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¿La futbolización de la política?

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hinchada, tribuna, Peñarol
Jimmy Baikovicius

COLUMNA CABEZA DE TURCO 

lo único que importa es la verdad y no los ejercicios argumentativos de las partes. Por Washington Abdala.

El final de la campaña electoral es dogmático, duro y febril siempre. La futbolización de la política se torna insoportable. Es curioso el comportamiento humano: amamos las elecciones, construimos un clímax allí y luego, a los electos —el lunes mismo después de la elección—, empezamos a demonizarlos. Contradicción pura.

Lo que sucede es que más del 90% de universo de personas ya sabe lo que votará y unos pocos cavilan mucho, pero no demasiado. Lo más probable es que sigan las tendencias marcadas. Los sesgos no cambian mucho. Cualquier otro pronóstico es frivolidad. Lo sabe todo el mundo. Luis Lacalle Pou será el presidente, solo es un tema de guarismos. El retador pasó a ser la fija. Una campaña impecable (de años) que habrá que estudiar para entenderla en sus detalles.

Las segundas vueltas son útiles porque el presidente electo gana legitimidad pero, es cierto, el país —en el interín— se tensa. Al presidente le toca desinflamar la herida y unir a los uruguayos.

Los presidentes son “del” país, esa es la magia de la segunda vuelta: el que gana, lo hará para todos, no para los que lo votaron (eso no lo entendió el saliente que en algún punto se creyó que era Julio Cesar). Por eso el presidente —una vez electo— ingresa en una situación de tercera vuelta personal: queda solo delante de un pueblo dividido al que tiene que unir.

Eso convendría saberlo para que los que celebren (estoy entre ellos) lo hagan con madurez y disfrute cívico, pero sabiendo que el lunes empieza una remontada de colina. Los que pierden deberían saber que en Uruguay no viene la Inquisición, solo son otros aires con gente distinta a la del presente. Nada más, no viene el demonio.

Claro, son tiempos donde las posiciones fanáticas se terminan colando y -aparentemente- gana la que jaquee más a la otra. ¿La que jaquee o la mejor? Eso es lo interesante de la política: es un contencioso de inteligencias, de argumentaciones pero no deberíamos descuidar la “verdad”. Al final lo único que importa es la verdad y no los ejercicios argumentativos de las partes.

Repito: la verdad de nuestras vidas es lo que quiere cambiar la gente. Seis de cada diez uruguayos no quieren más al partido de gobierno dominando el parlamento. ¿Habría alguna razón para que se extrapolara algo distinto en el Poder Ejecutivo? No creo demasiado en los “cisnes negros” (hermoso libro de Nassim Nicholas Taleb que teoriza sobre acontecimientos que no imaginamos jamás).

Nunca como en esta elección, además, ha sucedido que tantos periodistas se salen de su rol y creen que tiene que ser agraviantes con algunos políticos y sutiles con otros. El periodismo militante, el camiseteo, ha sido guaso. Es la libertad, lo admito, pero nunca había visto tanto encare partidario. Será la posmodernidad “trumpizada” que ganó la movida. Lo relajan pero al final caen en sus paradigmas. Triste paradoja.

Decía Scalfaro: “El periodismo es contarle a la gente aquello que le pasa a la gente”. No lo que creemos que cree sino aquello que le pasa. Luego conjeturamos. Algo de esto se ha ido perdiendo en el país. Pero vendrán tiempos superadores. No soy de los necios que piensan que toda época pasada fue mejor. Eso es senectud dogmática, poca comprensión del presente y soberbia generacional.

Es desagradable oír bravuconadas temerarias de parte de los que están perdiendo esta elección y sugieren: mirá que si no gana la izquierda se viene la noche. ¿Es una amenaza temeraria acaso? No nos merecemos eso los uruguayos.

Claro, cuando se está en un ciclo que fue virtuoso -en sus inicios- pero que termina calamitoso en su final, los marineros no terminan por entender qué pasó con la nave que antes sorteaba las tormentas y ahora hace agua por todas partes.

Se trata de respetar a la gente, eso, solo eso. Nada menos y nada más.

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