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Fantasmas en las páginas

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Los escritores fantasma ponen todo su talento al servicio de otro y quedan en la sombra.

COMPORTAMIENTO

Escritores profesionales que aceptan el anonimato y trabajan para otros, una experiencia de la que pocos quieren hablar

Tener algo para decir y no saber cómo. Ese parece ser el nudo que ha dado lugar a una de las actividades más curiosas del planeta: el escritor fantasma. La expresión es una traducción literal del ghost writer inglés, o el del ya en desuso néggre littéraire francés, debido a sus obvias connotaciones racistas. Se trata de escritores que se ponen al servicio de otras personas para poner en negro sobre blanco aquello que se quiere contar: unas memorias, una autobiografía, el testimonio de una determinada experiencia. Y en algunos casos también llega a la ficción: alguien al que se le ocurrió una historia y no sabe cómo contarla.

En todos los casos el “escritor fantasma” está allí para escuchar la oferta y si resulta lo bastante atractiva aceptarla y poner todas sus energías en una tarea que podrá llevarle meses y meses de extenuante trabajo.

La existencia de los “escritores fantasma” es un viejo secreto a voces que llega incluso a las más encumbradas obras literarias. En algunos casos ha sido ampliamente comprobado y documentado -como el de Alejandro Dumas padre- y en otros no ha pasado de un persistente rumor como aquel que ya lleva más de cuatro centurias referido a Shakespeare. Una idea tan fuerte que ha sido explotada por la ficción en distintas ocasiones, la película The Ghost Writer de Roman Polanski (2010), y con el mismo título, aunque sin relación con la película, puede mencionarse la novela de Philip Roth de 1979. O el homenaje a Nabokov que Eduardo Lago ensaya en Siempre supe que volvería a verte, Aurora Lee, que gira en torno a la “reescritura” de un manuscrito por un escritor-editor fantasma.

Para la mayoría de los “escritores fantasma” resulta impensable la sola admisión pública de su trabajo. Para otros, es sencillamente embarazoso. Domingo logró contactar a dos de ellos, pero sólo uno estuvo dispuesto a hablar abiertamente de su experiencia. El otro se excusó de hacerlo y se limitó a comentar que el mal sabor que le había dejado la experiencia lo había llevado a replantearse la posibilidad de volver a hacerlo.

Convertirse en “escritor fantasma” implica “borrarse” completamente de la foto que se va a tomar, es decir que va mucho más allá de desaparecer de la firma del libro. Esto supone un ejercicio de despojamiento total que requiere de buenas dosis de fortaleza espiritual.

Mimetizarse

Fermín Solana (41) fue estudiante de psicología, trabajó como barman, se recibió de buzo, es escritor, ha ejercido el periodismo y es el frontman de una banda de rock, Hablan por la Espalda. Y como si semejante biografía no fuera lo suficientemente variopinta ha sido también escritor fantasma.

Para Solana la experiencia fue tan exhaustiva como enriquecedora. Implicó “meterse” bajo la piel de quien firmaría el libro, las memorias narradas en primera persona de un atleta.

“El encargo me llega a través de un amigo editor que conocía mi trabajo y que le parecía que mi estilo narrativo se podía aplicar a la temática del libro en sí, que por ser amplio es un libro sobre un deportista. La idea del libro era un poco contar las experiencias de esta persona que eran bastante extremas, por decir algo”, cuenta Solana.

La experiencia no le resultaba del todo ajena. Poco antes había escrito una columna periódica para la revista Bla donde también solía contar historias de deportistas en primera persona. El método era sencillo: “Los entrevistaba, pero eran ellos los que contaban”, comenta ahora.

De manera que ese fue el punto de partida para Solana. Acordó con el deportista una serie de encuentros durante los cuales le iría contando su historia.

“En un libro así, que va firmado por la otra persona, lo que tenés que lograr es transmitir exactamente lo que esa persona quiere. La diferencia es que esta persona nunca escribió un libro ni nada de mucha extensión. En cambio, sí sabía contar muy bien sus anécdotas, su historia de vida, su crianza, influencias, las cosas que lo llevaron a hacer lo que hace. Pero si lo ponías delante de una computadora no iba a saber ni por dónde empezar. Entonces la idea fue conocernos, charlar durante horas, y que él me contara todo lo que le pareciera significativo”, explica.

Y así fue. Durante poco más de un mes estuvieron reuniéndose, dos o tres veces por semana en las tardes. Solana encendía el grabador, servían unos refrescos y se largaban a hablar. Al día siguiente, por la mañana, Solana transcribía toda la charla y quedaba listo para la siguiente. Y así fue durante un tranquilo mes de enero. Al cabo de esos treinta días ya contaba con abundante material, conocía la vida del deportista desde su infancia, pero aún le quedaba lo más complejo del trabajo: escribir el libro.

“Increíblemente, en un momento me quedé un poco perdido. ¿Cómo contarlo? Porque tampoco quería hacer una biografía formal, de empezar por la niñez, adolescencia y así. Además, no se trataba de una celebridad, pensé que lo interesante para el lector sería primero entrar en contacto con la actividad que lo determinaba a él como personaje”, explica Solana.

Sin embargo la idea vino después. Su “personaje” daría una charla contando sus hazañas deportivas a un grupo de jóvenes. Solana acudió a la charla y puso atención al impacto que causaban sus anécdotas en el público. “Entonces eso me dio la línea y me enfoqué sobre ello y armé el hilo conductor en base a la charla. Y en el medio logré mechar cuestiones más personales de él, que también terminaban explicando por qué él hacía lo que hacía”, recuerda.

De ese modo comenzó la redacción de la historia. Cuando terminaba un capítulo se lo llevaba al interesado y allí se llevó la primera grata sorpresa. El atleta se sentía completamente identificado con el relato, se maravillaba viéndose a sí mismo en aquellas palabras.

“Yo creo que también va en mimetizarte un poco”, dice Solana. Durante el proceso solían reunirse para comer algo y charlar de la manera más informal. “Terminé conociéndolo a un nivel de gran intimidad, como si hubiéramos sido amigos de toda la vida”, dice. “Tuvimos una buena conexión, si esa conexión no hubiera estado, si hubiera sido un pedante, o un ególatra, o un intelectual ensimismado en sus cosas, no hubiéramos podido hacerlo”, precisa Solana.

Como resultado el libro le dejó a Solana mucho más de enseñanzas que de sinsabores, aunque su firma no aparezca en la portada.

En contrapartida, el tiempo y energías dedicadas al proyecto le hacen replantearse la posiblidad de repetir la experiencia. “Tendría que interesarme la persona, en primer lugar, y también la oferta económica porque es mucho tiempo que uno dedica a un libro”, señala.

Un escritor fantasma es alguien que después de poner todo su talento en una página desaparece sin dejar el menor rastro y deja a otro su lugar. Algo que muy pocos autores parecen dispuestos a aceptar sin rechistar, por mejor que sea la dotación del contrato.

Fermín Solana, periodista, músico y escritor fantasma.
Fermín Solana, periodista, músico y escritor fantasma.

Los “fantasmas” más célebres de la literatura universal

En la historia de la literatura la figura del “escritor fantasma” parece casi tan antigua como la propia disciplina. Es conocida la teoría de que el autor de La Ilíada y La Odisea, el inmortal Homero nunca habría existido como tal y no sería más que la compilación de antiguas historias transmitidas en forma oral y reunidas bajo un seudónimo. El caso más célebre y documentado en la historia literaria es el de Alejandro Dumas padre, quien llegó a tener 76 escritores fantasma a su servicio. El más conocido de ellos fue Auguste Maquet, que participó en la escritura de Los Tres Mosqueteros, Veinte años después y El Conde de Montecristo. A propósito de William Shakespeare se dice que buena parte de sus obras no provinieron de su pluma. Una teoría, que ha sido desvirtuada por los estudiosos de la obra shakesperiana, sostiene que el verdadero autor fue Christopher Marlowe, que tuvo una oscura muerte el año en el que Shakespeare comienza a escribir el mejor teatro de la historia. Entre los ilustres escritores que en sus albores trabajaron como “fantasmas” se cuenta al gran Paul Auster. Lo cierto es que en su juventud hizo de todo un poco para ganarse la vida, sobre todo en trabajos de traducción. Otro de los casos célebres de ghost writer fue el que involucró a Howard Philip Lovecraft. Se cuenta que en 1924 el editor de la revista Weird Tales, en la que Lovecraft solía publicar relatos, le pidió que escribiera historias de Harry Houdini, el célebre escapista, como manera de dar un fuerte impulso propagandístico a su publicación. Houdini estuvo de acuerdo en participar del proyecto, pero advirtió que no sabía escribir. El editor, A.J. Henneberger, le encargó el trabajo al joven Lovecraft que por 100 dólares escribió una historia titulada Preso entre faraones, que fue un éxito.

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