeños (y grandes) dramas de pareja y hay, sobre todo, un escritor que juega con el idioma y se exhibe como un acróbata de la lengua inspirado por Luis de Góngora.

“Me puse a pensar, a raíz de la publicación de este libro, qué diría si tuviera que contarle a alguien cómo fue mi primer acercamiento al Siglo de Oro, al barroco español. Y no lo tengo muy claro. Sí me consta que es anterior a cuando empecé a estudiar literatura en la Facultad de Humanidades. Ya había leído sonetos de Góngora y conocía algo de Quevedo”, cuenta Espinosa sobre su fuente de inspiración. Haciendo memoria, cree que algunos de los primeros contactos con Góngora fueron no a través de los libros sino a través de un disco del cantante español Paco Ibáñez, que musicalizaba poemas de Góngora.

Para Espinosa, interesarse por el barroco español es casi de sentido común para un escritor. “Es una instancia de la lengua donde se llega a una especie de clímax de elaboración estética, de sofisticación y hasta de retorcimiento, si querés. La lengua en sí se convierte en la vedette del espectáculo. Entonces, no es extraño que alguien que se dedica a la escritura se interese por un fenómeno como ese, esa cumbre de la lengua. Un melómano, en algún momento, se interesa por Bach”.

Pero Espinosa también menciona otro aspecto del barroco español y de su propio estilo como escritor. Cuando la lengua en sí misma se convierte en la protagonista, agrega, se sacrifica algo de la comunicación y la referencialidad. Ocurre, como dice él, una “especie de alejamiento del significado”.

No hay mucho que él pueda hacer al respecto, si es que se propusiera escribir de una forma más lineal o despojada. “Uno escribe lo que puede. No tengo la habilidad de escribir algo sencillo, algo directo, lineal. No me sale. Y sería un esfuerzo que no vale la pena hacer. Al menos por ahora. Eso lo hacen otros mejor que yo. Y los lectores sabrán con quién se quedan”.

—Algo que aparece en tu nuevo libro es un ambiente donde se discute sobre literatura, tal vez porque en esa época (los años 80) eso era algo presente en la cultura uruguaya: los enfrentamientos entre distintas corrientes literarias. Eso parece haber desaparecido actualmente.

—Un poco es así, sí. Había ciertos chisporreteos que ahora no hay. Quizás porque hay una conciencia de que no hay que ponerse las plumas, porque corremos el peligro de ser unos disfrazados sin carnaval. Pero quizás estamos siendo demasiado buenos vecinos. Capaz que le vendría bien a la narrativa uruguaya algún conventillo, que alguien salga diciendo “¡Fulano es un desastre!” (se ríe).

Con todo, Espinosa —un escritor de 60 años y con varios reconocimientos en su trayectoria— considera que la narrativa nacional está pasando por un buen momento. “Hay para todos los gustos”, afirma, y agrega que “hay editoriales independientes que publican muchos libros”. En definitiva, ahora se escribe y se publica mucho.

—¿Sí? Otro lugar común es que, por el contrario, pocos leen y menos aún leen autores nacionales.

—Bueno, esa percepción depende un poco de lo que uno espera, ¿no? Es como lo que ocurre con el fútbol.

—¿En qué sentido?

—En que hay mucha gente que piensa que lo que ocurre en las grandes ligas europeas es la realidad. Y lo que no está ahí es como un sucedáneo torpe. Como Tierra 2 en las historietas de DC Comics.

Sus cosas

“El león, de Manal

Un disco

“El león, de Manal, es el segundo disco de ese trío, formado a la semejanza de Cream”, dice el escritor, “pero el primero que me llegó a mí, a través de un primo. Ahí me di cuenta que no todo era pop, que había otra manera de decir las cosas, una manera más auténtica y que a mí me gustaba más”.

Luis de Góngora

Un libro

“¿Solo un libro?”, pregunta Espinosa. Lo piensa un par de segundos y dice que es demasiado difícil. “Pero bueno, ya que estamos, voy a elegir las obras completas de Luis de Góngora”. El poeta y dramaturgo español (1561-1627) dejó un conjunto de textos cuya influencia se extiende hasta hoy.

El Olimar

Un lugar

“Mi barrio”, contesta sin dudarlo el escritor cuando se le pregunta por su lugar en el mundo. “El barrio Olimar y también la calle Juan Rosa, que fue donde crecí. En esa calle, además, estaba la casa de mi abuela. Ahí tuve un contacto por primera vez con una bilblioteca y un pasadiscos”, rememora.

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