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¡Dale Shendí!

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Los partidos políticos siempre eligen un candidato a vicepresidente que cumple la función del dulce de leche al flan. Nunca —obsérvese con atención— se va a la búsqueda de alguien más dotado, más lúcido o más luminoso que el líder ganador. No sea cosa que haga sombra —o joda— demasiado. Menos aún que se la crea y traicione.

La traición, en el arte de la política, es un atributo travestido de principismo que los políticos profesionales encaran con rostro marmóreo creyendo que son Julio César hablando de "la honestidad" en el senado romano.

En Uruguay, es habitual la traición intra-partido. Está lleno de individuos que nacen en un sector, viven su vida allí y en un momento determinado por razones no demasiado "románticas", saltan a otro sector que les conviene más porque en el que están ya no produce dividendos. Y también se advierte, menos frecuente, el salto de partido a partido. Hay de todo en la viña del señor. Algunos serán justificables, otros son acomodos bochornosos. Lo sabemos todos.

Los vicepresidentes si vienen de afuera del partido político son codiciados: Nin y Batalla fueron dos ejemplos de individuos que venían con bonus track. Existieron también los vicepresidentes internos de la rectitud jurídica, los garantes Enrique Tarigo y Gonzalo Aguirre, connotados jurisconsultos que verbalizaban lo político en clave de código. Y luego los clásicos de las fórmulas componedoras.

Un día raro nos pasó que Raulito Sendic fue el candidato a vicepresidente. Cuando sucedió semejante desatino nadie advirtió que la república estaba alelada. Sendic había agarrado vaqueta en los asuntos energéticos, pagaba publicidad a lo loco con Ancap y parecía que el mundo le sonreía (los medios le ponían el chupete). Nunca se le entendía demasiado lo que declaraba, pero como no se le entiende a tantos nabos que hablan y dicen imbecilidades y nos conducen la vida. Eso formó parte de nuestro mapeo cotidiano y lo mirábamos sin ver. En el fondo, todos sabíamos que si Pepe lo bancaba y que si era hijo de tigre, que se yo, alguna neuronita podría tener (¡dale Shendí!). Bien de uruguayos, eso de creer que como es hijo de perengano tiene que ser más o menos bueno. Somos así acá, en todo, el que vende telas si el abuelito hacía eso, ahhh, entonces debe saber de telas. Y en política es igual, si el viejo Sendic andaba a los chumbos y dirigiendo los que te dije en sus praxis revolucionarias juveniles, uno pensaría que la genética podría aportar algo. ¡Y no, no, no y no! Craso error.

Les voy a explicar algo que no saben del señor Sendic, es más, creo que él tampoco lo sabe de sí mismo: al señor Sendic no le gusta la política, le embola tupido, le gustan los oropeles, viajar, el auto oficial, los privilegios del carguito pero no le copa romperse el alma, pensar una ley, estudiar un proyecto, juntar votos, sufrir por sus dirigentes, padecer el dolor del votante, tener una organización real y vivir el día entero en esa alienación. ¿Y saben por que? ¡Porque nunca lo hizo! ¡Jamás! Porque siempre fue un apellido copyright al que usaron y al que se dejó usar. Y dio lo máximo de su incompetencia y se hundió —el no título es lo de menos—. Punto. Lo que no me da igual es que en esa caída se quemó unos cuantos millones de dólares de todos por animal… (como soy abogado conozco hasta dónde puedo ir con mi adjetivación, lean mi mente, el Código Penal me frena).

Sendic, entonces, es culpa de él pero es más culpa de los que lo manijearon y lo usaron. Culpa de los que lo pusieron como el carrito del Chaná y era solo mampostería berreta de papel de diario viejo que vino una lluvia y lo hizo pelota. Sendic es culpa de esos empresarios a los que hay que investigar por usarlo para hacer sus negocios de manera poco clara con su bendición. Sendic es la demostración que un país no puede comerse cualquier chuco porque semejante irresponsabilidad la pagamos carísima con impuestos nórdicos y servicios africanos. Son infamias que causan dolor, bronca y repugnancia. Por eso le ladran en la calle. Por eso.

CABEZA DE TURCO 

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