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Galicia, mucho más que un punto de partida

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Dicen que Santiago reza, Vigo trabaja y la Coruña se divierte.

Destino de peregrinos devotos de Santiago y también puerto de despedida de millones de emigrantes, esta comunidad autónoma reúne cuatro provincias compactas, bellas y con espiritualidad.

DANIEL FLORES

Todo terminaba acá. Se creía que este cabo, Fisterra, el Fin de la Tierra, era lo máximo que el mundo se estiraba hacia el mar absoluto. Hoy, junto al faro homónimo, la vista sigue estremecedora y dramática, pero sabemos que sí hay más al otro lado de la inmensidad: para empezar, el destino del pueblo gallego, marinero e inmigrante como pocos, al grado de atreverse a desafiar ese infinito. Por eso Fisterra o Finisterre, a pesar del nombre, más que el fin ahora simboliza el comienzo.

Hoy es un día soleado, de los que no abundan en Galicia, y en el acceso al cabo y sus acantilados un gaitero a la gorra toca A Rianxeira, himno gallego extraoficial compuesto por dos paisanos anclados en Buenos Aires.

Al ritmo de las olas que vienen y van, como en la letra, la canción es la banda de sonido exacta para evocar a quienes cruzaron este mar hacia el nuevo mundo y ciertamente hacia una nueva vida. Muchos de sus hijos y nietos somos los que nos sentamos en silencio sobre estas piedras y entendemos que también de aquí venimos.

Geográficamente, el cabo ni siquiera es el extremo occidental de la comunidad autónoma española de Galicia, pero sí es el sitio más visitado después de la catedral en la ciudad de Santiago de Compostela. Atrae por el simbolismo y por su faro, el más importante de la Costa de la Muerte, porción del litoral gallego así llamada por sus peligrosas aguas. Zona de naufragios y de mitología marinera, pero también de desastres muy tangibles como el del Prestige, petrolero griego que en 2002 causó una de las mayores catástrofes ecológicas en Galicia.

Ahora el gaitero sopla al viento A saia de Carolina y un grupo de peregrinos cuelga botas, medias, pañuelos y notas manuscritas del único poste que se eleva sobre el cabo. Depositar o incluso quemar tales ofrendas es una tradición entre quienes extienden el Camino de Santiago cien kilómetros más, hasta Fisterra, la famosa peregrinación que normalmente termina en Santiago de Compostela. Por eso entre las rocas del cabo siempre se encuentran restos de zapatillas y cenizas junto a cartas con promesas y agradecimientos. Los recuerdos de padres y abuelos, en cambio, esperan a cada paso en cualquier viaje por Galicia.

Santiago no sólo reza.

La comunidad autónoma de Galicia, en el Noroeste de la península ibérica, está integrada por cuatro provincias: A Coruña, Lugo, Ourense y Pontevedra. Una región compacta y bien conectada por autopistas (como la AP9, que la cruza de Norte a Sur), fácil de recorrer en poco tiempo.

Arrinconada por el Cantábrico, al Norte, y el Atántico al Oeste, la Esquina Verde de España, como la llaman por el color de sus montes de pinos, robles, nogales y eucaliptos, contabiliza unos 2.700.000 habitantes. Menos que los tres millones de gallegos que, se calcula, migraron a distintas regiones de España y del resto del mundo, particularmente a Sudamérica.

En una brutal síntesis demográfica de las tres principales ciudades gallegas, se dice que Santiago reza, Vigo trabaja y La Coruña se divierte. Podría agregarse que, mientras tanto, toda Galicia camina. Las peregrinaciones hacia Santiago de Compostela datan de la Edad Media (y quizás allí radique algo del carácter andariego de los gallegos), pero en las dos últimas décadas han adquirido una sorprendente vigencia, con miles de caminantes de todo el mundo, católicos y de otros credos o de ninguno, atravesando Galicia por diversas huellas bien señalizadas y con todos los servicios. En 2014 fueron más de 230 mil los peregrinos, que incluyen también algunos miles de ciclistas.

La senda más transitada es el Camino Francés, que en su versión completa parte desde Saint-Jean-Pied-de-Port, en los Pirineos, y se extiende por casi 800 kilómetros. El mayor número de peregrinos, uno de cada cinco, dedica menos de una semana a cubrir sólo los últimos 100 kilómetros, desde Sarria hasta la Catedral, mínimo suficiente para obtener el certificado o compostela al arribar a destino.

Santiago parece diseñada a la altura de la epopeya; un digno premio a la entereza. Es una bellísima ciudad con un casco antiguo peatonal, de maqueta, poblado por caminantes con la emoción por haber llegado, universitarios internacionales y locales nada ajenos al antiguo arte de pasarla bárbaro. Un pueblo joven en una ciudad vieja que, al contrario del dicho, está lejos de dedicarse sólo a la oración y la penitencia. Esta noche, por ejemplo, una banda de garaje rock acopla de lo lindo ante cientos de gallegos y gringos en una plaza a metros de la Catedral y de las sagradas reliquias del Apóstol. Es solo una más de las periódicas fiestas populares con las que Santiago se persigna.

Al día siguiente seguimos de suerte: un grupo del Opus Dei hizo la correspondiente donación para que durante la Misa del Peregrino, al mediodía, se ponga en movimiento el espectacular botafumeiro. Símbolo de Santiago, es un incensario que en ocasiones especiales, mediante un sistema de cuerdas, se balancea humeante (y algo intimidante, también) por la nave principal de la Catedral. Vuela en largas trayectorias, que por su tamaño y su peso considerables, son operadas por una solemne cuadrilla de ocho hombres, los llamados tiraboleiros.

A Coruña se divierte y vota.

A sólo 56 kilómetros, A Coruña es muy distinta de Santiago, pero igual de imprescindible en cualquier tour por Galicia. Y, a diferencia de Santiago, este histórico puerto ibérico está sobre el mar o mejor dicho sobre las rías, ese formato hídrico tan esencialmente gallego.

Las rías representan una de las principales características de la geografía autóctona. Son, a la vez, entradas del mar y desembocaduras de ríos, y se dividen entre Rías Altas y Rías Bajas a lo largo de la comunidad. Dicen que las rías son las huellas de los dedos que Dios dejó al apoyarse un rato para descansar en Galicia, después de seis días tapado de trabajo con la Creación.

A Coruña es señorial y, más que a otras vecinas gallegas, recuerda a San Sebastián. La llaman la Ciudad de Cristal, por sus típicos balcones cerrados con vidrio, como jardines de invierno. En este pueblo de nombre femenino nacieron algunas de las gallegas más destacadas: la noble e intelectual feminista Emilia Pardo Bazán, la actriz María Casares y María Pita, heroína de la resistencia al asedio de la armada británica en el siglo XVI, cuya estatua custodia (lanza en alto) la plaza principal y el Ayuntamiento.

Esa plaza se colmó de vecinos y vivió otro momento histórico, apenas dos meses atrás, cuando Xulio Ferreiro asumió como nuevo alcalde. Este profesor universitario de 40 años llegó al Ayuntamiento como candidato de Marea Atlántica, uno de los varios movimientos independientes que le están dispuntando (y arrebatando, como en este caso) el poder al Partido Popular (PP) y el Partido Social Obrero Español (PSOE) en Galicia y también en otras partes de España. Las mareas gallegas, con su llamado a la partipación ciudadana para cortar con el bipartidismo español, están en alta y hacen cada vez más ruido. "Hoy por fin la plaza entró en el palacio, que deja de ser un coto personal y el patio trasero de los señores de la desigualdad",advirtió Ferreiro en su primer discurso.

Lo de que "A Coruña se divierte mientras otros rezan y trabajan" se basa en sus dos kilómetros de bonitas playas como Riazor, Orzan y Matadero, recorridas por un bucólico Paseo Marítimo. La gran insignia del romance coruñés con el mar, sin embargo, es la Torre de Hércules, un faro de 57 metros que data del siglo I, uno de los más antiguos (aunque reconstruido) y en funcionamiento. En lo alto de una colina, es un punto de observación estratégico para contemplar la ciudad.

El buen vivir coruñés continúa en sus restaurantes y bares en los alrededores de la Plaza de María Pita y la Calle de los Vinos. Aunque hay que aclarar que comer mal parece ser algo esencialmente imposible en Galicia. Por la nobleza de productos, particularmente del mar, desde el rey pulpo hasta los extrañísimos percebes. Y también por la última ola de chefs locales, varios de ellos encolumnados en el Grupo Nove, como Iñaki Bretal, la respuesta gallega a la vanguardia vasca y catalana que hace años tomó la delantera.

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