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¿La gente irá a votar?

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Votación

COLUMNA DE OPINIÓN — CABEZA DE TURCO

Washington Abdala

¿Cuántos van a ir a votar a las elecciones internas de los partidos políticos? La respuesta: la mayoría de ustedes están contestando que sí, que van a ir. Los opositores para darle fuerza a las barras disidentes con el gobierno y para sacar el candidato que más les gusta. El gobierno para defender su proyecto ante la amenaza de la oposición “ambishiosha” (Pepe me puede). O sea, que si les doy bola, todos ustedes van a ir a votar, todos, los hijos, los abuelitos, todos, hasta las mascotas.

La verdad no es esa: ante la libertad la gente hace otras cosas, por lo menos la mitad, algo más, algo menos, no está en la conversación. Y punto, aunque se queden leyendo una biografía del Maestro Po (O.W.T.).

Si luego te comés el choclito, y resulta que los que van a competir a la elección nacional son un clavo remachado, y no son los que te hubieran gustado (gobierno u oposición) no deberías haberte quedado comiendo tortas fritas o durmiendo la siesta. ¡Jodete! Te lo repito: rejodete porque tenés tu responsabilidad.

Las democracias modernas están demasiado dañadas como para no darle bola a las instancias de participación ciudadana. Hay que participar, quejarse, ladrarle a tus representantes, hacerles sentir que son eso: “representantes” de la gente y no personajillos en un país que no fue jamás de primera y que se parece más a uno de tercera (¡Qué chuco me comí con esa consigna del “país de primera”!).

La gente este mes está harta antes de estar harta de la política. Eso también es cierto. Y es un drama que la gente esté tan en otra porque así aparecen los pelotazos raros que se cuelan en la política de coyuntura (¿no explico nada verdad?).

A mí me gusta mucho mirar la vida privada de los candidatos. Me parece que esa clave es básica: saber del tipo (o la tipa) qué clase de amigos tiene, qué negocios hizo en la vida, si los hizo bien, cómo los hizo, ver a sus hijos que hablan por él mejor que él mismo, mirar su esposa, ver qué hace, saber dónde disfruta sus vacaciones y sentir el rumor del pueblo que “te canta la justa” de quien sea y no miente. Es la “aldea” de Julio Herrera y Reissig, queridos y queridas: acá todos sabemos quién es trepador, rápido, flojo de principios morales, agachadas de tipo mezquino, ratón y buscador de poder. Como también sabemos quién es honesto, de moral clara, de esfuerzo permanente y de valía. Y hay gente buena y de la otra en todos lados. Los partidos políticos suelen plantear de manera naif estos asuntos que creen que algunos tienen el monopolio de la bondad. Y eso es falso, hay épocas en que algunos partidos están mejor que otros, y otras épocas en las que los referentes partidarios causan vergüenza (¿No profundizo verdad? ¿De chorros de estas épocas ni hablamos, no? ¿Y de barras que se han hecho ricas al amparo del poder mejor me callo la boquita, no?).

En el fondo, si no querés que este sea otro país de esos en los que la democracia está cada día más devaluada, andá, dejáte de atorrantear y preparate para el último domingo de este mes para ir a votar a quien consideres mejor para que sea tu presidente. Si bancás al gobierno, andá y elegí tu pingo. Y si te tienen podrido, andá y marcá el boleto opositor con el que más te guste. Sencillo: que no te gane la modorra.

Y reinvindico “la política” porque los que la hacen con entrega y pasión, se están rompiendo el alma, se someten al escrutinio público, a vejaciones de cualquier idiota que desde un micrófono o un teclado les dice de todo. Y eso, o para eso, hay que tener una vocación feroz y una capacidad de entrega superior. No todos buscan lo patológico de la política. Muchos, montones, buscan mejorar la vida de la comunidad y tienen sueños valiosos. Tu tarea es elegirlos. Luego no te quejes si te clavan con alguno que no bancás. La casa no admite devoluciones.

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