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"Estar en el escenario es como irse a otro planeta"

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Giovanna Martinatto es primera bailarina del BNS. Foto: Ariel Colmegna.

Tras 20 años de carrera la primera bailarina del BNS decidió retirarse para que el público se quedara con su mejor versión; una lesión pospuso ese momento.

Sintió un tirón en la pierna izquierda y un dolor intenso. Estaba vestida de Olga cuando pensó que se iba a desmayar en medio del escenario. Era el segundo acto de la tercera función de Onegin que le tocaba bailar. "Me duele demasiado, por favor sacame", le dijo Giovanna Martinatto (35), primera bailarina del Ballet Nacional del Sodre (BNS), a su compañero, Lucas Erni. Él la levantó y la sacó del escenario y ella lloró. Dos días después, la bailarina tenía planeada su función de despedida de la compañía, luego de haber sido parte de ella por 20 años.

Detrás del escenario y aún en la piel de Olga, supo que el fuego que sentía en su pierna era más que un simple tirón: "En ese momento me di cuenta del grado de lesión que tenía", dice la bailarina después de haber estado lejos de los ensayos y escenarios por más de un mes. Cuando el médico le confirmó que era un desgarro de segundo grado, lloró sin parar durante dos días.

A simple vista, Martinatto tiene aspecto de niña. Mide 1,58 metros y pesa 48 kilos. Tiene el pelo rubio y tirante en una cola, como si recién saliera de un ensayo o de una función; los ojos se le cierran cuando el sol le da en la cara mientras posa para una foto y mueve los brazos y las piernas como si estuviera bailando.

Vocación.

Empezó a bailar cuando tenía seis años. "Yo llegaba de la escuela, tiraba la mochila y la túnica y me iba corriendo a jugar con mis amigos del barrio en la vereda, pasábamos horas jugando", cuenta Martinatto. El ballet fue una excusa que encontró su madre para que ocupara sus tardes en alguna actividad. Entró a una academia del barrio Bella Vista y dos años después dio la prueba para ingresar a la Escuela Nacional de Danza.

Cuando estaba en tercero, a los 11 años, una reunión de sus padres con la dirección de la escuela sería un punto de inflexión en su vida. "Les dijeron que les parecía que lo mejor era que yo repitiera el año porque me veían muy inmadura para el ritmo del grupo, que eran un poco más grandes de edad ", recuerda. "Mi madre me dijo que había dos opciones: o repetía o me echaban. En ese momento me dio como un ataque de bronca, me fui al baño y pateé todo lo que encontré, porque sentía una impotencia tremenda". Su madre esperó a que se tranquilizara y le dijo: "O seguís o dejás, pero así no te quiero ver más". Y en la respuesta de una niña de 11 años estaría oculto su futuro: "Sigo, mamá. Yo quiero ser bailarina".

Estaba en el sexto año de la escuela de danza cuando la eligieron, junto con una compañera, para hacer una suplencia en La Bayadera con el cuerpo de baile del BNS. Tenía 15 años cuando tomó una clase con la compañía por primera vez. Lo único que recuerda de ese momento es que se quedó paralizada: "Me parecía increíble ver a bailarinas como Patricia Martínez o Sofía Sajac. Yo siempre iba a verlas al teatro y ahora las tenía al lado mío".

Así, su adolescencia recae y se resume en un verbo: bailar. Iba al liceo de mañana, ensayaba con el Ballet del Sodre de tarde, luego iba a la Escuela Nacional de Danza y estudiaba por las noches. "Llegaba a mi casa muy cansada. Mi madre me esperaba con la comida y con los libros para estudiar. Muchas veces me quedaba dormida arriba del escritorio ", recuerda.

No podía salir con sus amigos porque solía tener ensayos y funciones los fines de semana. "Siempre tenía que decir que no. Después de que entré en la compañía, y mientras estuve en el cuerpo de baile, sí me prendía más a las salidas y así recuperé un poco" todo lo que no había podido hacer.

Además, durante la adolescencia cuidaba su dieta: "Me acuerdo que en la compañía ponían en la cartelera con rojo, un mes antes de empezar la temporada, todas las personas que tenían que adelgazar, y yo siempre estaba ahí", cuenta mientras se ríe. La bailarina recuerda que le costaba cuidarse en las comidas porque en su casa nadie más la acompañaba en la dieta. "Me gusta comer, ahora no me privo de nada, pero en ese momento me resultaba complicado".

A los 19 años ganó una beca de la Unesco para ir a formarse a Francia. Vivió allí durante seis meses pero no aguantó. "Los franceses eran muy nacionalistas y muy cerrados con los extranjeros, yo no hablaba francés, y me costaba mucho manejarme allá", dice. "En los ensayos y en la academia me fue lo más bien pero al salir de ahí era difícil. También hubo un tema económico y me volví".

A su regreso, estuvo en el cuerpo de baile de la compañía, fue solista y en el 2010, cuando Julio Bocca tomó la dirección del BNS, la ascendió a primera bailarina.

— ¿Cómo recordás a la compañía antes de Bocca?

Tenía su lado positivo y su lado negativo, como todo. Lo malo era especialmente que teníamos la sala y siempre había poco público, no había publicidad alguna, a veces salías a bailar y había 20 personas. Pero también había cosas buenas: la compañía era más chica, seríamos 35 o 40, nos conocíamos hace muchos años, era como una familia. En este momento somos como 75 bailarines, tiene otras dimensiones.

Magia.

Arriba del escenario Martinatto es feliz. "Muchas veces me dan ganas de llorar, estar en el escenario es como irse a otro planeta por un rato", dice y recuerda uno de los instantes "más mágicos" de su carrera: fue en junio del año pasado, durante la última función de la temporada de Giselle, en la que bailaba junto a Ciro Tamayo. "En un momento Giselle es un espíritu y se despide de su amor en el cementerio", recuerda. "Yo presentía que era la última vez que bailaría esa obra y me emocioné mucho. Llorábamos los dos, Ciro y yo, hubo una conexión muy fuerte, Era como si los dos supiéramos que era la última vez que eso iba a pasar". Ese día, la bailarina hizo una reverencia profunda y hundió la cabeza entre un ramo de flores; el telón se cerró y se abrió tres veces: el Auditorio la aclamaba de pie.

Antes de salir al escenario, Martinatto reza, piensa en su abuela y se repite muchas veces el nombre de su personaje. Esa es su única cábala. "Me gustan los papeles que tienen una historia, como en un libro, me gusta estudiarlos y conocerlos", explica y admite que ha "llorado con la historia de algunos de ellos". Ese fue el caso de Olga, una niña inocente y enamorada, su papel en Onegin. "En un momento de la obra, el prometido de Olga va a un duelo y muere. En un ensayo en el que todo venía saliendo muy bien, me quebré y me puse a llorar". Durante las tres funciones que bailó, Martinatto lloró con la muerte de su prometido.

Conoció a su esposo, Javier, a los 19 años. Tiene dos hermanos mayores y un hijo, Marcos, que tiene 12. "A veces las bailarinas le tienen miedo a tener un hijo. A mí personalmente no me complicó en nada mi carrera", sostiene. "Mi familia me hace feliz, ver crecer a Marcos me hace feliz. Mi esposo y mi hijo son dos pilares en mi vida, me han bancado en todas".

Además, tiene planes y mantiene sus días ocupados organizando cómo será la vida después de su retiro, ahora postergado hasta mayo de 2017. "Si bien la lesión me movió un poco la estantería, me mantengo motivada: voy a abrir una academia y estoy enfocada en eso. Los bailarines nos tenemos que rebuscar bastante después de retirarnos, porque si te quedás esperando a que las oportunidades te lluevan del cielo, es imposible".

Martinatto decidió retirarse del BNS para que su público se quedara con lo mejor de ella. "Era una decisión que venía hablando con mi psicóloga desde hacía mucho tiempo. Fue difícil pero sentí que era el momento adecuado". Pero su pierna izquierda le dijo que no, que no se retirara, que quería bailar una vez más. Así, la primera bailarina estará en la compañía hasta mayo y entonces sí, se va a cerrar el telón.

Disciplina y terquedad.

Martinatto cree que, además de las condiciones físicas necesarias para ser bailarina, la terquedad la ayudó a salir adelante en muchas ocasiones: "A mí me ha servido muchas veces para no aceptar un no y para poder seguir intentando cuando las cosas no me salen". Además, cree que la disciplina es un componente esencial en la carrera de un bailarín. "Disciplina en el esfuerzo diario, porque podés tener una técnica excelente, pero si no te esforzás en cada clase y en cada ensayo, no te sirve para nada. Es necesario tener mucha cabeza, ser muy inteligente, tanto con las cosas buenas y malas que seguro van a pasar, tratar de no deprimirse y tener mucho alma y corazón".

La bailarina cree que una vez que llega el momento de la función "es necesario olvidarse de la técnica, porque está tan ensayada que sale sola"; de esa forma, se concentra en disfrutar de la historia de sus personajes. Después de 20 años de carrera, aún se pone nerviosa antes de salir al escenario, pero cuando ve que sus compañeros están allí, se tranquiliza y se emociona: "Quien diga que no siente nervios, es mentira, especialmente durante las primeras funciones, que son siempre un desafío".

SUS COSAS.

Marianela Núñez.

Martinatto no tiene un ídolo dentro del ballet, pero admira a Marianela Nuñez, bailarina argentina figura del Royal Ballet de Londres. "Una vez bailé con quien era su pareja de entonces y ella nos fue a ver; además de ser una excelente bailarina es una excelente persona", cuenta.

La playa.

La bailarina se define como una persona tranquila. Si tiene que elegir un lugar en el mundo, elige Mostardas, "un pueblo pesquero en Brasil, en el que hay muy poca gente. Está entre unas dunas y es muy difícil de llegar, pero una vez allí, mirás para un lado y para el otro y solo ves la playa y nada más… Es la felicidad pura".

Brian Weiss.

Además de bailar, Martinatto disfruta mucho de leer "y si es en la playa, mejor. Cuando empieza el verano me compro dos o tres libros". Uno de los escritores que lee más frecuentemente es Brian Weiss. "Mis libros preferidos son suyos: Lazos de amor y Muchas vidas, muchos maestros". Además, le gusta leer a Paulo Coelho.

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Giovanna Martinatto es primera bailarina del BNS. Foto: Ariel Colmegna.

GIOVANNA MARTINATTOSOLEDAD GAGO

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