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"No escribo por diversión, escribo por pasión"

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Ignacio Martínez

En el exilio ejerció cien oficios, hasta que encontró su vocación: hoy es un referente de la literatura infantil y además publica para adultos y hace obras de teatro.

LUIS PRATS

Bien temprano, Ignacio Martínez se sienta ante la computadora y deja salir niños, piratas, fantasmas, animales, que se van acomodando en palabras, páginas y libros. A veces ríe mientras escribe, otras llora "a moco tendido", según confiesa.

"No escribo por diversión, escribo por pasión. Tengo la pasión de escribir. Y esa pasión es de alegría, es de esperanza, es dolor o tristeza. Por suerte uno puede expresarse", comenta este escritor, a punto de cumplir 60, con casi un centenar de libros infantiles —es un referente en el género—, varios para adultos, más unas cuantas obras de teatro estrenadas, poemas y canciones.

La cédula dice Walter Ignacio Martínez Maldonado, pero el Walter se le cayó por el camino. Para todo el mundo es Nacho. Y en un momento preciso se llamó Ignacio Seger. "Fue por un libro publicado durante el exilio. Como estaba requerido por las autoridades no competentes de la época, teníamos el riesgo de que la obra fuera confiscada o algo por el estilo. Entonces usé por única vez ese seudónimo, que es la palabra triunfo en sueco: la posibilidad de vencer las limitaciones que la historia nos marcó".

Debió irse del país a los 19 años. Trabajaba ya en el Casmu y era un activista sindical "muy comprometido", recuerda. En el invierno de 1975 fue requerido por la dictadura y marchó a Argentina. Cuando llegó el turno de la oscuridad en ese país, pasó a Suecia. Luego de tres años en Europa recaló en Venezuela. Más tarde pudo regresar a Argentina y cuando asomaba la recuperación democrática, en setiembre de 1984, volvió a Uruguay.

"Cuando me presento, me digo hombre de cien oficios, porque en el exilio hice de todo: docente, traductor, hasta di clases de guitarra", explica. Pero el destino dio vuelta en Venezuela. "Estaba dando clases de idioma español, me encontré en un momento sin material y escribí unos cuentos para dar a los alumnos de primer año de liceo. Esos cuentos gustaron a chicos que eran de otras sintonías y latitudes. Empecé a sospechar que podía haber alguna veta ahí escondida que estaba amaneciendo".

En 1981, un diario de Caracas premió su cuento para adultos El pájaro que no pudo volar. "Fue una nueva confirmación de que podía empezar a trabajar por ese lado", asegura. En realidad, se trataba de una herencia familiar: su padre leía mucho y narraba historias muy bien. La madre fue lectora hasta el último momento de su vida. "Ella era dentista y todo parecía indicar que la medicina iba a ser nuestra carrera. Pero fuimos por las letras. Mi hermano fue director de bibliotecas por décadas y yo escritor. Nadie salió dentista", se rie.

Los libros.

En 1984 fue restituido en el Casmu, pero a esa altura ya estaba escribiendo intensamente. Cuatro años más tarde publicó dos libros y uno obtuvo inmediatamente un premio del Ministerio de Educación y Cultura. La literatura se convirtió entonces en su medio de vida. Hoy cuenta 90 libros publicados para niños y jóvenes, 13 libros para adultos, 41 obras de teatro representadas, un radioteatro (que hizo el Sodre en 2013), además de poemas y canciones. "Incluso existe un CD grabado con canciones mías, pero para alegría de los oídos de la gente yo no canto. Lo cantó un matrimonio salteño, Luis Benítez y Rosario Sosa, y lo hacen precioso. Hicimos espectáculos a sala llena", dice.

La producción no se detiene. Ahora prepara una colección de 10 librillos para los chiquitos que quizás se llame Ignacio Martínez para los más pequeños. También se viene otro libro para niños y jóvenes que prefiere mantener en reserva hasta el año próximo. En ambos casos con la editorial Planeta, que encierra la posibilidad de difusión en el exterior. Con Banda Oriental, en tanto, trabaja en un libro acompañado por un CD con una selección de cuentos y poemas leídos por sus propios autores, grandes de nuestras letras de ayer y hoy.

Trabajó también para Fin de Siglo y tiene su sello propio, prácticamente un emprendimiento familiar, las Ediciones del Viejo Vasa, para el cual se reserva algunos de sus títulos tradicionales. Por ejemplo, Los fantasmas de la escuela, que lleva 25 ediciones. Con un par de diseñadores que trabajan para sus libros, más la imprenta y la distribución de Gussi, Martínez completa el proceso. "Es el oficio que uno va logrando cuando ya sabe dónde comprar la madera para hacer mejores sillas", comenta.

"Más que decir que vivo de los libros, me gusta decir que vivo para los libros, porque es una suerte de militancia literaria. Eso significa recorrer todo el país, asistir a todas las escuelas o liceos a donde me invitan, trabajar muchísimo con todo lo que tiene que ver con el libro", asegura.

La rutina.

Como su medio de vida, Martínez tiene una rutina de trabajo para la literatura: "Soy muy madrugador y con el mate amargo a las siete de la mañana ya estoy en la computadora. Cumplo los ritos de leer los mails y abrir los diarios locales para ver las noticias. E inmediatamente me pongo a trabajar".

En esa labor distingue tres momentos. "Uno de creación, absolutamente libre. Comparo ese momento con el del panadero que tiene que sacar el pan justo, ni crudo ni quemado. Luego, un segundo momento de corrección, mucho más árido, meticuloso. Eso lleva mucho tiempo, mucha confrontación. Trato de leer párrafos en voz alta. En mis visitas a escuelas y liceos les hablo del tema para ver si tiene retorno. Por eso tengo un inmenso agradecimiento por poder realizar esa visitas. Y hay una tercera parte, la corrección de terceros. El texto pasa por mi esposa, los correctores profesionales de la editorial, hasta que vuelve a mí. Son tres momentos imprescindibles para la publicación del libro", relata.

Una vez que sale a la venta, ya nunca lo vuelve a leer, porque puede imaginar nuevas formas de decir lo que ya está escrito e impreso. "Es contradictorio, porque es doloroso pero muestra lo vital que es la literatura, que está siempre en movimiento —indica—. Sos vos, el libro, los lectores. Es un oficio bien interesante, porque tiene esa vitalidad, esa versatilidad en la búsqueda de la palabra justa en el momento justo. Si el momento cambia, puede ser mejor otra palabra".

Asegura que siempre encuentra mercado para sus obras. "Este es un pueblo muy lector", destaca. Y agrega "un agradecimiento muy especial a tres grandes promotores de la lectura: las maestras, los profesores de idioma español y otras materias de Secundaria y la prensa, que ayuda con la difusión". La cuarta pata la asume él, visitando cientos de escuelas a lo largo de su vida. "Pueden ser cien escuelas, liceos, ferias por año", considera.

Es el propio Martínez quien elige los temas para sus libros, que muchas veces ya fueron chequeados con los niños para saber qué les interesa. "No hago concesiones con el lenguaje, porquetenemos niños muy inteligentes", define.

"Un elemento clave es la poesía presente en la disposición de las palabras —sostiene—. Eso es la literatura: escribir con lenguaje poético, la alquimia de las palabras ubicadas de esa manera y no de otra. Si Neruda en vez de escribir ese verso de arte mayor de 14 sílabas que dice: Me gustas cuando callas porque estás como ausente, hubiera escrito Cuando te callás la boca me recopás, diría más o menos lo mismo, pero sin decir nada. El otro verso es el que te llega".

No le escapa a los temas complejos. El libro Memorias de Lucía habla de la droga, de la emigración o del embarazo precoz. "Lucía tiene 15 años, escribe un diario íntimo y toca todos esos temas", explica. De la misma forma, "los finales no son necesariamente felices, son finales".

Eso implica que hasta el autor puede emocionarse. "Sí, absolutamente", asegura Ignacio. "Algunos colegas dicen que escriben por entretenimiento. Yo, nunca. Lloro a moco tendido. El que estoy haciendo ahora es un libro trágico, aun para niños y jovencitos. Son libros conmovedores. En Memorias de Lucía, el abuelo se enferma y se muere. Y ella anota: Hoy no escribo, se murió el Tata. Cuando cuenta que murió el Tata, vos aflojás el garguero".

Contame, Obama.

Una de las formas que Martínez encontró para defender el libro es integrar en forma honoraria el Consejo de Derechos de Autor. "Es un cargo de responsabilidad muy grande, porque decidimos qué se paga y qué no, nombrado por la ministra (de Educación, María Julia Muñoz) con la venia de la Presidencia. Es un honor para mí. La defensa de los derechos de autor es clave porque es el salario del trabajador de la cultura", sostiene. Eso está vinculado con la actividad sindical, que mantiene vigente como director del Departamento de Cultura del PIT-CNT. "Se ha impuesto una idea que es una suerte de estandarte: los cambios son culturales o no son. Buscamos un mundo donde la gente viva mejor, en su propia casa, con un buen salario y acceso a salud y educación, pero si no hay una cultura en nuestro proceder, no habrá cambios", dice. En 2007 leyó la proclama contra la visita del entonces presidente estadounidense George W. Bush. "Lo declaramos persona no grata. Y si vuelve, se lo diremos de nuevo", sostiene. ¿Y si viniera Barack Obama? "Le abriría las puertas pero lo atendería en el fondo y le diría: Contame, ¿por qué dijiste tantas cosas que ibas a hacer y todavía no las has hecho?".

SUS COSAS.

Un lugar.

Ignacio Martínez siempre recuerda los veraneos de su infancia en La Barra de Maldonado, la de antes, cuando no estaba el famoso puente ondulado. Fue tema de inspiración para sus relatos, como la puerta misteriosa en la playa en Detrás de la puerta… un mundo.

Un escritor.

Entre sus lecturas infantiles se destaca Horacio Quiroga. "Leí todos sus cuentos, incluso los que no fueron pensados para niños, como La gallina degollada... Pero la literatura es una sola", asegura. De grande, tiene preferencia por Walt Whitman, "pero traducido por León Felipe, no por cualquier traductor", aclara.

Un premio.

En su trayectoria, Martínez obtuvo numerosos premios, como el Bartolomé Hidalgo o el Florencio. Uno que recuerda con especial aprecio es el Musa de AGADU. "Es el único que no tiene jurado, se entrega por la cantidad de niños que asisten a una obra de teatro", recuerda.

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