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¿Duele el domingo?

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Los domingos son un día duro para muchos de nosotros. Es cierto, es el día de la familia, del asado, de la siesta, del partido de fútbol, todo eso es motivador, no lo niego, pero todo eso es cierto hasta las siete de la tarde. Luego viene el infierno.

O sea, el domingo "entero" es un precio elevado a pagar ante la soberbia inaudita del atardecer agónico. No hay terapia, comida, hijos, fiesta o infusión que pueda cambiarle el rostro a la nochecita del domingo. Estamos ante un ogro despiadado que te arruina el alma con su presencia sórdida y su certeza absoluta del fin de la jarana. Horrible, angustiante, vértigo puro.

Solo en verano logro perder la noción de la tétrica tardecita dominical porque la playa tiene esa magia: al rutinizar las jornadas se va perdiendo la noción del día en que se vive y así uno logra saltearse el domingo sin reparar en su existencia. Pero pasa con alguna semana nomás, no da para cantar victoria.

En realidad, ahora que lo pienso bien, cuando estás en el exterior del país los domingos son preciosos. Uno se pone tolerante a extremos inauditos. Me he visto chocho en ceremonias Góspel en iglesias curiosas para mí. O me he encontrado bailando en ceremonias populares entre lo cultural y tribal con la proverbial admiración del turista (estúpido casi siempre) que todo lo embelesa con tal de no estar trabajando en Montevideo. O sea, con tal de rajar, uno se emociona con cualquier cosa. Reconozco mi alma diminuta, me gusta ser sincero con ustedes. Esa es parte de la clave de esta columna, no caretear desde pináculos tontines. Sobran los que creen que las tienen todas. Yo estoy de vuelta, acepto mis miserias, mis delirios, que no son solo míos por cierto, solo que no tengo empacho en hablar de los mismos. Crecer tiene que servir para perder la pose, ganar sinceridad y evitar que la caricatura del personaje que creemos que somos (y que no nos trague). Crecer debe ser liberador no claustrofóbico.

Es raro como los recuerdos —o lo que creemos que son los recuerdos— merodean la mente y eligen hacerse presentes de formas peculiares. Tengo el recuerdo eterno de los domingos de ver a mi abuela en su casa, rodeada de ollas, haciendo el estofado para una familia grande. La veo pequeña pero enhiesta, sorteando esos obstáculos con la hidalguía de quien comprendía que esa comida no era una comida más, sino una liturgia familiar que trascendía la instancia alimenticia. Son recuerdos que como latigazos te cortan el alma. Es que no hay domingo en que no tengas un rato para pensar en los que ya no están contigo en esta vida. Por eso los domingos no siempre son todo lo felices como sería deseable. A veces duelen, y muchos que tienen pérdidas feroces, les duelen de manera insoportable. Lo sé, lo sé. Es el día en que más sangran esas heridas.

Soy franco: no recuerdo una época de mi vida en la que los domingos no me molestaran al final de la tarde. Cuando estaba en la escuela y el liceo, era la hora de hacer los deberes, lo propio en la Universidad donde había que "repasar" textos. Más de grande viene la presión del trabajo semanal donde uno comienza a pensar en todos los cretinos que tiene que soportar desde mañana por la mañana, poniéndole rostro digno al mundo entero cuando en realidad querrías estar en una isla griega mirando el horizonte. Es una hora tortuosa, no lo neguemos.

La agonía del domingo es la agonía del fin de la libertad, supongo. Igual, no me gustaría vivir en domingo eternamente. Me gusta el "jueves y el viernes", ambos días representan lo que vendrá. Para mí son el sinónimo de la esperanza, de la tarea casi cumplida y de la llegada del "sábado", que arriba con un bonus track (que es el domingo). Es que el domingo es una mala copia del sábado. Hasta la cacofonía de la palabra "sábado" es perfecta. Había una canción de Los Náufragos por los 70 que refleja el sentido del "sábado" de manera preciosa (Otra vez en la vía)..

En fin, no hay manera de eliminar estas horas malditas del domingo, pero si alguien tiene alguna fórmula para mejorar este momento, me escriben y me pasan el pique. Soy capaz de recompensar con lo que sea por esa fórmula. Lo que sea.

washington abdala / cabeza de turco

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