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El qué dirán

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Solo personas sabias logran romper con eso. Supongo que los temores ante el fracaso hacen que duela más la mirada externa o el hecho —que ahora— todo se sabe de todos en las redes sociales.

Es raro porque nunca el ser humano se expuso tanto al ojo escrutador del otro y, sin embargo, jamás vivimos con tanto daño (social) por lo que otros observan. Es un tiempo donde un Freud hubiera sido necesario en los noticieros y no repetidores de lugares comunes, vendedores de libros de autoayuda o charlistas de pacotilla.

Es notable cómo a diferentes edades la gente vive con preocupación ante la mirada del otro.

Cuando se es joven la mirada del otro mata. Miren el juego de la Ballena Azul, la mirada del otro (real o presunta) hace alienar a los más chicos. ¿Tenía que pasar esa tragedia para saber eso? Los jóvenes son quienes más sufren el mundo del espejo en que creen que están, básicamente porque se están iniciando en los asuntos de la vida y empiezan a entender los valores humanos: la lealtad, el amor, la traición, el dolor, el éxito, el fracaso, el desamor. Y todo se vive en medio de frivolidades entre el acné y cuerpos que crecen por minuto. La vida los zambulle de un día para el otro en la posmodernidad diaria, la velocidad y el vértigo. Y la madurez llega más tarde porque (hoy) se crece más lentamente.

A las edades intermedias el ojo externo es el juicio en clave de aprobación que reclama (o necesita) muchísima gente. Si estoy en lo correcto hablan bien de mí. Si me equivoco me critican. La gente es ilusa, no sabe que siempre se critica si te va bien o te va mal, o por envidia o por maldad. Siempre se ladra pero los humanos no queremos creer esta evidencia.

De grandes (tercera edad) quizás es cuando más se liberan los humanos del peso del qué dirán. Allí emerge esa frontalidad asesina que tienen los veteranos, cuando ya nada tienen para perder y solo andan por la vida blandiendo el discurso de la verdad (sus verdades) porque el cronograma biológico les avisa que no hay tiempo para diplomacia baladí. ¡Si un veterano no te dice la verdad no te la dirá nadie! Hay que saber oírlos y no ser necios. La sociedad actual los excluye con su lógica soberbia, narcisista y juvenil. ¡Allá ella!

Es mentira que algunos de ustedes, queridos lectores, sostengan que no les importa nada la opinión de los otros (de seguro más de uno está cavilando eso). En algo que te incumbe, algo que amás, algo que te interesa es inevitable pretender la opinión favorable del otro. Muy poca gente construye un mundo anacoreta y feliz. Casi, casi, son la excepción.

Lo misterioso del juego humano es que todos, además, juzgamos a todos con pocos elementos y podemos elaborar teorías, análisis, conjeturas y brulotes desde el mero análisis con pocos datos. Me hace mucha gracia como se ha plagado el mundo de opinólogos, charlistas, mentirosos e irresponsables que por el solo hecho de tener algo de retórica, abren la boca y parecería que hay que oír sus imbecilidades por la única razón de alcanzar algún micrófono. ¡Me niego a semejante entreguismo! ¡Exijo un discurso (ahora se dice relato) digno, valioso, que guste o no, pero que sea sustantivo y no palabras plagadas de lugares comunes! ¡Odiemos el lugar común, gritemos cuando nos dicen lo obvio, pataleemos cuando la estupidez y la ignorancia ganan la calle!

El qué dirán arranca en la escuela cuando nos toman la lección delante de otros y tenemos que "repetir" pareciendo doctos (¡repetir no es educar!) Se profundiza en el liceo cuando la vergüenza se apodera de nosotros. Revienta en los estudios universitarios cuando la competencia (inmisericorde) nace. Y llega a las estrellas en la vida misma cuando todos hablamos con todos y nos criticamos entre todos (con o sin educación, estos son solo ejemplos.)

Dígame la verdad: ¿Usted cree que lo que dicen o piensan de usted es lo correcto? Piense un rato y preocúpese. Luego siga de largo, total, usted es usted y que los demás lo aguanten. Buen domingo.

CABEZA DE TURCO

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