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La otra forma de nacer

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En Uruguay 46% de los nacimientos se producen por cesárea.

Una investigación de la Facultad de Psicología de la Udelar detectó fallas en la información y atención a mujeres a las que se les practicó una cesárea.

Déborah Friedmann

Carolina Farías tuvo a su primera hija mediante una cesárea. Además de que cree que fue innecesaria, sufrió "mucho maltrato" por parte del personal sanitario. Cuando llegó el momento de que naciera su segundo hijo la experiencia fue totalmente distinta: la intervención quirúrgica sí tenía causas justificadas, había un plan de acción y tuvo el apoyo de médicos y enfermeros. Se sintió protagonista.

Fue a partir de esas dos experiencias tan distintas que Farías, psicóloga de profesión, quiso saber más. ¿Cómo lo viven las otras mujeres? ¿Qué hace a las diferencias? Así nació la investigación Vivencias y significados de la cesárea para las mujeres que han pasado por la experiencia con la que obtuvo el título de magister en Psicología Social de la Facultad de Psicología de la Universidad de la República.

Uruguay es de los países con mayor proporción de nacimientos por cesárea: son casi uno de cada dos (46%), con diferencias entre el subsector público (33,4%) y el privado (55,3%), según datos proporcionados por el Sistema de Información Perinatal para el trabajo. La Organización Mundial de la Salud considera que no hay justificación para que un país supere el 15%.

Antes.

Para abordar el tema Farías entrevistó a 31 mujeres primerizas de entre 20 y 40 años de Montevideo, Canelones y Maldonado, que transitaron por embarazos normales y a término, y cuyos hijos eran deseados. De ellas, finalmente tomó 19 experiencias para volcar en su trabajo (no incluyó pacientes de seguros privados de salud). Es, por lo tanto, una investigación exploratoria inicial, que la especialista espera sirva como disparador para otros estudios sobre el tema, y que permite tener una aproximación a falencias en el sistema de salud cuando un embarazo culmina en cesárea.

Las mujeres a las que entrevistó tenían como expectativa un parto natural, con el mínimo de intervenciones posibles, un deseo relacionado en general con la idea de dejar al cuerpo actuar y sentir. La cesárea no estaba en sus horizontes. "Era una operación, era la forma que yo no quería que naciera", dijo una de ellas.

Lo que Farías encontró que se repetía en varias experiencias es que, a diferencia de lo que sucede con el parto, donde hay una idea previa —se quiera o no pasar por esa circunstancia—, no ocurre lo mismo con la cesárea. "Si tenemos en cuenta que la gran mayoría de las entrevistadas concurrió a clases de preparación para el parto, se atendió durante todo el embarazo en el sistema de salud, es decir, cumplió con lo que se espera en términos de atención sanitaria, entonces, podemos llegar a la conclusión que su desconocimiento o falta de herramientas para anticipar la cesárea como una de las vías de finalización del embarazo, no estuvo relacionado con sus miedos o negaciones, sino también con un aparato sanitario que no integra la posibilidad de cesárea dentro de la palabra pública, aún cuando se tiene la misma posibilidad de acabar con una que de parir vaginalmente", señala la investigadora.

Durante.

Hay básicamente dos formas de llegar a la cesárea: que haya sido programada por el ginecólogo tiempo antes o que sea una decisión del equipo médico cuando ya se inició el trabajo de parto. En el primer caso hay tiempo para procesar la noticia, sacarse dudas y, por tanto, ir mejor preparada. En las restantes, la inmediatez entre la indicación y la intervención no permite en muchos casos procesar la información. Incluso, pasado el tiempo de la "urgencia", a algunas les surgieron dudas de si no había otras opciones que les hubiese permitido un parto vaginal.

Farías dedica un apartado a violencia obstétrica (violencia de género ejercida por el sistema sanitario) que sufrieron algunas de las mujeres entrevistadas, en especial a través de coerción y manipulación. Un ejemplo que cita es lo que le dice un médico de guardia a la embarazada cuando llega al hospital en trabajo de parto: "Mirá, acá vos tenés más de cuatro ecografías que dicen que esta niña puede pesar más de cuatro kilos y yo no me arriesgo a un parto (...) Probablemente se tranque, ¡mirá si se tranca!!!! Mirá si se ahoga".

En ese y varios testimonios más Farías entiende que de forma más explícita o sutil el profesional "parece orientar su discurso técnico hacia la indicación de cesárea y no lo hace con información clara y concisa, valorando todos los elementos en conjunto con la mujer para que ésta pueda tomar la decisión, sino que parecería hacerlo desde un lugar de poder y dominio sobre la situación, utilizando la manipulación y la coerción como herramienta". Un mecanismo que se repite es dejar aparentemente la decisión en manos de la mujer, pero transmitiendo dudas y miedos por la salud del bebé, y por lo tanto, presionándola de un modo encubierto, asegura.

Una vez indicada la cesárea vienen los preparativos, entre ellos la colocación de la sonda y una vía. En varios casos, el equipo de salud perdió de vista lo significativo del momento para la mujer. "Acá con grititos no", recibió como comentario una entrevistada. Otras tuvieron risas como respuesta cuando preguntaron dónde le iban a poner la sonda o se dirigían a ellas con un "dale gorda" para que siguieran instrucciones.

Además, varias mujeres se angustiaron porque no pudieron estar acompañadas en todo el proceso, pese a que la ley 17.386 lo garantiza. "No lo dejaron ir conmigo a bloc. Después en el momento del nacimiento lo dejaron entrar pero mientras iba no, no lo dejaron", contó una. Otra narró: "Él no estaba, iban pasando todos los procedimientos de ponerme la anestesia, de vestirme, pasarme la medicación, todo eso y yo estaba acostada, se iba a empezar el procedimiento y él todavía no estaba (...) Ahí me dijeron que era el último".

También hubo varias que coincidieron que en el quirófano había un clima frío —de temperatura y de ambiente, que no se condecía con el nacimiento de un niño—, que no conocían a la mayoría de la gente que había y que, en general, no llegaron a presentarse. En algunos casos, los diálogos que mantenían durante la intervención, referidos a una fiesta a la que irían esa noche o a un viaje, incomodaron a las madres — "¿Les digo que acá hay alguien?", se preguntaba una— e hicieron que no se sintieran sostenidas emocionalmente. "Tenía la sensación de una intervención de Roswell, una luz enorme arriba y mucha gente alrededor (...) muy intervenida, me sentí un extraterrestre que lo estaban abriendo". Sí hubo otros casos donde el equipo integró adecuadamente a la mujer y su pareja.

"Yo no lo sentí llorar y entonces me asusté mucho"

- La investigación de Farías indagó también sobre el primer contacto con el bebé en el quirófano. En estos casos, la mujer no puede ver el nacimiento debido a un campo estéril que se le coloca a la altura del pecho, salvo que el médico le muestre al bebé.

- "En una cesárea, como en cualquier cirugía, pero sobre todo por la relación de que para realizarla debió haber un problema, el temor ante la muerte está muy presente. Esos segundos, minutos sin saber si nació, si está bien, ponen a la mujer ante un estrés innecesario, generando mucha angustia", señaló la investigadora.

- "Me ponen el campo, entonces yo no lo veía. Tuve sí la sensación cuando él salió, sentí el vacío, sentí que salió el bebé, pero no lo sentía llorar, entonces me asusté mucho", contó una de las mujeres.

- Otro punto es cuando personal de neonatología acerca al bebé, ya vestido, para que la madre lo pueda ver. Sobre este aspecto hubo coincidencias en dos cuestiones que consideraron negativas: la mujer no podía tocarlo ya que sus manos estaban atadas en cruz (en 16 de las 19 entrevistadas), situación que les generó mucha angustia, y la posterior separación con el bebé. "En la cesárea...yo pensé que lo podía agarrar...no, no, no, no fue...¡yo estaba como crucificada! así literalmente", contó una de ellas.

- En muchos de estos nacimientos se separó a la madre del bebé entre 20 minutos y tres horas.

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